LIBROS

Bernard-Henri Lévy desmenuza las otras consecuencias de la pandemia

El polémico y mediático filósofo francés publica «Este virus que nos vuelve locos», donde alerta del disparate de la medicina espectáculo

Bernard-Henri Levy Ignacio Gil

Gonzalo Pernas

Sí, empezamos a tener una suerte de médicos televisivos metidos a biopolitólogos y un manojo de comentaristas políticos probándose camisas epidemiológicas de once varas. Y Bernard-Henri Lévy (1948) se fija en este tipo de fenómenos en Este virus que nos vuelve locos ; un opúsculo que alerta del disparate de la medicina espectáculo , que proyecta una mirada crítica e inteligente sobre un confinamiento embrutecedor y que finalmente pergeña con tristeza «lo que viene ahora». Esta coda hace buenas las profecías de Virilio y Carl Sagan, y convence con solvencia de que «hay que resistir, cueste lo que cueste, ante este vendaval de locura que azota al mundo ».

Respecto a la primera cuestión y en lo doméstico, comienzan a producirse escenas de un surrealismo lindante con el absurdo, como puede ser la del reclutamiento de influencer s por parte de ese sobrevenido rostro más famoso de España. El termómetro de las redes sociales y los comentarios en la prensa digital ofrece el paisaje sociológico consecuente: sinrazón, que es de lo que va el libro de BHL; pero no solo la milenarista y New Age de los «anti», también la sinrazón mucho más temible del pensamiento único y sus hordas justicieras.

Propaganda infantilizante

En lo tocante al confinamiento se desarrolla el tipo de cuestiones que a muchos se les han pasado por la cabeza: esa tendencia a la frivolización del encierro, que en nuestro país se ha reforzado con buenas dosis de propaganda infantilizante; ese regocijo -no se sabe si humillante o humillado- en la performance de balcón y las bondades de la vida en un «sí mismo» que ha obviado la coerción, la imposición y los problemas éticos de todo el asunto. El polémico filósofo, que gusta del show también, observa lo endiablado de comparar los «diarios de confinamiento» con las reclusiones de Genet, Hölderlin, Proust o Barthes , entre algunas otras no menos egregias. De fondo, una vida de abdicación personal, que es como Spinoza enfocó la cuestión del miedo, si no «exangüe, casi nula, como en Giorgio Agamben».

El termómetro de las redes ofrece el paisaje sociológico consecuente: la sinrazón

Y es que Lévy cita a este otro de los pocos rebelados contra todo el atropello del covid, que no hace mucho resumió la situación señalando que «las limitaciones de libertad impuestas por los gobiernos se aceptan en nombre de un deseo de seguridad creado por los mismos gobiernos». A BHL tampoco se le escapa la oportunidad que la postizquierda ha visto en todo esto, en forma de «suspensión revolucionaria de la economía mundial. La vieja luna marxista de la crisis final del capitalismo mezclada con colapsología. Una de las enfermedades infantiles del socialismo, el catastrofismo remozado. Desastroso. Y obsceno».

Se menciona tanto por la relevancia de la cita como por el hecho de que, esta, es una de las pocas ocasiones en las que el autor tensiona el temple con el que ha escrito prácticamente todo el libro. Y hasta cierto punto se le comprende, porque es algo a lo que en esta parte del mundo también estamos asistiendo, con un trasfondo populista y totalitario que no puede sino perturbar a cualquier espíritu mínimamente crítico. Eso sí, que no se le malinterprete: con Benjamin, Bernard-Henri también ha pensado en la necesidad de parar los frenos de la Historia, y soñado que «los principios ecológicos llegan para quedarse en el espíritu de las leyes».

Invitación intelectual

En resumen, Este virus que nos vuelve locos es una invitación intelectual a replantearse aquella abdicación, aquella claudicación spinoziana; una sugerencia de razonamiento frente al pensamiento pecuario y el relato que lo ceba, simplemente porque la gravedad objetiva de la situación , también el shock que la intervención estatal de los derechos individuales implica, no deberían inmovilizarnos. De ahí aquella apelación que pone fin al libro: «resistir, cueste lo que cueste» para evitar una vida exangüe; un adjetivo que prácticamente podríamos considerar en desuso, y que la Academia define como «desangrado, falto de sangre», o directamente como «muerto». Quizá haya llegado el momento de «hacerlo todo, todo, política, práctica, activa y casi manualmente para evitar que ciertas cosas vuelvan a suceder...». En estos puntos suspensivos está el quid.

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