La comunidad pitagórica que soñó Antonio Gala

La Fundación que lleva el nombre del escritor acoge cada año en Córdoba a creadores de todos los ámbitos artísticos a los que ofrece techo y sustento para desarrollar un proyecto

La Fundación Antonio Gala está ubicada en una calle de Córdoba alejada del bullicio turístico FOTOS: VALERIO MERINO

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Hace años, Antonio Gala tuvo un sueño. Él, que empezó a escribir muy joven, siendo prácticamente un niño que aspiraba a contar todo lo que hacía vibrar su espíritu inquieto, imaginó una comunidad pitagórica , bañada de silencio. Aquella aspiración venía de una necesidad, de un hueco que en su infancia, repleta de libros, no logró rellenar: saber cómo se enfrentaba a la creación un pintor, un escultor, un músico… conocer sus modos y herramientas, su forma de ser, sentir y luego crear. Gala consideraba que ese saber compartido le habría ayudado, le habría enriquecido como escritor . Por eso, mucho tiempo después, cuando su trayectoria estaba consolidada y era ya, sin duda, uno de los mayores y más importantes autores en lengua española, quiso tener un gesto de generosidad con las nuevas generaciones .

La primera vez que lo verbalizó, que habló de la posibilidad de crear una Fundación que albergara aquella comunidad, tuvo un par de ofertas. Le llamaron, en concreto, desde Sevilla y Málaga . La década de los 90 despuntaba ya en una España que veía, por primera vez, con algo de realismo la posibilidad de abandonar el pasado gris dictatorial. Pero Gala quería que aquel sueño se hiciera realidad en Córdoba , ciudad en la que pasó su infancia y donde escribió sus mejores obras. Llamó, entonces, a su sobrino, José María Gala, actual director de la Fundación, y éste organizó en Madrid una reunión con responsables del Ayuntamiento cordobés y de la extinta CajaSur. De aquel encuentro salieron varias ofertas de espacios en Córdoba que el escritor visitó personalmente. Finalmente, aconsejado por el arquitecto Rafael de La-Hoz , Gala se decantó por el antiguo convento del Corpus Cristi , en una tranquila calle del centro histórico de la ciudad andaluza, alejada del bullicio turístico y de la actividad comercial.

Las obras empezaron en 1999 gracias al «esfuerzo económico enorme» que hizo CajaSur, según precisa José María Gala, y la Fundación abrió sus puertas en 2002 . Desde entonces, cada año acoge a creadores de todos los ámbitos artísticos ( literatura, artes plásticas y música ) a los que ofrece la tranquilidad de poder desarrollar, durante ocho meses, el proyecto por el que han sido seleccionados, además de techo y sustento. Es el propio Gala quien mantiene económicamente a la Fundación, aunque la entidad cuenta con subvenciones del Consistorio cordobés, la Diputación de Córdoba o la Junta de Andalucía, como advierte su director.

Influencias

Hasta la convocatoria de 2019, el tramo de edad al que debían ajustarse los solicitantes era de los 18 a los 25 años , pero en la de este año, aún vigente (se pueden enviar solicitudes hasta el 31 de marzo), la Fundación ha decidido subirlo hasta los 30. «Ese rango –explica José María Gala– lo decidió Antonio y en aquel momento tenía mucho sentido. De los 18 a los 25 somos más esponjas, estamos más predispuestos a absorber las influencias de los demás, y con el paso del tiempo esa predisposición se va perdiendo». Pero, en las dos últimas décadas, la sociedad ha cambiado mucho, también en el ámbito de la creación, y la Fundación tenía la sensación de que se estaba perdiendo un rango de edad, sobre todo entre los compositores musicales.

La biblioteca de la Fundación cuenta con más de 15.000 ejemplares. Es allí donde los creadores que desarrollan un proyecto literario (en la imagen, Elvira Susín) pasan la mayor parte del tiempo, concentrados en su escritura

Un sol de justicia inunda el patio de la Fundación, que preside un naranjo de doscientos años que ya sólo da flores cada dos. A las dos en punto de la tarde, una campana anuncia que es la hora del almuerzo. Todos los jóvenes acuden prestos, desde sus respectivos rincones creativos: los escritores , Alejandra (Monterrey, México, 1994), Borja (Orihuela, Alicante, 1996), Carmen (Palma de Mallorca, 1996), Elvira (Huesca, 1999), Estefanía (Tijuana, México, 1995), Juan Domingo (Jaén, 1993) y Kevin (Quito, Ecuador, 1993), desde la biblioteca, ubicada en la planta baja y cuya oscuridad nocturna infunde temores en más de uno; los artistas plásticos , Alba (Zaragoza, 1994), Ana (Málaga, 1996), Lucía (Sevilla, 1996), María Rosa (Almería, 1995), Paula (Salamanca, 1995) y Rosa (Granada, 1996), desde los talleres de pintura y escultura, y la violinista , Paloma (Santa María, Brasil, 1994), acude desde el estudio insonorizado que tiene la suerte de disfrutar en soledad y del que ha hecho su templo particular, esterilla de yoga incluida.

El taller de pintura cuenta con una ubicación privilegiada, en la parte superior del convento. Cada artista (sobre estas líneas, María Rosa Aránega charla con el tutor Rafael Jiménez) dispone de un rincón para su actividad

La misma operación se repite a las nueve de la mañana, cuando tocan al desayuno, y a las nueve de la noche, momento de la cena. Todos comparten mesa, mantel e impresiones del día. Y no vale escaquearse, por mucho que las musas reclamen atención. La asistencia a todas las comidas es de obligado cumplimiento porque, según José María Gala , «así pasan más tiempo juntos todos y, además, por una cuestión logística, ya que la Fundación tiene un personal con un horario de trabajo».

Lo «único» que les piden es «exclusividad en el trabajo», dada la «generosidad» de una beca que es vox populi en los mentideros culturales a uno y otro lado del charco (un tercio de las 850 solicitudes que, por ejemplo, recibieron el año pasado venían de México). No hay clases , más allá de las magistrales que reciben de invitados ilustres a lo largo del curso (uno de los últimos, el escritor Antonio Muñoz Molina , quien les abrió los ojos sobre la necesidad de vivir en compañía ante lo solitario del oficio) y cada uno se lo guisa y se lo come en lo que a horarios se refiere, con la salvedad de las comidas.

La «vida real»

El día que reciben la visita de ABC, degustamos un caldo de cocido, fideuá y café, té o las más diversas infusiones, y la conversación deriva, inevitablemente, en el caso Woody Allen y la necesaria, según ellos, separación entre el autor y su obra. A todos, ya sentados en el patio, desde el que se contempla la campana que los Reyes, Don Felipe y Doña Letizia , regalaron a la Fundación y a la que Antonio Gala bautizó como «Felicia» en su honor, les preocupa lo mismo: qué pasará cuando salgan del cobijo de las gruesas paredes (el wifi es una entelequia, según cuentan los residentes) de este convento que hoy es su casa.

La brasileña Paloma Silveira Rossatto (arriba) es la única residente dedicada a la música de la promoción de este año, lo que le da un cierto privilegio, ya que dispone de un estudio musical insonorizado para ella sola

Cuando llegue esa tesitura, el día en el que todos tengan que enfrentarse a «la vida real», por usar sus propias palabras, conservarán, eso sí, un «cordón umbilical» que les unirá, ya para siempre, con la Fundación en la que muchos de ellos nacieron como creadores. «La trayectoria –evoca José María Gala–, en estos casi veinte años, ha sido fantástica, han salido de aquí nombres que ya son realidades importantes en el mundo de las artes plásticas, de la música y de la literatura, y seguirán saliendo. Eso nos indica que el camino que llevamos es el correcto».

Para no salirse de ese camino, cuentan con la ayuda de cuatro tutores , encargados de guiar a los creadores en su proyecto: Ben Clark en poesía, Rubén Jordán en composición musical, María Zaragoza en narrativa y Rafael Jiméne z en artes plásticas y visuales. Ellos también fueron, en su día, residentes de la entidad, por lo que su implicación es casi más una cuestión personal que profesional.

La jornada toca a su fin. Cansados todos, habrá quien decida ver una película en la única televisión que hay (los jueves toca ver «Cuéntame») y otros optaran por refugiarse, ya, en su habitación. El mañana es cuestión de tiempo, y la disciplina obligada si se quiere vivir para crear y, sobre todo, crear para vivir.

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