LIBROS

«El don de la fiebre», Mario Cuenca Sandoval no toca de oídas

La figura y la obra del compositor francés Olivier Messiaen -referente de la música del siglo XX- reposa

en las páginas de esta delicada novela

El escritor catalán afincado en Andalucía Mario Cuenca Sandoval

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Mario Cuenca Sandoval ha afrontado una novela muy difícil de escribir, como son todas las que se inspiran en un personaje histórico conocido . El primer desafío en estos casos estriba en ser fiel a los datos fundamentales de una vida respecto a la cual se inventa poco, pero que haciéndolo no quede únicamente en lo externo heredado. En el «Postcriptum» de la obra quedan reflejadas deudas para con varios libros que han glosado la biografía y la obra del más famoso músico francés del siglo XX. Esa fidelidad sin embargo ha sabido Cuenca Sandoval hacerla compatible con un vuelo literario imaginativo que no se limita a seguir los datos, sino a interpretar una vida y una obra especialmente complejas.

Ese era el segundo reto, porque Messiaen es un músico muy poco convencional. No ya por su obra, que también, sino por la rareza de haber combinado la renovación vanguardista de una música que dialoga formalmente primero con la de Stravinsky , pero luego influye en la de Pierre Boulez y que se apoya en las raíces cristianas de su fe. Resulta problemático y difícil de explicar su inventiva, porque es fronteriza, a la postre, con las del misticismo, trufado de un amor a la Naturaleza , especialmente el sonido de los pájaros, que su producción musical va acariciando con mayor o menor fortuna, según Cuenca Sandoval la recorre.

No se limita a seguir los datos, sino que interpreta una vida y una obra especialmente complejas

Excepto la monumental obra crítica de Charles Moeller titulada «Literatura y cristianismo», cuyos volúmenes leíamos en Gredos cuando jóvenes, y que pese al título iba más allá de esa religión y atravesaba el Humanismo del siglo XX, pocas novelas o ensayos se detienen en ese asunto de la contribución del Humanismo cristiano al arte, aquí musical . Es una baza a favor de esta novela, su originalidad. Además, está muy bien escrita, sobre todo en el fraseo casi poético de muchas de sus descripciones.

Ciertos excesos

En ese aspecto de la elaboración de la prosa, Cuenca Sandoval sale mucho más airoso que en el de la estructura narrativa que no ha tenido en cuenta ciertos excesos, por la prolijidad con la que algunos pasajes de la obra entretienen al lector con datos o situaciones de relieve menor, que debieron quizá podarse algo si tenemos en cuenta que el lector más común puede verse perdido por cierto rigor excesivamente técnico de algunos de los comentarios del narrador. Es una suerte que no sea un aficionado y que conozca bien la música de Messiaen, incluso en el relieve de sus técnicas musicales, pero la novela, en cuanto tensión dramática, no siempre necesitaba pagar tributo a tal conocimiento.

Quiero destacar dos lugares de la novela que me han parecido especialmente interesantes. El primero es la vida de prisionero de los nazis, y como es su conocida calidad artística la que le permite sobrevivir en el infierno de aquellas penurias, merced a la suerte de que un oficial alemán fuese melómano (lo fueron muchos).

Hay otro momento de gran interés en la novela, que es el de la vida de la ocupación nazi de Francia, y el colaboracionismo del régimen de Vichy y de tantos franceses de a pie, insolidarios con las persecuciones contra los judíos. Lo que en un pueblecito cuenta Irene Nemirovsky en su obra maestra, «Suite francesa», es relatado aquí en el Conservatorio de París. Pero nada tuvo de heroica y bastante de miedosa la actitud de Messiaen.

Cuenca Sandoval no elude los difíciles y ambiguos momentos del músico durante aquella ocupación, y las tesituras biográficas a las que dio lugar con amigos cercanos. Esa complejidad de la ocupación, y la actitud reservada y medrosa de Messiaen son muy elocuentes y que no las haya evitado cuenta en el haber de esta novela. Son ya varias en los últimos cinco años en que novelistas jóvenes afrontan complejidades europeas (Clara Usón, Berta Vías Mahou, Andrés Neuman, Javier Ibarrol, entre ellos). Testigos literarios de una Europa compleja que comienza a nutrir la joven literatura española . No es mal asunto.

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