LIBROS

Adolfo García Ortega: «Hoy la cultura está dominada por el uso, abuso y consumo sin criterio»

El escritor vallisoletano publica «Abecedario de lector», confesión de gustos personales y guía iluminadora sobre lecturas y autores

El escritor Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958) Óscar del Pozo
Carmen R. Santos

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Nacido en Valladolid en 1958, desde 1975 vive en Madrid, ciudad de la que confiesa «se enamoró». Cultivador del ensayo, la novela y la poesía, se le considera uno de autores más relevantes de la literatura española actual. Acreedor de varios galardones, entre otros los premios Dulce Chacón y Málaga de Novela, Adolfo García Ortega desarrolla también una tarea como traductor y colabora en varios medios de comunicación como articulista. Su última novela es Una tumba en el aire (Galaxia Gutenberg). Ahora nos regala un maravilloso Abecedario del lector (Paidós), un singular diccionario lleno de sugerencias.

Subtitula su libro «Una guía personal para lectores exigentes». ¿Qué características acompañan a un lector exigente?

Mi intención era compartir con un público medianamente culto una serie de sugerencias particulares, opinativas, sobre libros, temáticas y autores que conforman una literatura de calidad, y cuya lectura es una fuente de placer y de conocimiento. Si defino a ese lector como exigente es porque hay lectores que no lo son. Los respeto, ya que en el formato «libro» cabe todo y, por tanto, cabe también todo tipo de lecturas, pero yo no me dirijo al lector superficial que lee uno o dos libros en vacaciones, por lo general del mismo género. En el Abecedario digo que hay dos clases de lectores: los que leen la misma novela siempre y los que no. Yo apelo a los segundos. A los que son lectores que no se conforman con la lista de los diez más vendidos y buscan por su cuenta, aupándose en los libros y en los autores que les supongan desafío o confirmación. Creo que este tipo de lector entiende la lectura como yo, como una manera de respirar intelectualmente, o como una práctica que se acerca a una expertización, a esa sensibilidad llamada «alta cultura». Susan Sontag decía que «la lectura es una vocación, una capacidad en la que, con práctica, cada quien está destinado a ser más experto». Da igual por dónde se empiece a leer en la adolescencia o en la juventud, seguro que en la madurez se acaba leyendo con refinamiento.

¿Suscribiría usted la afirmación de Borges de que «no me enorgullezco de los libros que he escrito sino de los que he leído»?

¡Ah, Borges, tan maravilloso escritor y tan falsamente modesto! Yo haría una mezcla. He escrito y publicado bastantes libros y no me arrepiento de ninguno. Siempre he tratado de que fuesen libros que no avergonzasen a los buenos libros de mi biblioteca y pudieran convivir con ellos. Pero dicho esto, a esta altura del camino de mi vida, que ya es más del «mezzo del cammin» del que habla Dante, lo que me maravilla y alegra es haber podido leer tantos y tan fascinantes libros a lo largo de los años. La lectura me ha aportado algo impagable, no solo en el placer de la imaginación y la aventura, sino también en el conocimiento y en la hallazgo de ideas para hacer la vida más vivible. Esto me sigue sucediendo, no es algo pasado, sigo buscando y hallando maravillas en los libros. Por eso, acercándome a Borges, he querido hacer un homenaje público a esos libros y escritores y escritoras que tanto me han dado. La cita de Ursula K. Le Guin al principio del libro subraya esa intención: reconocer con alegría la deuda infinita que les debo a mis lecturas.

«Si algo he buscado en este libro es sorprender al lector con lo que no se espera o no sabe o incluso con lo que le importuna o rechaza»

¿Por qué en forma de diccionario? Ya utilizó este fórmula más o menos en «Fantasmas del escritor»...

No exactamente. Fantasmas del escritor está compuesto de fragmentos a modo de mini-ensayos, y en ellos trato de literatura y de cultura en general, también del oficio de escribir. En esta ocasión he buscado el abecedario puro y duro. Es muy tentador partir del sentido azaroso y aleatorio que proponen los abecedarios, que son ordenamientos de cosas heterogéneas a partir del capricho de las letras iniciales. Ahora me he ceñido a los libros, no solo de literatura, también de filosofía o de pensamiento, y además hablo aquí de autores, de ideas, de detalles sobre los que vale la pena fijarse, etcétera. Creo que los abecedarios, como digo en el libro, tienen su mayor atractivo en la arbitrariedad. Desde ahí, la sorpresa es inmediata y si algo he buscado en este libro es sorprender al lector con lo que no se espera o no sabe o incluso con lo que le importuna o rechaza. Es un abecedario muy plural y diverso, y creo que también ameno. Aburrir es el único verbo del que ha de huir todo escritor.

¿La lectura es el mejor de los «vicios»?

Un vicio es un vicio porque uno no puede evitar incurrir en él. Los vicios tienen mucho de placer compulsivo y una parte de descontrol dañino. El vicio de leer, el vicio de los libros, enloqueció a Don Quijote, envenenó el alma de Emma Bovary y perjudicó el de Ana Ozores, por citar unos ejemplos. Los libros abocan a lo imposible, a las quimeras, a los deseos, y, en ocasiones, eso imposible puede acarrear frustración. No obstante, el vicio impune de leer, idea que acuñó un lector generoso como Valery Larbaud, es preferible a otros vicios más pedestres de todos conocidos. Hay un momento en que leer libros se acompasa al ritmo de la vida, se convierte en un movimiento natural, y se integra en los quehaceres cotidianos de las personas. Quien es lector, haga lo que haga, siempre saca tiempo para leer y avanzar en la lectura. Aunque sean unos minutos al día.

«Profundizar en las lecturas adecuadas nos libera de prejuicios, nos vuelve más tolerantes con los diferentes y más intolerantes con los intolerantes»

Entre otros aspectos, se refiere usted a la lectura como «consuelo en la adversidad». ¿Qué nos proporciona fundamentalmente la lectura?

La lectura, entendida como la búsqueda y el hallazgo de textos, historias o representaciones emocionantes que nos aportan una especie de confort y de conformidad con la vida y con nosotros mismos, sirve para muchas cosas. Una historia absorbente o un personaje apasionante, una reflexión útil e identificativa, unos fragmentos profundos de un poema o de un diálogo, en fin, cualquier traslación fuera de uno de mismo para dejarse llevar por la palabra ajena, que es lo que es un libro, tienen efectos terapéuticos, curativos del alma y, desde luego, son trampolines desde los que saltar para superar un obstáculo o hallar una idea feliz.

¿Cómo se puede incitar a leer en un país como el nuestro con paupérrimos índices de lectura?

Las campañas de lectura siempre han sido obsoletas desde su inicio. Además, provocaban rechazo. La lectura solo se puede fomentar en las escuelas, en los planes de estudio. Para ello, habría que integrar en el currículo académico una asignatura que abordase todo lo que aportan los libros, me refiero a saber leerlos, a entender su cualidad de vehículo de ideas, de reflexiones, de debates, de estructuración del pensamiento, pero también para ejercitar la retórica, la expresividad, la exposición del discurso, la comparación entre libros, etc. Y si por un milagro esto existiera, aun así no todos los alumnos serían lectores o lectoras, claro está, pero seguro que lo serían muchísimos más de los que son ahora.

«Habría que integrar en el currículo académico una asignatura que abordase todo lo que aportan los libros, me refiero a saber leerlos»

¿Nos hace mejores leer?

Leer es ya un grado de nivel educativo. Las sociedades cuya población supera el analfabetismo están en disposición de alcanzar mejoras en todos los campos morales. Lo que nos puede hacer mejores es cómo asimilamos las lecturas y cómo somos capaces de leer ideas o literaturas que supongan un contraste con nosotros mismos, incluso una crítica de nuestras propias ideas. Profundizar en las lecturas adecuadas nos libera de prejuicios, nos vuelve más tolerantes con los diferentes y más intolerantes con los intolerantes.

Además de las entradas sobre autores, hay otras sobre ideas, conceptos... ¿Cómo las ha decidido?

Surgieron a partir de la aleatoriedad del abecedario, aunque todas responden a ideas o términos vinculados a aspectos comunes de la vida, pero enfocados desde lo literario. Por ejemplo, humor, hogar, humo, sabiduría, promesas, etc. En cada vocablo aludo a alguna referencia libresca que permite entender determinada obra desde una nueva perspectiva.

De todos los autores a los que se refiere. ¿Podría elegir tres? ¿y por qué esa elección?

Para entrar a ese nivel de lector «exigente», voy a sugerir tres: Kazuo Ishiguro, Franz Kafka y Valle-Inclán. Del primero, que es premio Nobel, me asombran todos sus libros. Es un escritor siempre sorprendente. Del segundo, resaltaría su sentido parabólico, ya sea de humor, de crueldad o de absurdo. Y del tercero, destaco el contraste entre la belleza de las historias y la descarnada parodia de la realidad. Los tres son, además, muy entretenidos.

¿Y tres obras imprescindibles?

Me aventuro con estas al azar, porque es imposible semejante reducción. Propongo La educación sentimental , de Flaubert, el Ulises , de Joyce, y Cumbres borrascosas , de Emily Brontë.

«Sé que es una blasfemia, pero para mí la mejor pluma de la España del siglo XIX es una mujer: Emilia Pardo Bazán»

En el Año Galdós. ¿Qué obra suya recomendaría especialmente?

No soy un galdosiano canónico. Soy de esos galdosianos «por los pelos». Muchas de sus obras me aburren y las considero desfasadas, en comparación con la literatura europea de su época. Creo que en Los episodios nacionales está el Galdós que mejor ha resistido el tiempo, quizá porque la magnitud del proyecto, desde su concepción, es audaz. De Galdós, me atrae más la persona que la obra. Sé que es una blasfemia lo que voy a decir, pero para mí son más interesantes la literatura y la figura de Emilia Pardo Bazán. Sin embargo, la intelligentsia canónica española jamás se atreverá a decir que la mejor pluma de la España del siglo XIX es una mujer.

Confiesa usted que «Moby Dick» es su «biblia laica». ¿Qué es esencial en ella?

Es la mía y es la de muchos escritores, quizá porque es una novela inmensa que lo tiene absolutamente todo. Siempre la he considerado la aspiración de todo escritor. Uno escribe -yo por lo menos así lo creo y así lo busco- para tratar de hacer mi propia Moby Dick , una novela que se acerque un poco a la de Melville. Es, pues, la biblia de mi religión, pues la literatura, ya puestos a ser drásticos, es una religión y muy exigente. Yo milito en esa fe y veo a los escritores de toda época, buenos o malos, como parte de mí, en tanto que somos y queremos ser libros. Si conozco a un escritor de otro país, no me cuesta nada entablar diálogo con él, porque creo que él y yo, en el fondo, hablamos el mismo idioma. No siempre pasa, hay escritores cretinos también, pero lo que importa es lo que ese cretino haya escrito. Hay casos en que obra y autor coinciden en cretinez, claro.

En algunas entradas, está muy presente la ironía...

Sí, buscaba un toque de ironía para lograr un aire de divertimento. El Abecedari o está presidido por el júbilo, por la alegría, no olvidemos que pretende ser un homenaje, como dije antes. Y esa felicidad que me causaba escribirlo me permitía dejar esparcidas por aquí y por allá algunas perlas humorísticas, pequeñas e inocentes maldades que provoquen la sonrisa en el lector. Sobre todo he buscado la sorpresa inesperada y el asombro por lo insospechado.

En la entrada «Low cost» leemos: «Todo, en cultura, ya es así». ¿Se puede cambiar la percepción de que la cultura, la primera que se resiente en la crisis, es prescindible?

La cultura está perdiendo su jerarquización en cuanto a calidad y está dominada por el uso, abuso y consumo sin criterio. Creo que lo que entendemos por creación cultural individual va camino de transformarse en una suma de mainstreams y uniformizaciones falsamente concebidas como originales. Vamos, que estamos descubriendo el Mediterráneo constantemente. Ver exposiciones, viajar, leer, ver cine, incluso ver series de televisión, oír música, todo eso ha pasado a ser usado-y-tirado a velocidad de un consumo bulímico de cultura sin criterio. Ir contra eso es ser exigente. Te tildan de pedante, de marciano o de apestado. Las tendencias, magnificadas en las redes sociales, hacen estragos en el concepto mismo de cultura, hasta el punto de que el único criterio de calidad ya es meramente cuantitativo: si cinco millones de personas leen un libro es porque su calidad es incuestionable, la dan por sentada. Si eres un escritor minoritario, la masa social considera que has fracasado, o que practicas un hobby . Vivimos momentos de gran talento, pero muy mimetizado y repetitivo. Nunca la cultura avanzó por caminos tan trillados como ahora. Un lector exigente, por tanto, es un lector rebelde, que no se cree lo que dicen las contraportadas de los libros y avanza por ellos con perseverancia y curiosidad. Mi libro es una pequeña ayuda a excitar esa curiosidad.

¿Cómo ha vivido el confinamiento?

Han sido unos meses trágicos. Y el mal no ha pasado aún, sigue habiendo miles de muertos y sigue habiendo héroes, todo el personal sanitario que se entrega día y noche. No los olvidemos. Por eso mi confinamiento ha sido con rigor, disciplina, respeto, muy en familia y con rutinas que acortaran los días. Leyendo, desde luego, ya que la lectura, junto con las películas o las series, era lo que más y mejor se podía hacer. He leído y releído bastante. También he pensado mucho en lo que puede suceder en adelante. Y lo que creo es que, como sociedad extremadamente capitalista, hemos llegado al estancamiento. No hay avance, no hay progreso posible. Hay que buscar nuevas vías por las que avanzar, y las únicas vías de salida pasan por las revoluciones líquidas.

«La sociedad actual ha relegado al artista, en tanto individuo, a un espacio paradójico en el que se le impide la posibilidad de profesionalización»

¿Aunque sea con buena intención, ofrecer contenidos culturales sin pagar, como ha ocurrido sobre todo durante el confinamiento, no entraña el peligro de que el público piense que la cultura debe ser gratuita?

Lo entraña y lo certifica. Desde hace tiempo, se está subvirtiendo la idea de industria cultural, como si esta cayera del cielo. Pero es porque esa misma industria ha subvertido, a su vez, el papel de autor cultural. La sociedad actual, tan diversificadora, ha relegado al artista, en tanto individuo, a un espacio paradójico en el que se le impide la posibilidad de profesionalización, mientras se le exprime su capacidad de aportación. Y lo que aportan los escritores, los artistas y los intelectuales es el aire que respiramos en los demás órdenes: el económico, el político, el religioso, el social, etc. El consumo de cultura no puede ni debe ser gratuito, pero tampoco lo debe ser la generación de cultura. Y por ahí vamos por un camino equivocado y lleno de piratas: todo, en materia cultural, hoy en día es objeto de robo. El lector, el espectador, ha perdido la perspectiva de que, a su pesar o no, es ya un ladrón.

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