LIBROS

Iván Repila: «Mi generación está podrida»

Seix Barral recupera «El niño que robó el caballo de Atila» del escritor bilbaíno

Iván Repila (Bilbao, 1978)
Carmen R. Santos

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En 2012, el escritor y gestor cultural bilbaíno Iván Repila debutó en la novela con «Una comedia canalla». Al año siguiente, en el mismo sello, Libros del Silencio, vio la luz «El niño que robó el caballo de Atila», y en 2017, en Seix Barral, «Prólogo para una guerra». Tristemente desaparecida Libros del Silencio, tras la muerte de su impulsor, Gonzalo Canedo , Seix Barral pone ahora al alcance de los lectores una novela que merece no pasar desapercibida.

-¿Qué ha supuesto para usted ver reeditada «El niño que robó el caballo de Atila» con honores de nueva edición?

-Un orgullo y una felicidad que no pude sentir, por circunstancias, hace casi cinco años, cuando se publicó por primera vez. Lo veo casi como un libro nuevo, y al revisarlo he comprobado que todavía mantiene la vigencia. Además, lo publica Seix Barral: me siento profundamente privilegiado, y emocionado, por verlo en su catálogo.

-Su novela ofrece varias lecturas por su significado simbólico...

-A lo largo de estos años he escuchado muchas teorías distintas sobre el sentido último del texto, su carga alegórica, y todas esas lecturas me parecen tan válidas como la mía. El texto se define a sí mismo. Mi intención, en todo caso, o al menos el propósito subyacente que descubrí mientras lo terminaba, fue proponer una mirada política sobre la desigualdad, la opresión y la injusticia. Y hacer una llamada a las pequeñas revoluciones personales, que son, al final, las que posibilitan revoluciones mayores. Querría una sociedad sin miedo, crítica, que recuperara el lugar que le corresponde.

-¿Por qué optó por una denominación genérica para sus dos protagonistas: El Grande y El Pequeño?

-Son básicamente arquetipos, y, en ese aspecto, ponerles nombre era, en primer lugar, innecesario; y en segundo, una distracción: el nombre implica ser nombrado, un pasado, un apellido, una familia, un entorno… Todo eso no me interesaba.

«El origen de esta novela fue una pesadilla. Las tengo muy a menudo, y suelo recordarlas con facilidad. Soñé con dos hombres en un pozo, intentando salir»

-¿Cómo les caracterizaría? Entre ellos hay choque, pero también apoyo mutuo...

-Siempre he defendido que las sociedades avanzan gracias a dos tipos humanos que deben ser cómplices y colaborar entre ellos: los pragmáticos y los soñadores, los matemáticos y los poetas. Los que tienen los pies en el suelo y los que tienen pájaros en la cabeza, llevándolo al extremo, si me perdona el cliché. El Grande representaría al primer modelo, y el Pequeño al segundo.

-El título es muy sugerente y llamativo...

-Se lo puso mi anterior editor, Gonzalo Canedo. El manuscrito tenía un título que no funcionaba y, después de darle muchas vueltas, Gonzalo se sacó de la manga el definitivo, extraído de una frase de la novela. Me pareció largo y, para horror del corrector de estilo, rimaba en consonante con mi apellido. Pero tenía fuerza. Y lo dejamos.

«El título se lo puso mi anterior editor, Gonzalo Canedo. Me pareció largo y rimaba con mi apellido. Pero tenía fuerza»

-¿Cuál fue la primera chispa que tuvo para esta «nouvelle»? ¿Una imagen? ¿una idea?...

-Una pesadilla. Las tengo muy a menudo, y suelo recordarlas con facilidad. Soñé con dos hombres en un pozo, intentando salir y pergeñando un plan para hacerlo. A partir de ahí empecé a hacerme preguntas, tanto a nivel personal como narrativo, y el texto comenzó a crecer.

-¿Y para su obra en general? En esencia, ¿cuál sería su mecanismo creativo?

-No sabría decirle con rotundidad… Unas veces dejo madurar las ideas durante mucho tiempo en mi cabeza, tomo notas, las abandono, regreso, escribo unas páginas… Otras, me vence un impulso incontrolable, casi obsesivo, que me pone a escribir horas y horas y me hace lamentarme, por la noche, de tener que dormir para descansar. Supongo que lo ideal sería encontrar un equilibrio entre ambas fórmulas.

-¿Desde el principio se planteó «El niño…» como una novela corta?

-Sí. Con apenas dos personajes y un único escenario, temía que alargándola en exceso resultara repetitiva, o pesada, o aburrida. Así que decidí dejar solo lo imprescindible. Y aprendí algo que he mantenido en todos mis textos: a eliminar cualquier escena superflua, por mucho que literariamente me pareciera interesante. Si no aporta como mínimo un punto para el desarrollo o la comprensión de la historia, la borro.

«Mi intención fue hacer una llamada a las pequeñas revoluciones personales, que son, al final, las que posibilitan las mayores»

-Han adquirido los derechos para el cine y el teatro de «El niño…» ¿Participará en el proyecto? Usted ha tenido relación con las artes escénicas, ¿de qué forma?

-Lo del cine es un misterio, quizá se bloquee por el camino: es un lenguaje que maneja tiempos larguísimos y presupuestos que se me escapan. Lo del teatro parece que llegará, en Francia y en Estados Unidos, gracias a las traducciones al francés y al inglés. Hago una llamada desde aquí a dramaturgos españoles con ganas de meterse en un lío, jajajaja. Pero que no cuenten conmigo: me parece mucho más interesante que alguien se reapropie del texto, lo lea con otros ojos y lo reformule en función de sus ideas y su experiencia. Eso es algo que me fascina del teatro. Trabajé muchos años con José y Ángela Monléon en la revista «Primer Acto» y en la Fundación que dirigían, y tuve la oportunidad de viajar y vivir experiencias inolvidables, pero sobre todo de conocer el mundo teatral y de amar el teatro. Lo digo sin rubor: amarlo. Lo que he llegado a sentir en un patio de butacas jamás lo he sentido con un libro, o en un museo, o en un concierto. Es otra cosa. Es la forma de arte que más hondamente me cala.

«Aunque en mis novelas refleje la oscuridad de estar en el mundo, la miseria que nos rodea, finalmente siempre hago una propuesta luminosa»

-Usted cofundó la editorial Masmedula, especializada en poesía. ¿Por qué en este género? ¿Le atrae especialmente? Creo que el lenguaje de sus novelas tiene una marcada veta poética...

-Aquello fue una aventura atrevida, que duró unos pocos años. Tal vez nos faltaba experiencia y hoy lo haríamos de manera diferente, pero desde luego nos faltaba dinero. Siempre he leído y escrito poesía, es un género que no solo me interesa, sino que empapa toda mi relación con la literatura. De ahí, como dice, que muchas veces mi prosa se vuelva poética. Es algo natural para mí.

-A juzgar por su producción, su visión del mundo no es muy optimista… ¿Hay, pese a todo, esperanza?

-Permítame que discrepe. Soy un gran optimista, lo sabe cualquiera que me conozca, y aunque en mis novelas refleje, durante páginas y páginas, la oscuridad de estar en el mundo, la miseria que nos rodea, todo aquello que me resulta horrible, finalmente siempre hago una propuesta luminosa. Tal vez sutil, tal vez sin fuegos artificiales, pero honesta. Creo que mi generación, como todas las anteriores, está podrida; pero también que podemos luchar para que las siguientes reconstruyan lo que hemos destruido y enriquezcan los espacios de convivencia que sí hemos conquistado.

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