LIBROS

Banine, memoria de un mundo perdido

Desde el exilio en París, la autora nacida en Bakú narra en «Los días del Cáucaso» su jugosa infancia en una familia de petroleros

Jaime G. Mora

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Criada en una familia de petroleros, Umm El-Bansu Äsâdullayeva (Bakú, 1905; París, 1992) pudo haber vivido de las rentas; la herencia de su abuelo la convirtió en multimillonaria a los trece años, pero su fortuna se esfumó solo unos días después con la llegada del Ejército Rojo a Azerbaiyán. Pudo vivir también al capricho de su marido, el hombre veinte años mayor que la desposó cuando ella tenía quince, pero su rica formación artística a cargo de institutrices europeas y su enfermiza afición a la lectura la empujaron lejos de un mundo que le sentaba como una «prenda incómoda».

En cuanto consiguió un pasaporte se marchó a Francia y allí, lejos de su marido y de una familia atada a las convenciones sociales, fue encadenando trabajos como modelo o secretaria hasta que empezara a hacer traducciones y a escribir en periódicos. Banine , como la conocían en París, aunaba dos mundos: el de los tiempos del estancamiento islámico, un ambiente oculto entre velos y matrimonios de conveniencia, y el de las ansias de libertad occidentales que soñó desde niña mientras leía las obras completas de Maupassant , Flaubert o Victor Hugo .

Fueron sus amigos intelectuales, entre ellos Paul Éluard o Jünger , quienes supieron ver su potencial y la animaron a escribir su vida. Nacida en el año de la primera Revolución rusa, tenía ocho años cuando se declaró la Primera Guerra Mundial y vivió la declaración de independencia de Azerbaiyán, con su padre como ministro del nuevo Gobierno, y la posterior llegada de los bolcheviques, que los persiguieron y les arrebataron su patrimonio. «Yo había visto con mis propios ojos el fin de un mundo», escribe en Los días del Cáucaso (Siruela, 2020), el libro en el que por fin se animó a revisitar su infancia.

Publicado con escaso éxito recién terminada la Segunda Guerra Mundial y olvidado después durante décadas pese a que escribió una segunda parte, Los días de París , Banine correspondió con estas memorias a los amigos ricos e influyentes que la protegieron hasta su muerte. Con una pluma espontánea, ingeniosa, en Los días del Cáucaso , traducido por Regina López Muñoz narra cómo descubrió que la vida puede ser más novelesca que cualquier novela. Y no por los acontecimientos históricos que le tocó vivir, o no solo, sino por lo que descubrió con sus ojos de niña antes de marchar a Francia.

Banine habla sin prejuicios de la mujer musulmana y desmonta muchos tópicos. Lejos de presentar a sus primas y hermanas como víctimas del machismo, las retrata como a mujeres sexualmente liberadas, que llegaban a torturar a sus maridos y que abrazaban la poligamia. Para ellas, «el esposo –muchos hombres practicaban la homosexualidad– no era su enamorado ni su compañero, sino el hombre que le hacía los hijos». Claro que ellas tuvieron una vida sin apreturas económicas y todas, también Banine, debieron pagar el precio de casarse a dedo antes de convertirse en mujeres.

Aquel Bakú era una rica mezcla de rusos, armenios, georgianos y algunos europeos, y Banine lo exprimió al máximo antes de romper con todo, una ruptura geográfica y social. «Ya nada me vincula a ella», anota: «Ni la religión, que abandoné, ni la lengua, pues hoy en día pienso y escribo en francés; ni mi nacionalidad, que ha cambiado, ni los millones perdidos, ni nada, ni nadie. Mi pasado se me representa como una vida anterior». Es una vida que se lee con una mezcla de fascinación y desconcierto, una combinación irresistible.

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