CINCO AÑOS SIN EL MAESTRO DEL HUMOR

Mingote: «¿Para qué sirvo yo?»

Antonio Mingote, de cuya muerte se cumplen este lunes cinco años, era un genio creativo, pero también un tanto desastre en su vida cotidiana. Ante los constantes «reproches» por sus «torpezas caseras» -el café derramado, la tinta en el puño, el dinero perdido-, escribió una carta a su mujer, Isabel Vigiola, cuyo texto, apenas difundido, reproducimos

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Para nada. No sirvo para nada. Excepto dibujar y escribir torpemente, dudosas habilidades con las que, sorprendentemente, me gano la vida y la de los míos, no sé hacer nada más. No sé administrar el dinero que gano (sin mi mujer, se disiparía como el humo) ni elegir mis trajes ni cortarme las uñas de los pies. No sé dónde hay que llamar para que venga un fontanero ni cuidar a un enfermo ni poner una inyección ni consolar al triste. Soy incapaz de hilvanar un discurso medianamente coherente, de mantener una discusión razonable, de mediar con algún éxito en un pleito. No sé nada de economía ni de política ni de astronomía ni de filatelia. No sé encargar por teléfono un pasaje de avión ni comprarme unos calcetines ni buscar un médico.

No puedo recordar cómo se llama esa señora tan simpática con la que comí ayer ni la protagonista de aquella película que me gustó tanto y cuyo título he olvidado. No sé montar en bicicleta ni hablar francés (ni ningún otro idioma excepto el mío y éste con dificultad). No sé comunicarme con mis semejantes (ni con los más queridos) ni programar un despertador ni jugar al póquer ni al bridge ni al ajedrez. Ni cazar ni pescar ni saltar con pértiga más de cuarenta centímetros. No sé cómo se escribe Schopenjagüer, ni resolver una ecuación ni bailar sevillanas ni distinguir un álamo de un chopo. No sé divertirme con las diversiones normales, y no sé nada de toros ni de fútbol. No sé contar chistes y si supiera no recordaría ninguno. No sé guisar. No sé manejar en absoluto un ordenador, muy poco un vídeo y apenas el teléfono. No sé tocar el piano ni las castañuelas ni ningún otro instrumento. No sé bailar. No sé nunca lo que me conviene hacer o decir ni gobernar mis sentimientos ni resolver un conflicto. Y cualquiera puede convencerme de cualquier cosa. No sé patinar ni navegar a vela. No sé cómo hacer funcionar una lavadora ni un lavaplatos ni usar un microondas. No distingo el whisky escocés del americano ni una noruega de una sueca ni un chino de un japonés. Además soy un viejo caduco (caducado) fuera de uso. Soy un completo inútil. Pero algunas personas me quieren. Y si soy capaz de suscitar en esos pocos los gratificantes sentimientos de amor, amistad o camaradería, tendré que aceptar que soy un inútil muy afortunado».

Ver los comentarios