LIBROS

Diego Doncel: «Tenemos pendiente dignificar la vejez»

Voz insoslayable de la actual lírica española, su poemario «La fragilidad» se ha alzado con el premio Loewe de este año

Diego Doncel, además de poeta, es novelista
Carmen R. Santos

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El premio Loewe no es el primer reconocimiento que ha obtenido Diego Doncel (Malpartida de Cáceres, 1964). El poeta, novelista y crítico literario y teatral, autor de títulos como los poemarios E l único umbral y En ningún paraíso y las novelas Mujeres que dicen adiós con la mano y Amantes en el tiempo de la infamia , cuenta en su haber con el Adonais y el Café Gijón, entre otros galardones.

«La fragilidad» es un homenaje a su padre fallecido...

Sí, estuvo en coma ocho meses. Durante todo ese tiempo solo vivíamos esperando que despertara. Fue una espera terrible. No sabíamos en qué se había convertido, desconocíamos si, en el fondo de su cerebro, todavía estaba él o no. Aprendimos a conocerlo, a descubrir que tenía sus propios ritmos vitales. Le decíamos que nos mirara con aquellos ojos que no veían nada, le poníamos su música favorita para ver si reaccionaba. En los poemas de La fragilidad cuento todo esto, intento hallar un sentido, y proyecto esa experiencia límite a lo que fue su vida. La vida de un hombre normal.

También rinde tributo a la generación de nuestros mayores...

Sí, él perteneció a la generación que vivió la postguerra cuando era niño. Murió con 63 años. Vio pasar a España desde el más profundo subdesarrollo al país democrático y moderno que tenemos hoy. Para mí es la generación más importante de nuestra historia última: heredaron un país en ruinas, vieron cómo los pueblos se vaciaban por la emigración, se adaptaron a unas nuevas costumbres para las que nunca fueron educados, crearon una familia, consiguieron que sus hijos llegasen a la universidad… Y, finalmente, muchos de ellos han muerto en residencias de ancianos por un virus terrible, sin poder despedirse de nadie, absolutamente abandonados. Por eso, al hablar de la vida de mi padre, de una o de otra forma, también estaba hablando de toda una generación.

«Todo lo que viví con mi padre me cambió. Tuve que reconstruirme muchas veces, tuve que mirarme y saber quién era yo»

Hoy parece que no se valora la experiencia en una exagerada glorificación de la juventud...

Recuerdo a una chica que escribió un tuit diciendo que la pandemia llevaba a cabo una buena labor social: estaba matando a las momias de nuestras residencias. El ser humano es algo más que un trabajador o un consumidor. En realidad, cada ser humano es único, totalmente fascinante. Desde la ilustración, en la Edad Moderna, vivimos una búsqueda de la dignidad de cada hombre y de cada mujer, y eso no tiene que ver solo con la clase social, el sexo o la raza, también con la edad. El mundo actual vive tan rápido que solo sabe crear espejismos, todos los espejismos contemporáneos ensalzan la juventud, pero tal vez tengamos como asignatura pendiente dignificar la vejez.

¿Cómo se fue gestando «La fragilidad»?

Ha sido un proceso largo. Intenté durante mucho tiempo escribir todo esto desde la novela. Pero solo cuando en mi anterior libro de poemas pude, sin buscarlo, hablar de mi padre, el camino se despejó, y entonces encontré la voz que me permitía escribir sobre él de una manera verdadera. Si Adorno se preguntaba cómo escribir después de Auschwitz, yo sentía un interrogante parecido: ¿cómo escribir una experiencia tan traumática, tan profunda? ¿Qué lenguaje podía expresarla? Tuve que descubrir ese lenguaje, esa respiración de las palabras de acuerdo a una experiencia muy traumática. Hay un poema que finalmente no incluí en el libro debido a su extensión, en el que hablo de mi padre acompañando a los ataúdes de los asesinados por ETA que llegaban a Extremadura, del silencio y del espanto que vivían esos pueblos perdidos al recibir a esas víctimas inocentes. Por desgracia lo tuvo que hacer muchas veces. Mi pregunta era: ¿cómo, con qué palabras se puede escribir sobre esa barbarie? Eran chicos humildes, de familias humildes, de una de las regiones más pobres de Europa.

«La pandemia nos ha hecho ver especialmente hasta qué punto somos vulnerables»

¿Le ha servido de catarsis?

Quiero pensar que La fragilidad es una búsqueda de un camino hacia la felicidad o, por lo menos, a un estado de sosiego. Todo lo que viví con mi padre me cambió, tal vez hizo aparecer en mí cosas que de otra manera estarían larvadas. Tuve que reconstruirme muchas veces, tuve que mirarme y saber quién era yo. Después de todo aquello, tuve que recoger mis fragmentos y hacer con ellos una vida. Todo eso quizá me ha llevado a saber que el verdadero valor de mi escritura es crear un territorio moral para que la felicidad sea posible, para que mediante la poesía encontremos un territorio donde la mirada encuentre reposo y pueda descansar.

¿«Meditatio mortis» de tono elegiaco? ¿Pensó en las célebres «Coplas a la muerte de su padre» de Jorge Manrique?

Claro. Trabajé durante mucho tiempo la poesía del siglo XV. En concreto a Jorge Manrique y a su tío Gómez Manrique. Las Coplas … poseen una adecuación entre fondo y forma, contenido y lenguaje que a mí me ha seducido siempre. Es una voz natural, pero extremadamente culta. Y es también una voz moral.

«La literatura no puede ser un mero entretenimiento, aunque debe seducir»

En unos tiempos que esconden el dolor, la enfermedad y la muerte, usted lo aborda con valentía. ¿La literatura ha de poner sobre la mesa lo que no queremos ver?

La literatura no puede ser un mero entretenimiento, aunque debe seducir. No puede ser un objeto de consumo, aunque debe formar parte de la vida de la gente. Me gusta que el poema tengo sus riesgos, que el que escribe se la esté jugando en cada palabra, en cada imagen. Debe situarse en el otro lado, sin ocultar los aspectos más perturbadores de la realidad. Mi libro es grave, incluso duro, es trágico, pero si he logrado acercarme a la verdad, expresar esa verdad, entonces me doy por conforme.

¿También ofrecer esperanza y consuelo?

Sí, eso lo he aprendido del pensamiento ilustrado y, por supuesto, de la literatura clásica. Gran parte de la literatura del siglo XX se mostró demasiado complacida con los aspectos más sombríos. Y ahora tenemos que llevar a cabo la labor de crear espacios morales para que el hombre pueda encontrar refugio, consuelo.

¿Especialmente en estos momentos cuando hemos comprobado con creces la fragilidad del ser humano?

Todo lo que llevamos de este nuevo siglo son pruebas de nuestra fragilidad: terrorismo, crisis económica, pandemia. Y en concreto esta pandemia, esta crisis sanitaria nos ha hecho ser muy conscientes de que hasta qué punto somos vulnerables. Corregí por última vez el libro durante el confinamiento, a veces tenía que dejarlo porque el dolor era insoportable.

¿Cómo le surgen y trabaja las imágenes poéticas? En su poesía no se quedan en meros juegos artificiales...

Me gusta crear imágenes que tengan que ver con mi tiempo, generalmente con la sociedad de consumo en la que vivimos. Imágenes urbanas. El mundo ha sufrido una mutación, estamos conviviendo con la tecnología, rodeados de coches, de publicidad, de medios informativos, de un creciente mundo digital. Me gusta que todo ese imaginario forme parte de mis poemas.

«Inscribiría mi obra en la poesía de la meditación, esa que es capaz de unir sentimiento y pensamiento»

Comenzó su andadura literaria con la poesía, y luego la amplió a la narrativa. ¿Sintió la necesidad de combinar ambos géneros?

Simplemente se trata del material con el que quiera trabajar. Ese material es el que pide el género, bien sea una novela o un poema. De cualquier forma hoy la poesía está preparada para la narratividad, pero la novela ha abandonado la senda que la acercaba a la poesía y eso ha supuesto un descenso en muchos casos de su calidad. Una novela no es solo una historia es también un lenguaje. De cualquier forma tiendo a que los géneros se diluyan. Muchos de mis poemas participan del relato, del aforismo, de las series televisivas, del tratado moral.

¿Seguirá cultivando los dos géneros?

Sin duda. La novela es un instrumento muy poderoso para explicar el mundo de hoy. Están pasando demasiadas cosas para renunciar a escribir sobre ellas.

¿Cómo calificaría en general su poesía? ¿La adscribiría a alguna corriente?

Sí, la de la poesía de la meditación, esa que es capaz de unir sentimiento y pensamiento, esa para la cual todo lo que siente está pensando, como diría Pessoa. Creo que en las últimas décadas es la corriente más importante porque ha logrado unir a poetas que partían de estéticas diversas. La poesía ha conseguido abrir el verso para alojar el pensamiento.

«Mis intereses actuales se dirigen a la literatura del este y del norte de Europa. Me fascinan sus poetas y sus novelistas»

¿Autores de referencia?

Fui muy defensor de la literatura norteamericana última, empecé a escribir sobre ella a finales de los noventa. También de la literatura francesa, sobre todo de la autoficción. Creo que fui de los primeros en llamar la atención sobre escritores como David Foster Wallace, Rick Moody, Richard Powers, Vollmann o Annie Ernaux. Por no citar a Pascal Quignard. No me puedo olvidar en ningún momento de la poesía portuguesa. Pero mis intereses actuales se dirigen a la literatura del este y del norte de Europa. Me fascinan sus poetas y sus novelistas. La raíz clásica de Milosz, de Herbert, de Holan. En la poesía española llamaría la atención sobre la corriente urbana que empieza en los poemas norteamericanos de Juan Ramón Jiménez dentro del Diario de un poeta recién casado.

Ha pasado mucho tiempo desde que Bertolt Brecht escribió «Malos tiempos para la lírica». Pero da la impresión de que seguimos igual...

Como se ha dicho tantas veces la poesía es un enfermo que goza de muy buena salud. La riqueza, la variedad de mundos que se reflejan en nuestra poesía es absolutamente fascinante. Por fortuna, además, somos poetas de la lengua española, más allá de los países. Podemos sentirnos próximos a poetas de América como si vivieran en el portal de al lado de nuestra casa. Las influencias mutuas son el gran valor cultural de nuestra época.

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