ENTREVISTA

Felipe Fernández-Armesto: «La única lección de la Historia es que no aprendemos las lecciones de la Historia»

El historiador valora el momento crítico que estamos viviendo. Echa la vista atrás, hacia otras épocas de similar trascendencia, y mira de frente al futuro

Felipe Fernández- Armesto, en una visita a la Fundación Rafael del Pino de Madrid José Ramón Ladra

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Felipe Fernández-Armesto (Londres, 1950) es un sabio de los de antes, con un cierto aire renacentista, pues todos los saberes pasan por su cabeza y resultan susceptibles de entrelazarse cuando se trata de dar respuestas. Si nos atenemos a su currículum, estudió en Oxford, donde dio clases hasta el año 2001 , y ahora ocupa la cátedra de Historia Mundial y Ambiental del Queen Mary College de la Universidad de Londres; amén de autor de un sinfín de títulos que abarcan toda clase de disciplinas y pasiones intelectuales .

Y si nos fijamos en sus ancestros, es hijo de periodistas: del español Felipe Fernández-Armesto y de la inglesa Betty Milan. Cuando le escribo un e-mail para saber si podré conversar con él un rato para preguntarle en medio del caos reinante por la crisis del coronavirus, no sólo responde, con la amabilidad que acostumbra, que «por supuesto», sino que remata atentamente: «Espero que todos los del periódico ABC y sus familias sigan animados, resueltos, exentos del pánico y bien de salud».

Primero, quisiera saber cómo se encuentran usted y su familia, y a qué dedica las largas horas del confinamiento.

Gracias. Muy amable. No sufro sino de vergüenza, por lo bien que lo estoy pasando en una aldea de la más típica campiña inglesa, bajo un sol inusitado, entre un silencio deleitoso, rodeado de la abundancia local. Por ser un tipo solitario -neuróticamente o psicóticamente antisocial, según mi mujer- no me molestan las condiciones impuestas por el virus. Tengo a mi mujer y nuestros perros al lado, y el consuelo de ver a los vecinos ayudándose unos a otros caritativamente.

Sigo dando mis clases por ordenador, que supongo que a los alumnos les vendrá bien por no tener que aguantar mi compañía ni escuchar las bromas anticuadas de un profesor anciano. Northamptonshire sería una especie de paraíso si no fuera por el hecho de que no es cómodo, en cierto sentido, el privilegio de encontrarse a gusto mientras tantos están sufriendo en ciudades alienantes, o enfrentando a solas a la enfermedad o a la muerte.

Desde ahí, desde esa suerte de refugio que describe, ¿cómo calificaría la gestión de la crisis del coronavirus por parte de Boris Johnson, que, además, es (o era) amigo suyo?

Efectivamente, le conozco desde Oxford, donde estaba él de estudiante y yo de joven profesor. Claro que es una muestra fundamental de civilización no permitir que los conflictos políticos ni discrepancias ideológicas afecten a las relaciones personales -un rasgo, desde luego, muy español, ya que a todo español le encanta discutir, incluso a la hora de comer-. Es difícil perdonarle a Boris Johnson la desgracia del Brexit, y, en cuanto al virus, confieso francamente que yo no habría actuado así.

Pero hay que reconocer que, al enfrentarse al virus, Boris Johnson logró un gran triunfo moral que suele eludir a los políticos: cambió de opinión. Una muestra, al fin y al cabo, de una cierta grandeza. Su instinto de buen seguidor de modelos intransigentes, como la señora Thatcher y Winston Churchill, era aplicar el refrán inglés «business as usual» -seguir con el negocio de siempre- o el conocido eslogan de «Keep calm and carry on» -proseguir sin preocuparse-. O sea, aguantar, frente al virus, gran número de muertos para sacar adelante la economía. A fin de cuentas, no se sintió capaz.

Los países que han resistido el tipo de política seguida en el Reino Unido y en España son muy pocos y algunos poco alentadores: Venezuela, Nicaragua, países desgraciados de gobiernos asquerosos. A lo mejor terminaremos fracasando, con economías aplastadas y números elevados de víctimas; tal vez habría sido más lógico poner a los vulnerables en cuarentena y permitir que la enfermedad circulase entre los demás sin bridas ni estribo. Pero vale la pena intentar la solución menos lógica y más moral.

«La ambición excesiva es un rasgo humano. Por eso se hundieron las civilizaciones. La Historia es un camino entre ruinas»

En su visión global y transversal de la Historia, ¿cómo valora el momento que estamos viviendo?

Mal, pero igual que en todas las épocas desde el momento del pecado original. El hecho más inquietante de la Historia es que, a pesar del progreso técnico y científico, el ser humano queda tan inmoral y tan estúpido como siempre. Otro hecho amonestado es que, a pesar de nuestra arrogancia colectiva de pensar, por ejemplo, que habitamos una época nueva de la historia del planeta, hecha a medida por manos humanas, seguimos pendientes de la naturaleza, que no la podemos controlar. Los giros del sol, las mutaciones microbiológicas -las influencias más básicas, en fin, del clima y del entorno bioesférico- pueden acabar con nosotros sin que tengamos nada que ver.

¿Con qué otro momento de la Historia compararía esta crisis que ahora tanto nos inquieta y que, se supone, va a revolucinar nuestro modo de vida?

Supongo que se refiere a la crisis del virus. No olvidemos que otras crisis, tal vez, a largo plazo, más preocupantes siguen amenazándonos: el cambio climático, los nacionalismos, el contraste inaceptable entre niveles sociales y mundiales de pobreza y riqueza, el reto del robot supuestamente «inteligente» pero sin piedad, los fanatismos violentos, la accesibilidad de armas de destrucción masiva... Los jinetes del apocalipsis son más de esos cuatro de turno que ya conocemos.

Pero el virus tiene sus precedentes, por supuesto, en otros momentos de pandémicos destructores y sin remedios disponibles: la influenza de 1918, que se parece en términos epidemiológicos al COVID-19, la peste negra de 1348... Lo interesante para mí es que seguimos con el remedio de 1348 -la cuarentena, el aislamiento- mientras buscamos a tanteos otro mejor.

«No tenemos líderes a la altura de las circunstancias. Ningún individuo lo está. Y, por supuesto, Trump no da la talla»

¿Es la globalización, como señalan algunos pensadores, la culpable de la crisis que ahora vivimos?

Si por globalización se quiere decir «intercambio a nivel mundial», está bien claro que sin contactos no hay contagios. Pero una condición -por ineludible que sea- no es una causa. La crisis del virus empezó en un mundo inaccesible a la agencia antropogénica: el de la microbiología. Los virus son organismos sencillísimos de autogeneración rapidísima y, por tanto, muy mutables. Estar al día de todas sus mutaciones posibles no es factible. Y, como lo demuestra el ejemplo de la peste negra, no hace falta tener el nivel de globalización que tenemos en la actualidad para transmitir una infección por la mayor parte del mundo y acabar con millones de víctimas.

¿Se produce un cambio de ciclo? ¿Hacia dónde nos dirigimos?

-No. No veo ningún ciclo. Un cambio, por cierto, pero el cambio es el estado normal y paradójicamente constante del universo, tema de mi libro, Un pie en el río.

Para Fernández-Armesto, «la “influenza” de 1918 se parece en términos epidemiológicos al COVID-19». Arriba, una imagen de la época

¿Qué lecciones podemos y debemos aprender?

Tres, si fuéramos de veras la especie sapiens : la humildad, ya que nos vemos pendientes de la superpotencia de la naturaleza y la misericordia de Dios; los valores comunitarios, que son los de la caridad, porque no vamos a superar la crisis sin ser solidarios y altruistas; y -tal vez más difícil de comprender- que es saludable menospreciar la salud. Pienso en el famoso grabado de la Danza de la muerte de la Crónica de Núremberg de 1493: los muertos, que danzan, cantan y tocan la flauta, exhiben lo que casi me permitiría calificar de joie de vivre . Se ve en la misma página la letra de la canción que tocan, «La muerte es mejor»: caritativa, porque visita y libera a los enfermos y achacados; igualitaria, por su acogida indiferente a pobres y ricos; justa, porque todos lo merecemos.

Cuando, debido a cambios climáticos, las grandes pestes se acabaron en Europa en el siglo XVIII, la muerte dejó de ser tan íntimamente conocida de todos y empezó a temerse, eludirse, cubrirse de eufemismos. Hoy en día, en nuestra sociedad culturalmente plural, casi no nos quedan valores comunes. Pero pocos estamos dispuestos a morir y casi todos valoramos la salud. Si volviéramos a las actitudes de nuestros antecesores, no la valoraríamos tanto. Nuestras preocupaciones se disminuirían. Y se bajaría el coste inquietante y tal vez insostenible de nuestros servicios médicos.

«A pesar de nuestra arrogancia colectiva, seguimos pendientes de la naturaleza, que no la podemos controlar»

¿Seremos capaces de aprender alguna de estas lecciones o, por el contrario, estamos condenados a caer siempre en los mismos errores?

La única lección de la Historia es que no se aprenden las lecciones de la Historia.

¿Cuáles serían en su opinión tales errores?

Seguiremos apostando por el progreso, en lugar de reconocer que, en términos de la inteligencia, la sabiduría y la moralidad humanas, es ilusorio. Volveremos a reconocer la preponderancia de la economía y a practicar los excesos del capitalismo. Seguiremos envenenando el planeta. No haremos caso a las enfermedades infecciosas que todos los años acaban con las vidas de miles de viejos, a veces muchísimos miles, sin suscitar el grado de indignación del COVID-19. Mantendremos el abuso de las drogas, del sexo y de la comida, las causas de algunas de las auténticas epidemias de nuestros días.

¿El hombre contemporáneo ha vivido por encima de sus posibilidades?

Pues sí. Como todos sus antecesores. La ambición excesiva es un rasgo humano. Por eso se hundieron todas las civilizaciones del pasado y la Historia es un camino entre ruinas.

¿Oriente ha reaccionado de una manera ante la crisis del coronavirus, y Occidente, de otra bien distinta?

No me parece tan claro. Las estrategias han sido muy parecidas -efectivamente, en Occidente la mayor parte de los países han seguido el modelo chino: cuarentena rigurosa, aislamiento de afectados. Algunos países -Corea del Sur, sobre todo, por lo visto- tenían la ventaja de disponer de los medios tecnológicos suficientes para sostener un gran programa de pruebas, algo que no fue posible, desgraciadamente, en España, por ejemplo, ni en Inglaterra, ni Italia.

¿Los líderes están a la altura de las circunstancias?

Por supuesto que no. No lo está ningún individuo.

Trump, ¿da la talla?

Ni hablar.

«Los virus son organismos de autogeneración rapidísima. Estar al día de todas sus mutaciones no es factible»

Con esta crisis, se ha producido un cierre radical de fronteras. ¿Surgirán nacionalismos, pero de otra manera a como los hemos conocido hasta ahora, o, por el contrario, pasarán a un segundo plano en nuestras agendas, al igual que otros debates que ahora parecen absurdos, infantiles?

Llama la atención el esfuerzo del Gobierno español de armar una ofensiva mundial contra el virus, pero eso, claro, por no estar bien preparados y por necesitar la ayuda de los demás. Por lo que veo, los nacionalismos resurgentes, por lamentables que sean, no son ningún obstáculo a la cooperación internacional en cuestiones de salud ni de medioambiente, ya que todos, incluso los nacionalistas, reconocen su necesidad. El nacionalismo es racionalmente incomprensible -una ideología decimonónica que no valía ni entonces sino para lanzar guerras y fomentar odio-. Pero un mundo exento de lo irracional quedaría sin amor ni piedad, ni misericordia, ni sacrificio.

Fernández-Armesto

Ciencia y fe puestas en una balanza en estas semanas. ¿De qué lado se inclina más?

Theodore Hesburgh, el gran científico y sacerdote que fue presidente durante muchos años de la universidad de Notre Dame, solía decir que si la ciencia y la fe parecen contradecirse, debe ajustarse la ciencia, o la fe, o ambas cosas.

Después de esta crisis, ¿cuáles serán los retos más acuciantes que habrá de solventar el ser humano: la ecología, la igualdad, los flujos migratorios?

-Supongo que no solventaremos nada. Ojalá nos enfrentemos a los mismos retos con más humildad.

No parece muy optimista con nada.

-Soy el más pesimista del mundo. Es la única manera de evitar el desengaño.

Miremos al futuro: ¿en qué investigación está ahora inmerso?

Con otro profesor español, Manuel Lucena Giraldo, estoy trabajando en una investigación apoyada por la Fundación Rafael del Pino sobre el papel de la infraestructura -la obra de ingenieros, digamos- en mantener la monarquía mundial española de los siglos XVI a XIX. Luego, un colega de mi universidad, el antropólogo Jeff Peterson, colabora conmigo en una historia de primatología -o sea, las relaciones más o menos íntimas que hemos mantenido con las especies que en términos evolutivos más se acercan a nosotros.

Por último, y dado su interés por la naturaleza, por las distintas especies, una curiosidad: ¿sabía que existía un animal llamado pangolín?

En absoluto. Sigo asombrado de que exista.

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