LIBROS

Elvira Lindo: Por amor al padre (en su justa medida)

La escritora y periodista reconstruye la figura paterna a la vez que recorre la vida de aquella España de la posguerra

Elvira Lindo se hizo famosa por sus historias de Manolito Gafotas Ignacio Gil

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Elvira Lindo ha escrito el que me parece su mejor libro. No es una novela. Ignoro la razón de la insistencia en confundir el yo autobiográfico y el novelesco. Tratándose en ambos casos de figuraciones, el modo de lectura al que invitan al lector es muy distinto. Y su verdad. No sería e sta narración tan eficazmente lúcida , si sospecháramos que Elvira Lindo (Cádiz, 1962) se ha inventado lo que cuenta. Forma parte de un subgénero de la escritura autobiográfica que podríamos nombrar libros de duelo . Es la evocación del ser querido muerto el que los mueve y desde el que deben leerse, pues lo principal de lo contado se circunscribe a la figura de quien ya no está. Rosa Montero (y antes el diario de Marie Curie ) lo hizo para con su pareja, Pablo (Lizcano).

El de Elvira Lindo se relaciona con los de Philip Roth, Giralt Torrente y este mismo año, Menéndez Salmón, quienes han publicado evocaciones nacidas a la muerte de su padre. De estos tres últimos se separa el de Elvira Lindo, tanto en la tonalidad como sobre todo en el propósito. No se trata de establecer una dialéctica del yo para con la figura del progenitor, sino de un acto de amor que se edifica en el esfuerzo por comprenderle, sin que se hayan hurtado al lector en ningún caso las aristas menos edificantes de su figura.

Querer perdonando

Excepto una breve inclusión en la adolescencia y primera juventud de la narradora, Elvira Lindo ha seleccionado los materiales narrativos en el orden de hacer visible la figura de Manuel Lindo y de su mujer, la madre, quien lateral y enferma, intentó quererle perdonando. Esta creo que ha sido la opción que define la originalidad del yo autobiográfico del libro. Elvira Lindo elige contar desde su condición de hija. Eso le permite una emoción diferente a la de su falsa novela Lo que me queda por vivir (2010) en que ya había ofrecido testimonios autobiográficos de ella y especialmente de sus sufrimientos amorosos en el Madrid de los años 80.

Hay un esfuerzo por comprender sin hurtar las aristas menos edificantes de la figura paterna

Si nos detenemos en los que me parecen mejores capítulos se entenderá mejor lo que me propongo mostrar. El primero de esos tres capítulos es la difícil infancia del padre, niño de posguerra , que huye solo a Aranjuez de una tía que no le ama. Está al comienzo del libro, pero sobre él vuelve a su cierre, en un emocionante cuento, escrito tres años después de la muerte del padre y que posiblemente se encuentre en el origen mismo de su escritura. Me ha recordado al gran Juan Eduardo Zúñiga , recientemente fallecido.

Otro capítulo magnífico es el de la infancia de la autora, cuando la construcción de la presa de El Atazar. Sigue la España de posguerra que se ha prolongado tanto, y que mantiene delimitados los órdenes sociales en los tipos de vivienda. La de Elvira Lindo no eran los bloques, pero tampoco los chalets de los ingenieros. Era esa clase que estaba pugnando por ser media , en la que se fraguó la vida del contable Manuel Lindo, y que confirma la formidable descripción de objetos del piso cuando fallecido lo recorre la hija. Y, por último, está esa contigüidad quijotesca del capítulo «Gracias a todos», la figura del viejo gruñón, inadaptado ya a un mundo que no es él mismo, perdida su fuerza, que proporciona páginas impagables tanto por la emoción del tema, como por la madura contención de su relato. Repito, su mejor libro.

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