El Rey: «¡Viva nuestra lengua, viva nuestra hermandad!»

Don Felipe, que ha inaugurado el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española en Córdoba (Argentina), dice que éste «quiere ser una celebración de la fraternidad hispanoamericana»

Don Felipe, durante su intervención en la inauguración del Congreso EP
Bruno Pardo Porto

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Córdoba amaneció trastocada, entre la parálisis de la vida cotidiana y el festejo institucional, con varias calles céntricas cortadas y controles policiales a los viandantes, que no preguntaban por qué, porque ya sabían el motivo. La inauguración del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) llevó a esta localidad argentina –la Docta, por aquí- un despliegue policial digno del G-20, como se comentaba en la entrada del Teatro San Martín, que acogió el solemne acto. «Como si la lengua fuese un arma arrojadiza», añadían a las bromas…

Se encargó de defender lo contrario el Rey, que durante su discurso inaugural aludió una y otra vez al español como elemento de unión de estos dos continentes, un mensaje repetido, también, a lo largo de este primer viaje de Estado a Argentina. «Como los precedentes, este Congreso quiere ser una celebración de la fraternidad hispanoamericana y un renovado compromiso para integrar diversidades, para luchar contra la pobreza y para hacer a nuestros pueblos, mediante la palabra compartida, más cultos, más prósperos y más felices en la libertad», aseveró.

No, la lengua no es un arma arrojadiza, pero sí lo pueden ser las palabras. El «perdón», por ejemplo. Ese «perdón» que exigió el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a Don Felipe por los «excesos» de la conquista, y que sobrevoló algunos de los discursos de la jornada, con el auditorio afinando el oído, escuchando entre líneas. Para muestra, un botón: nada más subirse al atril, el Rey recordó que el primer CILE se celebró en Zacatecas (México) en 1997. Ahí queda.

No fue su única referencia indirecta. Obrador preguntó por la conquista, y Don Felipe habló de las independencias, verdadera edad de oro de la lengua a este lado del Atlántico. «Paradójicamente, el español iba a conocer su mayor expansión con el nacimiento y la consolidación de las jóvenes repúblicas americanas, que hallaron en él el instrumento indispensable de cohesión interna de cada comunidad y de fortalecimiento de los vínculos de relación entre ellas», apuntó. Y por si había alguna duda de cuál era el mensaje que quería transmitir, lo dejó para el final, para su despedida, bien aplaudida: «¡Viva nuestra lengua! ¡Viva nuestra hermandad!»

Antes, por cierto, explicó que una lengua no es solo un código, ni un instrumento, ni un órgano, sino todo eso y todo lo que lleva detrás, que no es poco, y menos en este caso: «Vuestro Jorge Luis Borges —nuestro, también, por universal— dejó escrito que "el idioma no es solo un instrumento de expresión y comunicación sino una tradición y un destino"».

Con la conquista comenzó su intervención Carme Riera, que acudió para explicarla al celebérrimo arranque de «Cien años de soledad», de Gabo, en concreto a ese momento donde decía que «el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». «Me recuerda, siempre que lo leo, al momento en el que los españoles llegaron a América. Era un mundo nuevo en el que las cosas veían, el paisaje, la flora, la fauna, las personas indígenas, carecían de nombre, y, por tanto, había que señalarlas con el dedo», relató. Ahí empezó una historia apasionante de palabras y gestos, de conversión de lo uno en lo otro, de acuerdos y desacuerdos, de entendimiento y confusión, de traductores e intérpretes, de, en fin, lenta conquista de un territorio lingüístico común, ya en el XIX. «En español se dictaron las leyes que hicieron soberanas las nuevas naciones de América», dijo, completando el apunte de Don Felipe.

A otra época más reciente, la de las dictaduras, pero con otro autor del Boom, Cortázar, se trasladó Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, que leyó el siguiente fragmento de uno de los artículos del argentino: «Como tantos latinoamericanos que escribieron y escriben en español a miles de kilómetros de sus patrias, mantengo el contacto con mis hermanos prisioneros o vilipendiados, escribo para ellos, porque escribo en su idioma, que siempre será el mío». La lengua como patria y como refugio, como ave que vuela por encima de las «ocurrencias que ponen en peligro el patrimonio común y la memoria personal» (¿Será otra frase para Obrador?). «La poesía y la lengua materna son el sedimento de la experiencia donde los seres humanos pueden reconciliarse sin mentiras con la palabra verdad», sentenció, con vocación literaria.

Casualidad o no, para el director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado, este congreso es como «Rayuela», la obra magna de Cortázar, pues puede leerse en diferente orden y sentido, ya sea como análisis del futuro del español, como búsqueda de oportunidades en las nuevas tecnologías o como retrato del panhispanismo, ese que tanto impulsó el académico Víctor García de la Concha, ausente en su homenaje por motivos de salud. «Desde la presidencia de la Asociación de Academias de la Lengua, replanteó el método de trabajo académico para hacerlo colaborativo e integrador, fundamentado en el permanente diálogo como vía de consenso entre todas las academias», glosó Muñoz Machado.

Y al panhispanismo se sumó el presidente de Argentina, Mauricio Macri, que se marchó a mitad de la inauguración, con prisa. «La lengua española nos unió a partir de algo tan profundo, tan propio del ser humano, como el idioma que hablamos. Nos permite expresar nuestra maravillosa diversidad», expresó. Y sumándose, queriendo o sin querer, a otra rencilla cultural reciente, reclamó: No nos olvidemos de que la primera vuelta al mundo fue una hazaña española».

En efecto, el CILE es algo así como una suerte de «Rayuela»: un artefacto donde pasan cosas diversas que se conectan a través de la lectura, que nunca es una, sino varias, y que se enriquecen unas a otras. Algo debía sospechar en la puerta de ese abarrotado Teatro San Martín un hombre que, ataviado de Quijote, avisaba: «Los libros no muerden». La lengua, aunque sea solo por cuestiones anatómicas, tampoco.

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