Muere la actriz Verónica Forqué, la eterna ingenua

La intérprete, que había cumplido 66 años el 1 de diciembre, fue encontrada sin vida en su domicilio madrileño

Participó en cerca de un centenar de películas y series televisivas, y en una treintena de funciones teatrales

Verónica Forqué, en una imagen de archivo RAÚL DOBLADO
Julio Bravo

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«La alegría no se puede aprender; o la tienes o no la tienes». Son palabras de Verónica Forqué pronunciadas hace algo menos de siete años, que ahora adquieren un dolorosísimo sentido, después de que la actriz fuera encontrada muerta este lunes por la mañana en su domicilio. El pasado 1 de diciembre había cumplido 66 años, y la sorpresa -más bien estupefacción- producida por la noticia se convirtió enseguida en un dolorido rosario de lamentos entre sus compañeros de profesión, donde se había ganado el respeto y, sobre todo, el cariño. Las redes sociales se volvieron un epitafio infinito donde se destacaban su bondad, su simpatía, su alegría y su generosidad a la hora de trabajar.

Y es que Verónica Forqué, nacida en Madrid el 1 de diciembre de 1955, llevaba toda la vida subida al carro de la farsa. Era hija de José María Forqué , y de la escritora y actriz Carmen Vázquez-Vigo y, aunque empezó a estudiar Psicología, tuvo claro desde muy pronto que quería ser actriz. «Empecé con 19 años. Tener un papá director de cine al que todo el mundo llamaba 'jefe' me encantaba, me parecía lo más. Yo quería dedicarme a eso, quería ser como Conchita Velasco», recordaba en una entrevista la actriz hace poco más de un mes, con motivo de la entrega de un premio en Galicia.

Una mirada abierta y siempre curiosa, una voz característica, aunque difícil, que con los años fue domando -«la voz es la mitad del actor; la otra mitad es el cuerpo, y no estamos concienciados de lo importante que es; la voz es el alma, se lee todo a través de ella»-; su franqueza, su espontaneidad, su cercanía, sus permanentes ganas de aprender y un eterno aire de ingenuidad fueron las armas que la acompañaron desde que se pusiera por primera vez delante de una cámara, en las series 'Juan y Manuela' y 'Silencio, estrenamos'.

Junto a su padre trabajó en los años setenta en películas como 'Una pareja... distinta', 'Madrid, Costa Fleming' o 'El segundo poder', y en otras al lado de Antonio Mercero ('La guerra de papá'), José Luis García Sánchez ('Las truchas') o Carlos Saura ('Los ojos vendados'). En 1978 se sube por primera vez a un escenario. Fue en el teatro Marquina, de Madrid, en una versión de 'El zoo de Cristal', de Tennessee Williams, que firmaba su madre, Carmen Vázquez Vigo , que también la interpretaba. La dirección era de José Luis Alonso .

La sonrisa desbordante

A principios de la década de los ochenta, la pelirroja de sonrisa desbordante empezó a hacerse popular gracias a su participación en series de televisión como 'Ramón y Cajal', donde interpretaba a Silveria Fañanás García, la mujer del premio Nobel, al que encarnaba Adolfo Marsillach , o 'El jardín de Venus'. Pero entonces un joven y heterodoxo director de cine manchego llamado Pedro Almodóvar contó con ella para su película '¿Qué he hecho yo para merecer esto?'; en aquel filme interpretaba a una candorosa prostituta y protagonizaba una surrealista escena junto con Carmen Maura y Jaime Chávarri .

Verónica Forqué volvería a trabajar en otras dos ocasiones con Pedro Almodóvar : en 'Matador' y 'Kika'. La actriz estaba convirtiéndose ya en todo un emblema del cine español. La nómina de directores con los que ha trabajado es interminable: Fernando Trueba, Fernando Colomo, Luis García Berlanga, Basilio Martín Patino, Antonio Mercero, Manuel Gómez Pereira, Mario Camus, Joaquín Oristrell, Juan Luis Iborra, Alfonso Albacete, David Serrano y, naturalmente, José María Forqué, su padre, y Manuel Iborra , con el que estuvo casada desde 1981 hasta 2014, y con el que tuvo a su única hija, la artista María Forqué . Basta repasar media docena de títulos de su filmografía para darse cuenta del lugar que ocupa en nuestra cinematografía: 'La vida alegre', 'Tiempos de azúcar', 'El año de las luces', 'Moros y cristianos', '¿Por qué lo llaman amor, cuando quieren decir sexo?', 'El tiempo de la felicidad'... son solo un puñado de ejemplos.

Pero si se repasa la filmografía de Verónica Forqué se puede ver su presencia generosa en los últimos años en numerosos cortos, dirigidos casi siempre por gente joven en los inicios de sus carreras. «Cuantos más años cumplo, más caso hago del instinto», dijo en una entrevista con ABC hace unos quince años.

Su anubarrada participación en el programa de TVE Masterchef Celebrity -las redes sociales se encargaron ayer de señalarlo- fue su última intervención en un medio, la televisión, que frecuentó a menudo. Series como 'Platos rotos', 'Eva y Adán, agencia matrimonial', 'La que se avecina', 'El hombre de tu vida' y, sobre todo, 'Pepa y Pepe' -donde formaba una singular familia junto con Tito Valverde, María Adánez y Silvia Abascal - la convirtieron en una figura familiar para los españoles.

Pero Verónica Forqué tenía especial predilección por el escenario. «El teatro es el lugar donde soy más feliz y donde me siento más libre», acostumbraba a decir. Tras aquel primer Tennessee Williams al lado de su madre, su carrera teatral incluye una treintena de títulos, desde clásicos como 'Casa con dos puertas mala es de guardar' o 'No hay burlas con el amor', ambas de Calderón de la Barca, y 'El sueño de una noche de verano', de Shakespeare, hasta comedias de Miguel Mihura como 'Sublime decisión' y 'Tres sombreros de copa' y obras de autores internacionales como 'La tentación vive arriba', donde se estrenó como directora; 'Agnus Dei', de John Pielmeier; 'Las mariposas son libres', de Leonard Gershe; Las sillas', de Ionesco; 'Adulterios', de Woody Allen ; 'La abeja reina', de Charlotte Jones ; 'Shirley Valentine', de Willy Russell ; o 'Buena gente', de David Lindsay-Abaire.

Pero hay tres títulos que sobresalen especialmente en la trayectoria de la actriz fallecida ayer: el estreno de 'Bajarse al moro', de José Luis Alonso de Santos (repetiría su inolvidable Chusa en la versión cinematográfica); el de '¡Ay, Carmela!', el icono teatral de José Sanchis Sinisterra ; y 'Doña Rosita, la soltera', de Federico García Lorca , bajo la dirección de Miguel Narros .

Junto a estas obras participó, especialmente en los últimos años, en montajes de compañías jóvenes donde no tenía el protagonismo que cabría esperar de una figura como ella. Títulos como 'El último rinoceronte blanco', 'Franco ha muerto' o 'Las cosas que sé que son verdad' -su último trabajo teatral- son buenos ejemplos de este antidivismo de Verónica Forqué, la eterna ingenua de nuestros escenarios y pantallas.

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