Un momento del vídeo «Antígona (Parte II y Parte III)», de Elena Asins en el MNCARS
Un momento del vídeo «Antígona (Parte II y Parte III)», de Elena Asins en el MNCARS - ABC
ARTE

Elena Asins, el arte como enigma y curación

Regresar al Museo Reina Sofía, que fue en el pasado un antiguo hospital, y reencontrarse con la obra de Elena Asins para descubrir que su propuesta se basó en crear encriptados para el espectador con un único propósito: curar

MADRID Actualizado: Guardar
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Bill Viola comentó hace unos años, durante su intervención en la conferencia anual Walter Annenberg que el Museo Whitney dedica todos los años al avance en la comprensión del arte y la cultura, que en la actualidad ciertos museos parecen hospitales. Citaba al director de teatro Peter Sellars, quien también afirmaba que, en ese contexto, las obras de arte son los pacientes, que «deben de estar enfermos».

Recordaba Viola un momento epifánico para él. Sucedió mientras visitaba un museo de arte antiguo en Tokio; se encontró a sí mismo con un folleto dentro de una sala con catorce esculturas. Y entonces sucedió algo: apareció una persona que comenzó a colocar sobre las figuras unos pañuelos blancos.

Al terminar hizo una reverencia y se marchó. Viola manifiesta que esta visitante le dio una lección de cómo encender el arte. A veces –comentaba el artista– ante el arte somos como una persona que recibe un ordenador por primera vez: «Saca la torre, el teclado, el monitor, admira como queda encima de la mesa, pero nunca se preocupa por cómo conectarlo a la electricidad».

Viola ironizaba también sobre aquella frase que reza que quizás se deja en los museos aquello no sabemos utilizar, aunque estoy seguro de que él admira en el arte lo desconocido; al igual que Miquel Barceló declaraba que querría vivir en la cueva de Chauvet «porque forma parte del arte que no somos capaces de entender». O que hay que desencriptar. De hecho, la obra de Viola describe emociones, busca un mímesis potenciada por trucos empáticos como la cámara lenta, el sonido o la luz, para trasladarnos a un lugar abstracto que nos habla de nosotros mismos.

Un arte a modo de criptograma

Pienso en todo esto mientras recorro el MNCARS para ver la obra de Elena Asins (Madrid, 1940 - Azpíroz, Navarra, 2015), cuya explicación del museo nos habla de un arte a modo de criptograma. El Reina se asienta, como si fuera un reto hiperbólico para Sellars, precisamente en un antiguo hospital cuyo origen está en el siglo XVI y Felipe II. Más adelante fue inaugurado como Hospital General por Carlos III a finales del XVIII, y cerrado como tal en el año 1965. Lejos de equivalencias a lo que describía Sellars mediante su retórica sobre otros museos, el Reina es un gran lugar para ver arte. En mi búsqueda de la obra de Elena Asins, visito la instalación de Richard Serra «Equal-Parallel: Guernica-Bengasi» del año 1986. Vuelvo a ver el diálogo entre la pieza de Muñoz «I Saw It in Bologna» del año 1991 y el edificio de Sabatini, y llego finalmente a las dos salas que el centro ha dedicado recientemente a Asins.

La obra de Elena Asins se presenta críptica, precisamente porque buscaba ese lugar que metiera al espectador en una labor de descifrar

Las dos galerías están situadas dentro de la presentación la colección que lleva por título «De la revuelta a la posmodernidad», exposición que se centra en esas décadas de cambios que supusieron los 60 y 70 y que afectaron al arte de una forma radical. Elena Asins forma parte de esa generación de artistas que ampliaron los límites del arte como otros artistas, incluidos en la exposición, como Carl André o Dan Flavin, quienes cambiaron el rumbo de la escultura, o artistas que reescribieron el papel del movimiento del cuerpo en la Historia del Arte contemporáneo, con figuras sobresalientes como Yvonne Rainer o Thrisa Brown.

La obra de Asins se presenta aquí en dos apartados: por un lado, y bajo el título que también tuvo su exposición antológica de 2011 en el mismo museo, «Fragmentos de la memoria», en la que se puede contemplar una selección de su delicada obra en papel. A su lado, una sala de proyección con uno de sus vídeos sobre Antígona: motivo central de la obra de la madrileña durante sus últimos años de vida, y en el que realiza una reflexión en vídeo del drama que cuenta Sofócles. Su visión del drama de Antígona queda para la Historia del Arte por su excepcionalidad y contundencia.

Saltos temporales y espaciales

La obra de Elena Asins se presenta críptica, precisamente porque buscaba ese lugar que metiera al espectador en una labor de descifrar. Y esto nos devuelve a Viola y a su momento epifánico en Tokio. Y a mí me remonta al mío, que se produjo precisamente en mi último encuentro con Elena, pocos días antes de su fallecimiento, visitando, en otro museo nacional, el del Prado, la exposición de Ingres. Recorrimos los espacios, hablamos de los excepcionales dibujos, del carácter de Napoleón en el gran retrato que allí colgaba. Y entonces nos detuvimos delante del cuadro «Edipo y la esfinge». Elena se metió en el cuadro y narró cómo la escena recoge el momento dramático en el que Edipo está resolviendo el enigma final de la esfinge por el que es nombrado rey de Tebas y se convierte en esposo de Yocasta, que es en realidad su madre. Entre sus hijos estará Antígona. Y entonces Elena lo vinculó con lo mismo que ella perseguía en su obra: sus otros enigmas.

No se si algunos museos son hospitales o algunas obras de arte pueden ser pacientes dentro de los mismos. Lo que sí se es que mientras veo el vídeo «Antígona», de Elena Asins, en el Museo Reina Sofía, recuerdo su explicación sobre Edipo con la esfinge en el cuadro de Ingres, lo vinculo a lo que se ve en sus vídeos sobre Antígona y pienso en cómo su propuesta se basó en crear encriptados para el espectador, y entiendo el propósito final de su arte: curar.

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