Eduardo Barco durante la presentación de su exposición en Tasman Projects
Eduardo Barco durante la presentación de su exposición en Tasman Projects - A. de la Torre
ARTE

Eduardo Barco nos manda callar en Tasman Projects

Los últimos cinco años del pintor Eduardo Barco quedan condensados en «Callar Hablar Destruir Construir», exposición individual comisariada por Alfonso de la Torre para el espacio no comercial promovido por coleccionistas Tasman Projects

MADRID Actualizado: Guardar
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Cuando parece que nada se mueve, el más ligero de los gestos se convierte en un vendaval. Eso no les restaría ni un ápice de mérito en un ambiente más propicio, en un baile de coreografía más compleja. Pero toca ahora hablar de uno de esos pequeños pasos, un andar silencioso, casi de puntillas, que avanza hacia nosotros. Sus artífices son dos coleccionistas (no ocultan que provienen del mundo de la empresa, de igual forma que relatan su propuesta envuelta en los papeles de la modestia y del que sabe que sostiene algo muy delicado, pero intenso, entre sus manos), que hace ahora un año decidieron renunciar a dedicar todo el presupuesto destinado a engrosar con nuevas obras su conjunto artístico y utilizar una partida a la puesta en marcha de un sincero programa de mecenazgo.

Ellos son Fernando Panizo y Dorothy Neary. El origen «austral» de esta última –y un tío lejano– es el que aporta el nombre a su espacio de exhibición: Tasman Projects, una antigua sucursal bancaria reconvertida en espacio del que disfrutar del arte, sin que aquello termine de ser una galería (las transacciones económicas se dejan a los profesionales), ni un ámbito extrictamente privado, ya que abre sus puertas a todo el que desee acercarse a su sede en Madrid, en la calle Ferraz, 84, todas las mañanas de sábado.

Que no caigan en el olvido

Desde allí extienden ahora nuestros protagonistas su pasión por el arte y su deseo porque determinados artistas no caigan en el ovido, sin ser ellos ni marchantes como los de antes, ni coleccionistas de viejo cuño: «Teníamos el espacio y teníamos el deseo. Así que nos pusimos en marcha –explican–. Y sólo por el privilegio de trabajar mano a mano con el artista, escuchar de su boca la explicación de su trabajo, nos damos por pagados».

Panizo y Neary seleccionan artistas españoles o vinculados a España, no necesariamente incluidos en su colección personal. El único requisito es que estos trabajen con alguna galería, para evitar así todo el engorro más mercantilista. Por ello el año pasado apostaron por el fotógrafo esloveno Primoz Bizjak, con sus series relacionadas con la ciudad de Madrid, un artista al que por estos pagos hemos visto vinculado a Max Estrella, aunque era la Gregor Podnar de Berlín la que facilitaba el encuentro. Como toda regla tiene una excepción, en este 2017 han apostado por el manchego Eduardo Barco (Ciudad Real, 1970), que, sin embargo, no está representado ahora por ninguna firma.

Una de las piezas de la exposición de Eduardo Barco
Una de las piezas de la exposición de Eduardo Barco

Tal vez por ello se ha buscado un comisario, Alfonso de la Torre, para que haga de cicerone del creador, en una muestra, la titulada «Callar Hablar Destruir Construir» en la que el artista reúne una importante selección de su trabajo de los últimos cinco años. Un lustro en el que Barco dio el salto a la tridimensionalidad, con algunos ejemplos diseminados por el recorrido de Tasman Projects.

De la Torre habla de Eduardo Barco como «Caballero de la Soledad», quizás por esa pulsión del artista por ir a contracorriente, contra las modas. Sus referentes hay que buscarlos más atrás, en las vanguardias históricas, en Palazuelo, Blinky Palermo, Juan Gris, Lygia Clark o Helmut Federle, aunque no en un deseo de homenajearlos, sino de revisarlos y destilar sus enseñanzas –tal y como en su día explicó en su libro «Pensamientos lineales»– a la luz de los tiempos que nos han tocado vivir a nosotros. Que le han tocado vivir a él.

«Un lugar mínimo del espacio puede concentrar el mundo», explica Barco a modo de gran sentencia. En su caso, ese lugar mínimo es su taller, un punto de fuga en el que convergen todas las líneas que tanto le interesan, y que él despliega en forma de pinturas, de dibujos, de grabados, de ensamblajes, escultóricos o más utilitarios (hablamos de muebles). Admite el artista que lo de menos es la escala, que la figura, en su relación con el fondo, tiene que funcionar a cualquier tamaño. Pero se le escapa una confesión: su predilección por el dibujo. Él es más de mimar el papel y maltratar la tela, a la que da pocas oportunidades.

Templo para los peregrinos

Su última exposición en Madrid transforma Tasman Projects –hasta el 15 de marzo y al calor de ARCO y todos los peregrinajes que la feria suscita– en una especie de templo, cuyo reclamo se sitúa ya en los paneles intervenidos en los vanos de esta no-galería que recuerda demasiado a una galería, con su atrio, su nave central y su capilla. En ese atrio, el visitante puede ya degustar «un surtido» de todas las disciplinas acariciadas por Barco. No obstante, el grueso de la propuesta queda para la «nave central» de este improvisado oratorio. Papeles de la «Serie 42», que desembocan en una pintura reciente de gran tamaño; dibujos agrupados por ciclos, junto a esas esculturas que salpican el entorno y en las que su autor habla de equilibrios, de torsiones, del uso de las formas, de su manera de ocupar el espacio y de entender los materiales, la materia prima y «el residuo».

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