Los bares son templos de «sabiduría popular»
Los bares son templos de «sabiduría popular» - Isabel B. Permuy
El origen de los insultos más populares

La filosofía del abrazafarolas: «Que hablen de ti, bien o mal, pero que hablen»

En el frenesí de lo mediático, las conversaciones de barras de bar se han extrapolado a otros campos con muchos más espectadores

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En este mundo de apariencias ha ido cogiendo protagonismo la polémica corriente de captar la atención aunque sea contraproducente para el propio protagonista. «Que hablen de ti, bien o mal, pero que hablen». Y así, en base a este eslogan se extiende todo un submundo de personajes que han potenciado su vida profesional y personal con independencia de quedar continuamente retratados. En el frenesí de lo mediático, las tradicionales conversaciones de barras de bar se han extrapolado a otros campos con muchos más espectadores. Las televisiones se llenan de charlatanes, los estrados ya no son espacios exclusivos para intelectuales y los micrófonos amplifican las voces de quienes en realidad no tiene nada que decir.

Es en estas aguas donde mejor se mueve el abrazafarolas.

Un sujeto que en palabras de Pancracio Celdrán, autor de «El Gran Libro de los Insultos», publicado por la editorial La Esfera, es el típico irresponsable que asume cometidos para los que no está capacitado. «Mezcla de listillo, espabilado y vivales a quien no importa caer en el ridículo si previamente logra hacerse notar o adquirir protagonismo. Vivalavirgen, variedad del juanlanas a quien lo mismo da ocho que ochenta».

Quien recibe esta ofensa debe saber que posee o desprende una imagen con « rasgos propios del don nadie y del lameculos y simplón cuya conducta se encamina al solo fin de poner en los cuernos de la luna a quien considera que puede beneficiarle». El autor bucea en su origen y explica que el término se corresponde «con la figura de chiste que la imagen evoca, de cuyo análisis emana el borracho y calavera que no gobierna sus pasos ni entendederas y se agarra a lo primero que tiene a mano, una farola del alumbrado público».

Este adulador capaz de abrazarse a quien sea con tal de apoyarse y evitar darse de bruces fue uno de los personajes favoritos del célebre José María García. Cuenta Celdrán que el periodista deportivo generalizó su uso en los años setenta (aunque es preciso señalar que la cita se documenta con anterioridad a 1965), acompañado de otros insultos menores:

«En el fondo, (todos éstos) son unos abrazafarolas, unos mindundis, estómagos agradecidos que sirven a quien les paga».

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