El Bellas Artes de Bilbao arroja luz a las sombras de Zuloaga

El museo revisa su biografía y su catálogo con la mayor antológica celebrada hasta la fecha del pintor vasco, que reúne un centenar de obras, muchas inéditas

«Retrato de la condesa Mathieu de Noailles» (1913) Museo de Bellas Artes de Bilbao

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La historiografía nos ha contado que había una España blanca, amable, luminosa, representada por Sorolla, y otra España negra, áspera, reseca, pintada por Zuloaga. Quizá ni una ni otra son reales y la verdadera España sea gris, con tantas luces como sombras. El artista valenciano y el vasco disfrutaron en vida de un gran éxito internacional. Sin embargo, mientras el primero ha contado en las últimas décadas con numerosas monográficas (actualmente, sus obras maestras cuelgan en la National Gallery de Londres), el segundo ha caído en cierto ostracismo. Su última gran exposición tuvo lugar en 1990. Desde entonces solo ha habido acercamientos parciales a su figura y su obra (Zuloaga y la belle époque, o un cara a cara entre Sorolla y Zuloaga, enemigos íntimos).

El Museo de Bellas Artes de Bilbao se propuso hace unos años hacer una revisión exhaustiva de su biografía (había lagunas en sus primeros años y en el complejo periodo final) y su catálogo, rescatando la envergadura, trascendencia e internacionalidad del pintor. El último en hacerlo fue Enrique Lafuente Ferrari en los años 50. Esta nueva investigación la han llevado a cabo Javier Novo González y Mikel Lertxundi, comisarios de la muestra. De las 810 obras catalogadas por Lafuente Ferrari se ha pasado ahora al millar. Un centenar se exhibe, hasta el 20 de octubre, en el museo bilbaíno. De ellas, un 60% es inédito. Hay importantes préstamos de la familia Zuloaga, así como de colecciones privadas y destacados museos españoles e internacionales.

1898: un año crucial

La exposición muestra no uno, sino hasta tres Zuloagas, que se corresponden con las principales etapas del artista español más importante del cambio de siglo, con permiso de Sorolla. Arranca con sus primeras obras (1870-1898) y se centra en su producción parisina. Se instala en Montmartre, se codea con Toulouse-Lautrec, Degas, Gauguin y los españoles Casas y Rusiñol, es amigo de Rodin, bebe del impresionismo, el naturalismo y el simbolismo. Hay obras inéditas, como un retrato del músico Erik Satie.

Detalle de «Frente al Moulin Rouge» (1890) Museo Franz Mayer, México

Su estancia en Sevilla en 1897 y, especialmente, su viaje a Segovia en 1898, dan un giro radical a su pintura. Nace un segundo Zuloaga, que anhela atrapar en sus cuadros la esencia, el alma española a través de los tipos y costumbres de los pueblos de Castilla. Pinta en español. Piensa en hacerse torero, pero, para suerte del mundo artístico, cambió los capotes por los pinceles. Se muestra heredero y continuador de la tradición de la pintura española: El Greco, Velázquez, Goya, Ribera... Maestros a los que de joven copiaba en el Prado. Su monumental «Víspera de los toros», presente en la muestra, le proporciona su pasaporte internacional. Es adquirido por el Estado belga. Excepcional retratista, Ignacio Zuloaga (Eibar, Guipúzcoa, 1870-Madrid, 1945) realiza una soberbia galería de vagabundos, mendigos, aldeanos, enanos, manolas, gitanas, toreros, picadores, prostitutas, proxenetas, echadoras de cartas, bailarinas, cantantes, cupletistas, bebedores de absenta, traperos... Muy velazqueños, «La enana doña Mercedes» y «El enano Gregorio el Botero», préstamos del Orsay y el Hermitage, respectivamente.

«La cuestión Zuloaga»

Asimismo, destacan «Retrato de la familia del artista» (Museo Zuloaga, Castillo de Pedraza), respuesta del artista a «Las Meninas», y «Corrida de toros en Eibar», comprado por Carmen Thyssen, que supuso el récord en subasta del artista vasco. Sus primas Cándida, Esperanza y Teodora, hijas de su tío el ceramista Daniel Zuloaga, se convierten casi en un género en sí mismo para Zuloaga. Las retrata hasta en cuarenta lienzos. Como curiosidad, fue un gran retratista de perros. Su producción es una antología del retrato canino.

El artista vasco no ha estado nunca exento de polémicas. Es el caso de la llamada «cuestión Zuloaga». Su éxito internacional contrastaba con sus desencuentros con el entramado artístico español. Hasta 1926 no se le dedica una monográfica en Madrid. Irritó a las instituciones y sus dirigentes, a los certámenes artísticos y sus jurados, a críticos de arte y a la opinión pública. Le acusaban de dar en sus pinturas una imagen pesimista de una España que se deteriora tras la pérdida de las colonias. Su obra era objeto de discrepancias y acalorados debates. Llegaron a acusarle de antiespañol, de ser un falsificador de España y de que su pintura era antipatriótica. Otros, en cambio, creían que su obra es el mejor ensayo de psicología nacional hecho nunca en España.

Coqueteo con el franquismo

Pero hay un tercer Zuloaga que, en su etapa final, se centra en el retrato de personajes refinados de la alta sociedad, así como de los intelectuales de la época: Manuel de Falla (su imagen ilustró los billetes de cien pesetas), Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Azorín... Una etapa que resulta compleja por su coqueteo, en palabras de Miguel Zugaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, con el franquismo. Un episodio que aparece estudiado de manera exhaustiva en el catálogo de la exposición, pero no así en la muestra. No se trata, advierten los comisarios, de blanquear este episodio oscuro en la vida de Zuloaga. Es cierto que el franquismo lo utilizó como propaganda política, se aprovechó de su éxito internacional para dar respaldo al régimen. Pero aseguran los comisarios que, «aunque mantuvo cierta distancia y no se incorporó a la estructura organizativa del franquismo, sí formó parte de su hoja de ruta, aceptando nombramientos y relacionándose con importantes figuras. Fue un gran estratega y aprovechó la oportunidad. Ésta era una forma de promocionar su pin tura». Así fue. Su participación en la Bienal de Venecia del 38 fue una respuesta a la presencia del «Guernica» en el pabellón de la República en la Exposición Internacional de París de 1937. Ganó el premio Mussolini. ¿Por qué se alió con el franquismo? Por su aversión al comunismo, porque su hijo luchaba con las tropas franquistas, por el miedo a perder su patrimonio... Nunca lo sabremos.

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