ARTE

El desastre inolvidable de Wolf Vostell

El hormigón del MUSAC le sienta realmente bien a Wolf Vostell, el artista alemán de corazón cacereño al que ningún museo español había homenajeado aún con respeto

«Sinfonía para 40 aspiradores», instalación de 1976

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Algunos olvidos son tremendamente reveladores. Veinte años después de la muerte de Vostell (1932-1998), resultaba inexplicable que no se hubiera realizado en ningún museo importante de España una revisión de su imponente obra. Evidentemente, el Museo Vostell de Malpartida de Cáceres mantenía viva la memoria de este alemán que se convirtió en extremeño por obra y gracia, en primera instancia, de la fascinación por Zurbarán , que le llevó a vivir en Guadalupe en 1958. A mediados de los cincuenta había visto en París Tierra sin pan , de Buñuel, que documentaba la pobreza de Las Hurdes , y en su mente se estableció una conexión con los cuerpos famélicos de los supervivientes de los campos de concentración nazis.

Justamente hace seis décadas, Vostell realizó en los Salones de Educación y Descanso de Cáceres su primera individual con cuadros muy coloridos en los que sedimentaba su lectura de los símbolos de Jung , aludiendo a la conjunctio psíquica por medio de la imagen del beso. La exposición del dadaísmo que ese año se montó en Düsseldorf lo impulsó a emplear, a la manera de Schwitters, elementos escatológicos para componer su serie sobre Las Hurdes , encontrando un cauce fructífero para desarrollar el principio dé-coll/age que estableciera en 1954: el avión que cae cuando acaba de despegar es una materialización de las ambivalencias del siglo XX.

Encuentro azaroso

El dé-coll/age es, inicialmente, un encuentro azaroso, por medio del acto de arrancar carteles, en ese «teatro» que, como entendiera Vostell, está literalmente en la calle. Este artista visceral y, al tiempo, intensamente reflexivo señaló que el happening es vida expresada en el límite. A comienzos de los sesenta, se encuentra con Maciun as y colabora en la articulación de Fluxus , que inicialmente promovía una nueva música que surgía de los objetos, los ruidos y el cuerpo.

Vostell mostraba sus distancias tanto con los rituales sangrientos de los accionistas vieneses cuanto con los happenings que Kaprow hacía en EE.UU. dentro de galerías de arte: para él, lo decisivo estaba en utilizar autopistas, aviones, teléfonos, teletipos, el paisaje de los media, tomando también elementos de la psicología de los arquetipos jungianos y de la sociología crítica. Tenía claro que el happening procedía del procedimiento pictórico de Pollock , pero también sostenía que, en vez de utilizar solamente tubos de colores, había que ensamblar los restos obsoletos de la sociedad de consumo.

Este artista consideraba que escuchar dos reactores funcionando durante un vuelo de cuatro horas es «socio-estéticamente» más hermoso e interesante que estar sentado todo ese tiempo durante una ópera de Wagner. Frente a la euforia futurista de la belleza de un automóvil a toda velocidad, Vostell «momificó» ese «objeto civilizatorio» y hormigonó el coche que ya no podía transportarnos más que metafóricamente hacia la catástrofe.

«Son las cosas que no conocéis las que cambiarán vuestra vida», sentenciaba el artista

En la magnífica exposición, brillantemente comisariada por Manuel Olveira, del MUSAC, un museo que es en sí mismo un hermoso «sarcófago de hormigón» , podemos contemplar, entre otras obras canónicas de Vostell, Energía (1973), el coche con un montón de armas dentro, rodeado por panes forrados con periódicos de León en los que apareció el día de la inauguración una hermosa frase de Vostell: «Son las cosas que no conocéis las que cambiarán vuestra vida». En uno de los patíos se ha colocado 130 Km/h (1963), el vehículo que fue arrollado por un tren en una de sus acciones, una espectacular instalación que podría conectarse con las meditaciones de Virilio sobre el accidente original.

Vostell declaró en 1958 que los televisores son el mejor ejemplo de esculturas móviles . En Sun in Your Head (1962), lo que hizo fue grabar uno en el que distorsionaba lo que se estaba reproduciendo por medio de un imán. Un año después enterró en Nueva York otro, un acto ritual que, 50 años después, se amplifica cuando contemplamos bastantes monitores antiguos que ahora solamente transmiten «nieve», obsoletos y más inquietantes que cuando difundían imágenes banales.

Sucesos admirables

El artista advirtió que quería contribuir a la humanización y cualificación de la vida en su época «a través de la conversión de hechos y comportamientos aparentemente insignificantes en sucesos dignos de admirar. El arte puede ser moral» . A través de la destrucción, casi de forma catártica, quería demostrar que la paz es la obra de arte más importante. No se trata, a la manera de Beuys, de que cada hombre sea un artista, sino de que cada persona puede ser una obra de arte. Vostell puso de relieve los escombros de la sociedad para someter a crítica la vida alienada ; el arte no sería nada si el hombre no pudiera expresar su grito esencial en relación con el misterio de la vida.

A Michel H. Lépicouché le confesó que el suceso traumático que impulsa su obra aconteció al final de la IIGM, cuando un avión se estrelló y todos acudieron a contemplar la catástrofe. Lo que se quedó adherido a su mirada fue el cráneo del piloto, enganchado en las ramas de un árbol. Para este artista, al que le interesaba saber qué ruido hace una frase o un pensamiento, la muerte se entrelazaba con el erotismo. La auténtica obra de arte es el cerebro humano . Vostell materializó críticamente el desastre histórico. Su obra es inolvidable.

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