ENTREVISTA

David Wallace-Wells: «El clima también matará a los que vivimos en un rascacielos de Nueva York»

El periodista norteamericano ha escrito un libro de «terror» basado en hechos reales: los que el cambio climático está operando en la Tierra. «El planeta inhóspito» supone un aldabonazo que hará reflexionar incluso a los escépticos

David Wallace-Wells Guillermo Navarro

Esta funcionalidad es sólo para registrados

El periodista David Wallace-Wells (Nueva York, 1982) se autodefine como un estadounidense «mortalmente satisfecho» que un buen día, desde la atalaya del piso 92 de un rascacielos de Manhattan, donde vive, experimentó una epifanía ecológica y entró en pánico al imaginar la galopada de una versión extendida de los jinetes del Apocalipsis : calor, hambrunas, inundaciones, temporales, incendios, falta de agua, muerte de los océanos, aire contaminado, plagas, colapso económico, guerras, caos del sistema...

«Nací en 1982 y crecí en unos años en que todo parecía de color de rosa», señala. «Pensaba en un futuro perfecto en el que el mundo sería más rico, más justo y más interconectado. Ahora todo eso está en entredicho, y el cambio climático tiene la culpa . Ya no es solo que aumente el nivel del mar, uno empieza a contemplar el cuadro en términos más épicos. Mi generación probablemente solo vea el siguiente acto de esta obra». Su libro El planeta inhóspito (Debate) es un largo reportaje exento de eufemismos, un demoledor aldabonazo que hará reflexionar incluso a los más escépticos.

Acaba de celebrarse una cumbre del clima en su ciudad, Nueva York. ¿Sirven para algo estas reuniones?

Es posible que haya sido un éxito a nivel mediático, pero en términos prácticos ha sido un fracaso porque ninguno de los participantes ha firmado un compromiso serio para reducir las emisiones de dióxido de carbono. El Acuerdo de París de 2015 generó un atisbo de esperanza y, cuatro años después, no existe un país industrializado que lo haya respetado. Con el Protocolo de Kioto, adoptado en 1997, ha sucedido lo mismo. Necesitamos tantos cambios y a tanta velocidad que hay que reinventar la diplomacia del clima.

Han pasado casi tres décadas de la histórica Cumbre de Río de 1992 y hemos avanzado muy poco. Entonces había más entusiasmo, incluso más consenso. La impresión es que el discurso negacionista ha cobrado fuerza.

Bueno, puedes ser optimista cuando crees que tienes tiempo por delante para mejorar las cosas. El cambio climático ha sucedido mucho más rápido de lo que imaginábamos. De hecho, en los últimos 30 años hemos dañado el planeta más que en todos los siglos anteriores. Al mismo tiempo, en el aspecto tecnológico estamos mejor posicionados para «descarbonizar» nuestro mundo, ya que contamos con fuentes de energía alternativas. Sé que es más barato producir prosperidad quemando combustibles fósiles y que la transición que los gobiernos deberían pedir a los ciudadanos es muy disruptiva. La opinión pública está a favor de adoptar medidas, hay protestas en las calles, pero... ¿realmente la mayoría quiere cambiar sus hábitos cotidianos? Es necesario un consenso muy amplio para desencadenar un cambio político.

¿Qué le parece que la activista medioambiental más famosa del mundo sea una adolescente sueca de 16 años, Greta Thunberg? ¿Es justa la controversia que genera?

Para mí es una heroína. Evidentemente esto no puede hacerlo ella sola, y lo reconoce, de hecho ondea los papeles de la ciencia para provocar a los políticos. En la reciente cumbre de Nueva York exhibió el informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), esa es la esencia de su discurso. Hace un año era una niña de 15 años sin amigos y que había pasado una depresión muy profunda. Se sentaba junto al Parlamento sueco con una pequeña pancarta y ahora encabeza un movimiento de protesta mundial, y lo hace con mucha fuerza, sin hipérboles ni alharacas, sin buscar el poder ni los focos. Lógicamente no sería tan famosa sin el apoyo de su familia y de organizaciones medioambientales, pero eso no le quita autenticidad. Ha tenido mucho cuidado y no se ha convertido en el rostro de ninguna organización ni lobby político. Su objetivo es casi religioso: la lucha contra una injusticia intergeneracional. Está «aterrorizando» no solo a los adolescentes, sino a los adultos. Creo que nos merecemos sus regañinas.

«La opinión pública está a favor de adoptar medidas, pero... ¿realmente la mayoría quiere cambiar sus hábitos cotidianos?»

Un tipo como usted, con pinta de yuppie neoyorquino, que confiesa que no va a hacerse vegano, que le parece absurdo extender a simios, gallinas y pulpos una protección análoga a la de los seres humanos, y que durante años ha estado voluntariamente engañado con respecto al cambio climático... ¿cómo llega a aterrorizarse?

Soy un chovinista humano que ha vivido toda su vida en Nueva York, valorando la naturaleza como paisaje, sin entender que mi existencia dependía de ella. Era autocomplaciente, pensaba que no me iba a afectar esto. Ahora entiendo que no se puede ser un verdadero chovinista sin aceptar que el florecimiento de nuestra especie depende de la protección de las demás. Cuando la naturaleza está revuelta nuestras vidas también lo están. El cambio climático también matará a los que vivimos en un rascacielos de Nueva York. Me vino como una auténtica revelación: vivo muy arriba, vale, pero... ¿cómo es el aire que respiro, la comida que como, la economía en la que me muevo? ¿Hasta qué punto llevo una vida saludable? Pensé que las personas como yo hemos puesto en solfa el futuro, es algo como muy cinematográfico, y empecé a escribir el libro a partir de ese impulso.

¿Las humanidades tienen algún papel que jugar en la lucha contra el cambio climático?

Esto no es solo un reto científico y tecnológico. Es, desde luego, político, y hasta filosófico si pensamos en la relación con nuestros antepasados y descendientes. El cambio climático va a definir el teatro del mundo bajo el prisma de un libreto dramático.

«No puedes ser un chovinista humano sin aceptar que el futuro de nuestra especie depende de la protección de las demás»

La hipótesis Gaia, de James Lovelock, afirma que la Tierra es un sistema autorregulado capaz de aplicarse su propia medicina. ¿Podría seguir su camino este planeta sin nosotros?

Entrevisté a Lovelock hace unas semanas. Veo viable su teoría. La mayor parte de los científicos del clima piensa que es seguro que la Tierra sobreviviría a los humanos, basta con echar mano de su historial. Ha habido periodos de calentamiento y enfriamiento acompañados por desapariciones en masa de las diferentes formas de vida, pero cada uno de ellos fue notablemente más lento que el actual. La verdad es que me gustaría una Tierra con seres humanos, no quiero ver -ni imaginar- el padecimiento y el dolor de mi propia especie.

Uno de los principales argumentos de los negacionistas es que el calentamiento es un fenómeno natural, que esto ya ha ocurrido antes.

Los escépticos dicen que el planeta lo ha pasado mucho peor que ahora, así que para qué preocuparse. Pero esos episodios tenían lugar cuando no había seres humanos, cuyo desarrollo se produce en una ventana de temperaturas muy estrecha. En cualquier caso, no comprendo este argumento. Sería más reconfortante pensar que estamos al mando del problema. Si no es culpa nuestra eso me daría más miedo porque significaría que no podemos hacer nada para pararlo. En este momento hay tanto carbono en la atmósfera que la última vez que sucedió algo parecido había palmeras en el Ártico. Me aterra, por ejemplo, la historia del antílope de Siberia, críticamente amenazado de extinción por culpa de una bacteria que prosperó en un único verano muy cálido. ¿Podría ocurrirnos algo parecido? ¿Por qué no? Los humanos somos especialistas en adaptarnos, pero me temo que vamos a un escenario en que no vale con escapar del Cuerno de África o estirar nuestros recursos como un chicle.

¿Es posible un deus ex machina que nos salve de la tragedia en el último momento?

Hay tecnologías mágicas -las podríamos llamar así-, pero desplegarlas a nivel global no es viable. Eso sería un «pensamiento mágico». Hace décadas alguien podía haber planteado lo siguiente: ¿Y si inventamos un aparato que capture el dióxido de carbono de la atmósfera? Bueno, ahora lo tenemos, eso es un deus ex machina , pero no lo suficientemente grande para resolver el problema. La solución es política, y pasa por frenar el crecimiento desbocado, por actuar todos a la vez.

Su libro no advierte (ya es tarde para eso), sino que certifica que el siglo XXI será «infernal». Entonces, ¿no hay motivos para la esperanza?

La esperanza es una cuestión de perspectiva. Si lo que esperas es algo como el clima actual, o el que había antes de la revolución industrial, no hay esperanza. Si frenáramos, probablemente tendríamos un aumento de medio grado de temperatura en los próximos años. En vista de los obstáculos, dos grados es una posibilidad bastante realista, lo que implica ya mucho sufrimiento, golpes de calor, tormentas violentas, derretimiento de los casquetes polares, millones de refugiados climáticos... Y esto es el mejor de los escenarios. Nuestros hijos tendrán que habitar un planeta inhabitable.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación