LIBROS

Gustavo Martín Garzo: «La lectura es un acto de creación tan poderoso como la escritura»

El escritor vallisoletano publica «Elogio de la fragilidad», colección de textos breves sobre sus preferencias literarias y reivindicación de la imaginación y la literatura como imprescindibles

Entre otros premios, Gustavo Martín Garzo obtuvo el Nacional de Narrativa
Carmen R. Santos

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Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) tiene en su haber numerosos galardones como el Premio Nadal, el Miguel Delibes y el Nacional de Narrativa que reconocen una obra exigente y rica. En la mente de todos permanecen novelas inolvidables: El lenguaje de las fuentes; El pequeño heredero; Las historias de Marta y Fernando; Y que se duerma el mar; No hay amor en la muerte y La rama que no existe, entre otras muchas, además de sus incursiones en la literatura infantil y juvenil, y en el ensayismo. Confiesa el autor vallisoletano que los escritores esperan siempre que el lector llame a su puerta. Sin duda, quien lo haga para entrar en su último libro, Elogio de la fragilidad (Galaxia Gutenberg), no se sentirá defraudado.

¿Qué le impulsó a componer «Elogio de la fragilidad»?

Muchos de los textos que aparecen en este libro fueron publicados en revistas y periódicos, otros son inéditos o proceden de conferencias y de pequeños encargos. A lo largo del tiempo, he ido acumulando decenas de textos así, y me pareció que, tal vez, había llegado el momento de recuperar alguno de ellos para que no se perdieran. Mi modelo fueron los ensayos de Natalia Ginzburg, que es una escritora por la que siento una gran admiración. Sus ensayos son pequeños relatos en los que habla de las obras que admira, o pequeños textos autobiográficos, en los que siempre está presente su compromiso con el tiempo que le ha tocado vivir. Natalia Ginzburg habla de la memoria amorosa, y es ese tipo de memoria, que nos pide hablar solo de lo que amamos, la que he querido convocar en este libro.

¿Cómo se fue gestando?

Prácticamente, me lo encontré hecho, solo he tenido que seleccionar los textos que aún me gustaban y darles un orden. Al final, y de forma inesperada para mí, me he encontrado con el que puede que sea mi libro más personal.

¿Lo calificaría como una especie de diario de lecturas?

Yo diría, más bien, que es una especie de autobiografía imaginaria, pues hablo en sus páginas de la vida de mi imaginación, en el sentido que Walter Benjamin da a esta palabra: esa facultad maravillosa que nos permite descubrir las relaciones secretas entre las cosas.

«El ser humano siempre es frágil, todo lo que amamos lo es, por eso tememos perderlo»

¿Entre los numerosos textos que incluye, destacaría alguno?

Es una elección difícil. Pero si tuviera que hacerla puede que me quedara con el primero de ellos, «Las hadas en la cocina». Trata sobre fra Angélico, para decir que el anhelo de lo maravilloso es lo que nos hace humanos. Todo el libro gira sobre esta idea, la de la literatura y el arte como fascinación. Podría haberse titulado El libro de las apariciones .

Por sus páginas desfila un sinfín de escritores. ¿Con cuáles se siente más identificado?

Todos los que aparecen son imprescindibles para mí. Anoto alguna de las citas que aparecen en sus páginas: «Narrar es ser miembro de una tribu antigua, ociosa e inútil» (Isak Dinesen). «La escritura no es solo como me gano la vida, es como me gano mi alma» (Carson McCullers). «Hay que revindicar el gesto pueril en medio del bosque helado» (Franz Kafka).«Son mis mejores amigos aquellos que no hablan» (Emily Dickinson). «La roca del mundo está sólidamente asentada sobre las alas de un hada» (Francis Scott Fitzgerald). «Jamás renunciaría al loco mundo que conocemos, a pesar de su infinita tristeza» (Wiliam Faulkner). ¿Cómo no amar unos libros donde pueden leerse cosas así?

En estos momentos vivimos una situación donde se ha revelado con gran crudeza la gran fragilidad de los seres humanos....

El ser humano siempre es frágil, todo lo que amamos lo es, por eso tememos perderlo. Nabokov dijo que la belleza es una cualidad de lo que tienen que morir. Pero esto no tiene por qué ser malo. Lo frágil es lo que nace, lo que está cerca de la vida: los tallos tiernos, las flores, las crías de los animales, el amor, en cuanto nos expone, nos enfrenta a algo nuevo. La fragilidad se opone al poder, es estar cerca de lo que nace. Y de hecho todos los grandes personajes de la literatura son frágiles, y por eso nos interesan. Nos enseñan a ver el mundo como posibilidad.

¿La literatura, la cultura, nos hace tomar conciencia de ello?

La cultura nos enseña a ver, nos dice que solo gracias a los libros, a los cuadros, la música, la danza, las películas se nos revela el mundo, que sin ellos nuestra propia vida nos sería desconocida.

¿Nos ayuda a sobrellevar esa fragilidad?

Nos ayuda, nos ofrece consuelo, pero también nos enseña a valorarla. La fragilidad es una condición de la vida. Los niños de antes sabían lo que era una fuente, un nido, conocían los animales y recibían con ojos de asombro el cambio de las estaciones. La técnica ha simplificado nuestra vida, y nos ha permitido alcanzar un grado de bienestar impensable hace unos años. El niño de nuestros países desarrollados tiene una casa cómoda, asiste a la escuela, y tiene una multitud de entretenimientos que hacen más grata y fácil su existencia. Pero los dibujos animados no pueden sustituir el temblor de un gatito y, tal como supo ver la delicada Marlen Haushofer, puede que su mundo sea mucho más pobre que el de los niños que aún viviendo en países subdesarrollados poseen la experiencia de ese temblor.

«La pérdida de prestigio de cuanto tiene que ver con las Humanidades es uno una de los hechos más preocupantes de nuestro tiempo»

En un mundo con predominio audiovisual, usted reivindica la lectura, aunque también se refiere a alguna película. ¿Cómo convencer a quienes no leen a que lo hagan?

Es difícil contestar a esta pregunta. Pero supongo que leyendo cuentos a los niños, llevándolos al cine, jugando con ellos. Todo se asienta en la infancia, y el niño o la niña que en ella no ha recibido ese alimento que necesita su fantasía es difícil que de mayor pueda valorar este mundo del que hablamos.

¿Y cómo recuperar las Humanidades, hoy marginadas, como usted bien denuncia?

La pérdida de prestigio de cuanto tiene que ver con las Humanidades en la enseñanza es uno una de los hechos más preocupantes de nuestro tiempo. Alarma la marginación que asignaturas como Filosofía, Lenguas Clásicas o Historia sufren en los nuevos planes educativos, y la indiferencia con que se trata a esas otras -Literatura, Música, Historia del Arte o Danza- que en otro tiempo recibían el delicado nombre de Bellas Artes. Los nuevos planes educativos exigen que un niño a los cinco años sepa leer, apostando por un modelo que fomenta la competencia, la utilidad y el conformismo, e ignora la importancia de las enseñanzas creativas a esa tierna edad. Pero lo que necesita un niño a los cinco años no es saber leer sino escuchar música y cuentos, conocer su cuerpo y jugar con él, encontrar palabras y figuras que le ayuden a entender lo que siente y a encontrar su lugar entre los demás. La educación ha dado la espalda al complejo mundo de sus afectos y apuesta cada vez más por un individuo adaptado, pragmático, obediente a los códigos de su entorno social.

«La desdicha es mucho más literaria que la felicidad?», señala usted. ¿Por eso muchas de las grandes obras son tristes?

Esas grandes obras nos hablan de esa historia del sufrimiento de los hombres que raras veces queremos escuchar. Nos hablan del dolor, pero también de la belleza que puede haber en él. Del dolor como un lugar de visión, como espacio callado de lo amoroso.

«Los dioses aman y odian al mismo tiempo», nos dice. ¿También los hombres, pues somos contradictorios? y «El corazón del hombre nunca es recto», según la cita que recoge de una pieza de Tennessee Williams

No, claro que no lo es. La vida está llena de contradicciones, hay que aprender a vivir con ellas. Tenemos que dialogar con nuestra sombra. Es ella la que nos aparta de los peligros que acosan al hombre integrado: la rigidez de pensamiento, el dogmatismo, los fundamentalismos religiosos, los prejuicios etnocentricos o la banalidad.

«Nuestra vida está llena de preguntas que no podemos evitar hacernos sin descanso», nos advierte. ¿Hay respuestas?

No, no las hay. Es la gran diferencia entre la poesía y la religión. La religión nos ofrece respuestas; la poesía nos enseña a amar las preguntas aun sabiendo que no pueden ser contestadas.

«La vida está llena de contradicciones, hay que aprender a vivir con ellas. Tenemos que dialogar con nuestra sombra»

Ofrece usted muy sugerentes lecturas de célebres libros. Por ejemplo de «Drácula»...

Creo que la lectura es un acto de creación, tan poderoso como la escritura. En cierta forma, las dos actividades se confunden, pues el lector no hace sino reescribir el libro que lee. En la contraportada de mi libro se dice que no leemos tratando de saber quienes somos, sino para ver qué nos pasa. El mundo del lector no es el mundo de la identidad, sino de la metamorfosis. También que la pregunta que el lector le hace al libro es la pregunta de la rarita del cuento: «¿Qué me harás por las noches»?

Reflexiona usted que frente al modelo del caballero andante hoy domina el del pícaro. ¿Esto se incrementa en momentos de crisis, con un «sálvese quién pueda»?

Bueno, no sé si esto es verdad. En todos los tiempos ha habido caballeros andantes y pícaros. Supongo que está en nuestra naturaleza.

¿O también en estas situaciones, como ahora la pandemia, se despierta la solidaridad?

Es lo único bueno de la dolorosa situación que estamos viviendo. Octavio Paz ha dicho que de las tres palabras cardinales de la democracia moderna, libertad, igualdad y fraternidad, la más importante es fraternidad. La libertad sin igualdad genera injusticia; la igualdad sin la libertad, tiranía. Un ejemplo de tiranía son los regímenes comunistas; un ejemplo de injusticia, el feroz liberalismo económico que padecemos, y que está conduciendo al mundo a la catástrofe, ante el entusiasmo de los que no dejan de llenar sus arcas, indiferentes a la pregunta de dónde viene de verdad su riqueza. «La fraternidad armoniza las otras dos y nos ayuda a corregir sus excesos. Su otro nombre es solidaridad».

«Es un disparate adaptar los cuentos infantiles para que resulten políticamente correctos»

En algunos de los textos se refiere usted a los cuentos infantiles. ¿Qué le parece el que ahora se quiera convertirlos en políticamente correctos?

Me parece un completo disparate. Cuentos como «Caperucita Roja», «Blancanieves», «La Bella Durmiente» o «La Cenicienta» son sagrados, nadie debería atreverse a cambiarles en función de las modas de cada momento. Al que no le gusten, que se ponga a escribir unos nuevos, puedo asegurarle que no serán mejores. La búsqueda de los cuentos es la de un conocimiento no racional, capaz de iluminar el mundo. Los personajes de los cuentos nos conmueven porque es como si llevaran en sus manos una pequeña lámpara. Su luz es una luz delicada e íntima que se opone al deslumbramiento de tantas supuestas verdades. No es una luz que se asocie al poder sino a la debilidad. Tal vez por eso los cuentos están llenos de personajes que hoy llamaríamos discapacitados o minusválidos. La sirenita debe perder su voz, y camina torpemente, como si el suelo estuviera lleno de puñales, para conseguir lo que anhela; la bella durmiente vive sumida en un sueño eterno del que nada parece capaz de despertarla, en  Los cisnes salvajes  uno de los príncipes se verá obligado a vivir con un ala de cisne en lugar de uno de sus brazos, y en los cuentos infantiles abundan los niños y niñas que han perdido los brazos o las manos, o que no pueden hablar o ver. No están completos, pero están vivos. Aun más, puede que el verdadero mensaje de los cuentos sea precisamente que estar vivo es estar incompleto.

«Lo que mueve al capitán Ahab, como a los grandes héroes trágicos, es un deseo de conocimiento», apunta. ¿El conocimiento también acarrea dolor?

Adorno dijo que la verdadera pregunta, la que funda la filosofía, no es la pregunta por lo que tenemos sino por lo que nos falta. Y a nuestro mundo le faltan muchas cosas. No es malo reconocerlo, pues el lugar de la falta es donde se plantea la pregunta sobre si podríamos ser de otra manera. Y esa pregunta siempre conlleva el dolor, pues es sentir el peso trágico de tantas carencias.

«No creo que el escritor sea básicamente un insufrible ególatra. Se pasa horas y horas persiguiendo quimeras que raras veces alcanza»

¿Está inmerso en algún nuevo libro? ¿Novela, ensayo...?

Si, ando desde hace un par de años con una nueva novela, pero aún es pronto para hablar de ella. Siempre me digo que debería parar, que escribo demasiado, pero no puedo hacerlo. ¡Es tan extraña esta tarea de escribir! No creo que el escritor sea básicamente un insufrible ególatra. Está solo, se pasa horas y horas encerrado en su cuarto persiguiendo quimeras que raras veces alcanza. Recuerda a esas mujeres neurasténicas que pueblan la obra de Tennessee Williams, con sus torpes ensueños, su temor al fracaso, pero también, a menudo, con su maravilloso candor.  Esas mujeres cansadas y un poco lunáticas, que aunque han asistido una y otra vez al fracaso de sus sueños no pueden renunciar a ellos. «Siempre he confiando en la bondad de los desconocidos», dice la inolvidable protagonista de  Un tranvía llamado deseo . Los escritores y escritoras, especialmente cuando no son jóvenes ni famosos, se parecen a esas pobres mujeres. Permanecen desvelados por las noches soñando con locas historias que logren conmover a las estrellas, y todo lo que consiguen es hacer bailar a los osos. Pero ¿pueden vivir sin esos bailes? No, no pueden, por eso solo les queda confiar en la bondad de esos desconocidos que son los lectores que alguna vez llaman a su puerta. 

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