Vidas de ABC

Blasco Ibáñez, entre la revolución, la tierra y los naranjos

El escritor valenciano fue luz hasta en la muerte y en la añoranza, su eterna compañera

Vicente Blasco Ibáñez ABC

MARI PAU DOMÍNGUEZ

«Al morir un autor famoso, su gloria se agiganta en una llamarada postrera; luego se extingue repentinamente y el gran hombre desaparece, perdiéndose en la sombra. La negra boca de un túnel parece tragarse a las celebridades poco después de muertas» (Artículo «El túnel», ABC, 30 de marzo de 1923).

Vicente Blasco Ibáñez jamás sería tragado por esa boca negra del túnel del olvido y el fracaso que describió con temor, no fuera a ser él una más de esas mediocres celebridades. La vida reserva la gloria para los grandes, aunque haya que trabajarla. Él lo hizo desde su adolescencia sabiendo que la gloria lo esperaría. Y no se equivocaba. Paradójicamente, empezó a llegarle con un declive: el de Europa durante la Primera Guerra Mundial. «Me encontraba en París –le recuerda a su secretario, siempre atento–, donde había ido a probar fortuna con la literatura después de haber quedado en la ruina debido al fallido y delirante proyecto de cultivar inmensas extensiones de tierras con agricultores que se me ocurrió llevar a Argentina desde Valencia. ¿En qué estaría pensando?»

En verano de aquel 1914 estalló la Gran Guerra y Blasco Ibáñez marchó al frente para convertirse en corresponsal . Escribió sus crónicas como lo escribía todo: con una elevación literaria que ayudaba al lector a descender hasta lo más profundo del impacto humano que la contienda provocaba.

Guerra y muerte

–Fue impresionante… El presidente de la República francesa me encargó que escribiera una novela destinada a levantar la moral a los soldados de las tropas aliadas. La llamé Los cuatro jinetes del Apocalipsis : la victoria, el hambre, la guerra y la muerte. ¡Cuidado! –le advierte al secretario–. No pises ese tallo. Ah… esta brisa… cuánto me recuerda a mi tierra.

Resultaría arriesgado aventurar que la guerra la ganaron las potencias aliadas gracias a un libro. Pero lo cierto es que un hecho y otro no pudieron desligarse. En Estados Unidos la conmoción que causó la novela de Blasco Ibáñez no fue comparable a la de ninguna otra obra literaria española. Llegaron a venderse dos millones de ejemplares . En 1919 fue el libro más leído en ese país.

Villa Fontana Rosa, Menton , frontera franco-italiana, días antes del 28 de enero de 1928. Este lugar, asentado entre la montaña y el mar, le pareció a Vicente que podría ser su particular fin del mundo en el que reposar el final de tantas batallas que libró en su vida. Él cree que valieron la pena. «Este túnel guarda un misterio. Nadie sabe qué leyes caprichosas, o inspiradas por una justicia que va más allá de nuestra inteligencia, rigen la vida de su lobreguez, reteniendo a los más para siempre en el olvido y empujando a unos cuantos para que vuelvan a la luz» (Artículo «El túnel»).

«El jardín me habla»

Aquí en su finca, creada de la nada junto a Elena, chilena, su segunda esposa , disfruta observando los miles de peces de los estanques repartidos por los jardines de la villa y dando interminables paseos entre palmeras, ficus y plataneros. «Una de las primeras mañanas del otoño de 1928. Estoy sentado en un banco de mi jardín de Menton. Árboles, estanques, arbustos floridos, pájaros y peces, parecen esta mañana completamente distintos a lo que veo diariamente. Algo sobrenatural anima cuanto me rodea, como si durante la noche se hubieran trastornado los ritmos y valores de la vida. El jardín me habla» ( La vuelta al mundo de un novelista ).

–¡Vicenteee! –no es el jardín sino Elena quien le habla–. Vas a coger una pulmonía, no puedes salir tan desabrigado.

–La Inquisición y las Cruzadas –le dijo al secretario como si no hubiera oído a su esposa–. Estas dos nuevas obras están esperando a que empecemos, amigo. Aunque no será hoy porque me noto algo cansado. No se lo digas a ella.

«Cuando estoy cansado salgo al jardín llano, subo las escaleras al jardín superior, contemplo la inmensidad del Mediterráneo, los golfos y promontorios de los Alpes, y vuelvo a mi biblioteca para seguir escribiendo… Mi jardín es quizás la herramienta de trabajo más importante».

28 de enero de 1928. Vicente tiene que guardar cama . El médico que lo visita en casa le diagnostica una fuerte bronconeumonía, que se complica con la diabetes que padece. En cuanto el doctor se marcha, el escritor desoye la recomendación de guardar reposo absoluto.

–¡Aprovechemos! Empezaré a dictarte mi nueva novela. Se llamará La juventud del mundo .

–¿Y qué pasa con las Cruzadas y la Inquisición? –replica el secretario.

El olor y el color de su tierra

Lleva obsesionado con La juventud del mundo desde hace tiempo pero aún no ha empezado a escribir. Su secretario está convencido de que delira.

–Va a ser mi mejor obra –le dice– porque nunca había llegado a esta madurez intelectual .

Tras lo cual empieza a hablarle de las reformas que pretende seguir haciendo en su jardín:

–Quiero que se parezca a mi amada Valencia , y que me recuerde a cada instante el olor y el color de mi tierra. No soporto no poder salir a ver mi jardín. Llevo aquí encerrado demasiados días.

–No tantos, don Vicente. Hará una semana, si es que llega.

–El tiempo es distinto en cada hombre. Igual que la distancia. Puede que a ti España te quede cerca. Pero yo, en cambio, siento que me hayan obligado a tenerla tan lejos que duele –el escritor sufre ahogos continuos–. Es difícil vivir sin el Mediterráneo…

–Pero si el Mediterráneo lo tenemos a un paso.

–Te equivocas. Este mar se llamará igual pero no es el mismo sin Valencia a su lado. ¿No te parece distinta la luz? ¿Y el cielo? A ver si ahora puedo dictarte –intenta acomodarse para hacerlo, pero le resulta imposible avanzar–. Bueno… vamos a esperar otro rato antes de ponernos.

Y se queda traspuesto unos minutos.

–Llama al médico otra vez, quiero salir aunque sea al jardín. No quiero pisar la calle, sólo mi jardín.

–Don Vicente, eso no es posible. Tiene que hacer caso para curarse pronto.

Pasa un largo rato amodorrado. El secretario va a avisar a Elena. De repente, Vicente pronuncia las que van a ser sus últimas palabras:

–Mi jardín, mi jardín…

A los pocos momentos hace un esfuerzo para incorporarse, como si quisiera cambiar de posición, y cae desfallecido. Sin vida. Sin dolor. Ya sin nostalgia.

«Hay autores que atraviesan el túnel en poco tiempo, saliendo por la boca opuesta al sol de la celebridad histórica; otros necesitan medio siglo o más para volver a la luz; la mayoría queda en el negro pasadizo para siempre». (Artículo «El túnel»). Vicente fue luz hasta en la muerte y en la añoranza , su eterna compañera.

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