Noventa años de la Exposición Iberoamericana

La insólita Sevilla que surgió en 1929

¿Cómo sería el urbanismo y el destino de la ciudad si no se hubiera celebrado el certamen?

Fotografía de Sánchez del Pando de la entrada a la Exposición ABC

Eva Díaz Pérez

Con la Exposición Iberoamericana de 1929 Sevilla entró en el siglo XX . El perfil de la ciudad se transformó para estrenar la modernidad abriendo ensanches, ampliando zonas de edificación y expansión inéditas. La Sevilla decimonónica ahogada por los mapas antiguos quedaba atrás gracias al laboratorio de experimentación urbanística que supuso el certamen. Sevilla ya no volvió a ser igual.

Ahora que se cumplen noventa años de aquella celebración es un buen momento para recordar cómo revolucionó el aspecto de la ciudad , aunque las crónicas hablaran del fracaso de la cita por su escaso público y repercusión. Pensemos en cómo sería Sevilla sin la Exposición del 29 rescatando los planos de la ciudad en los años previos a la inauguración.

A comienzos de siglo Sevilla no había resuelto el problema de su ensanche . Aunque la muralla se había deribado casi en su totalidad en las últimas décadas del XIX, varias circunstancias asfixiaban su ampliación. Por la zona este el ferrocarril impedía la expansión al igual que en el oeste lo hacía el Guadalquivir y sus constantes riadas. El área norte contaba con el cementerio creado en el siglo XIX además de que era una zona degragadada de concentración fabril y obrera.

El sur con los terrenos que iban paralelos al río -incorporando su paisaje fluvial- era considerado un lugar de recreo con cierto aire de paseo aristocrático. Allí se levantaba el Palacio de San Telmo con sus jardines que, tras la donación de la infanta María Luisa, se habían transformado en paseo público de hermosas recreaciones vegetales diseñadas por Forestier. Además, todo estaba rodeado de espacios verdes -Jardines de Eslava, Paseo de Cristina de Ribera, Prado de San Sebastián, Salón Cristina o Delicias de Arjona- y amplios terrenos lo que permitía dibujar grandes y modernas avenidas para el tráfico.

El historiador Manuel García Bernal en su libro sobre la Exposición de 1929 apunta que los proyectos de exposiciones tuvieron grandes consecuencias urbanísticas en casi todas las ciudades que acogieron este tipo de certámenes: «Sus recintos se ubicaron normalmente en la periferia de una gran ciudad, en zonas de baja densidad urbana todavía o sin urbanizar. A veces lo hicieron sobre parques, casos de la de Londres de 1851, la de Viena de 1873, la de Filadelfia de 1876 y la de Chicago de 1893. Siempre ocuparon un gran espacio vacío que permitió dotarlas de amplias zonas verdes. Tras la primera experiencia quedó claro que estas manifestaciones tenían el poder de urbanizar sus alrededores, por lo que se utilizaron conscientemente para consolidar algún eje de expansión urbano».

Así Sevilla estrenó una zona sur llena de espacios verdes, grandes avenidas y palacetes de aire aristocrático. Además la revolución del turismo de masas que se inicia a comienzos de siglo se vivió en la ciudad con la creación de nuevos y modernos hoteles como el Alfonso XIII, el Cristina o el Majestic que se convertiría en el Colón. Y se levantan zonas residenciales como Ciudad Jardín .

Sin embargo, el sorprendente aspecto de ciudad señorial y moderna que crea la Exposición en la zona Sur no estuvo exento de polémicas por los intereses de la compra de terrenos rurales que luego se convirtieron en urbanizables.

El certamen tuvo lugar en los últimos momentos de la Dictadura de Primo de Rivera , con un marcado ambiente de corrupción y tratos de favor entre familias poderosas. El terreno de la Exposición -que ocupó 1.343.200 metros- estaba en buena parte ocupado por fincas de propiedad particular cuyos dueños vieron pronto el negocio que supondría para la revalorización de su suelo las inversiones públicas en infraestructuras. Muchos no dudaron en disfrazar de patriotismo una estrategia que escondía una clara expectativa de negocio.

Este hecho también marcó el destino de los edificios de la Exposición, ya que muchos pabellones se levantaron sobre terrenos arrendados y al terminar la celebración tuvieron que ser demolidos.

El certamen impulsó grandes empresas como la reforma del puerto , que mostraba un atraso impropio de una ciudad que había tenido un papel histórico en el comercio de las rutas marítimas. Ya a comienzos del siglo XX se había aprobado un proyecto para construir un nuevo puerto, además de obras necesarias como la corta de Tablada o el puente levadizo de Alfonso XIII .

Las obras duraron varios años, pero finalmente en 1926 pudieron llegar hasta el nuevo puerto barcos de gran tonelaje . Precisamente la imposibilidad de que subieran por el Guadalquivir grandes embarcaciones había sido la razón de la decadencia económica de la ciudad en su momento de gloria. La Sevilla que tuvo el monopolio comercial con América perdió ese privilegio porque la sedimentación de tierra y arena a causa de las mareas y los restos de naufragios impedían la navegación de los galeones de la flota de Indias cargados con toneladas de plata.

La modernidad que imprimió la celebración permitió que se solucionara un problema que había lastrado el progreso de la ciudad. Sin embargo, ya parecía ser demasiado tarde porque Sevilla se había incorporado al proceso de industrialización de forma muy tímida. Así, cuando la reforma del puerto permitió la llegada de buques de amplio tonelaje lo hicieron para transportar el mineral bruto que se extraía del yacimiento del Cerro del Hierro y que se transformaría en otras ciudades verdaderamente industrializadas.

No fue sólo el aspecto de la ciudad lo que cambió con la celebración de la Exposición del 29. También lo hizo su paisaje humano. Antes del certamen las cifras demográficas desvelaban una ciudad altos índices de mortalidad por las condiciones higiénias de las viviendas, de los mercados y la deficiente red de alcantarillado que provocaba la propagación de enfermedades como el tifus o el cólera .

Sin embargo, las expectativas de trabajo y de mejora activadas por el certamen creó un flujo de población del campo a la ciudad en busca de mejores oportunidades. Mientras en 1900 la población era de 148.315 personas en 1930 la cifra asciende a 228.729 .

Fue otro más de los espejismos, de los trampantojos del sueño de la Exposición porque muchos de aquellos campesinos que consiguieron empleo en las obras de la Exposición lo hizo en pésimas condiciones. Se crean así algunos asentamientos chabolistas donde los desheradados del 29 intentarán sobrevivir.

Pero eso era más allá de los límites de la ciudad, en la periferia donde malvivían los obreros. La Sevilla de postal incorporó un perfil nuevo que hoy se considera muy singular: el estilo regeneracionista . A pesar de que en el tiempo de las vanguardias la arquitectura de la Exposición optó por mirar atrás incorporando nuevas lecturas del plateresco, del barroco o el gótico, esta opción ‘pintoresca’ terminó aportando un sello característico a Sevilla. Una ciudad que estrenó nuevos aires, que se incorporó a la modernidad, que transformó su urbanismo y que, aunque con retraso, estrenó el siglo XX gracias al laboratorio que se experimentó en aquella asombrosa ciudad efímera.

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