Los Reyes, Don Felipe y Doña Letizia, presidieron la presentación del Diccionario del Tricentenario en la RAE
Los Reyes, Don Felipe y Doña Letizia, presidieron la presentación del Diccionario del Tricentenario en la RAE - BELÉN DÍAZ

Reales Academias: una renovación urgente y necesaria para el siglo XXI

Pese a recibir este año 4,3 millones de euros del Estado, reclaman más apoyo económico y reconocimiento social

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Es una sinécdoque habitual escuchar «Real Academia» y pensar solo en diccionarios. En realidad, la Real Academia Española es sólo una más de las ocho que se agrupan en el Instituto de España. Están también la Real Academia de la Historia, la de Bellas Artes de San Fernando, la Nacional de Medicina, la Nacional de Farmacia, la de Ciencias Morales y Políticas, la de Jurisprudencia y Legislación y por último, la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

A menudo, estas instituciones cargan con el prejuicio de ser una especie de refugio para el solaz de expertos que, cada jueves, pasan horas en un edificio palaciego del centro de Madrid. Sin embargo, la realidad dentro de estas Reales Academias es bastante diferente.

En su mayoría, están formadas por profesionales en activo que sortean una constante falta de recursos y, a veces, el desinterés de la administración para mantener en pie instituciones centenarias.

«No es una torre de marfil, al revés», dice Alberto Galindo, físico teórico y presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. «En los últimos 17 años, hemos impartido unas mil conferencias fuera de Madrid, siempre gratuitamente», dice Galindo como ejemplo de su labor divulgadora. Además, elaboran informes de todo tipo, sobre fuentes de energía o cambio climático, y los mandan al gobierno de turno «los quieran o no», dice el presidente, que reconoce que una de las grandes frustraciones es que «no conseguimos que la administración nos consulte».

Esta función asesora de las academias es, quizá, la más desconocida. «La Academia de la Historia realiza una función importante a través de nuestros informes, encargados por el gobierno, las comunidades autónomas o los ayuntamientos», explica Feliciano Barrios, secretario de la Real Academia de la Historia. Desde leyes de patrimonio histórico a declaraciones de bienes de interés cultural, escudos municipales o nombres de cambios de pueblo. «Hacemos desde informes de gran calado hasta, en ocasiones, responder dudas a algunos programas de entretenimiento en televisión, si la contestación que ha dado un concursante es válida o no», dice Barrios.

Servicios y patrimonio

Incluso la de los médicos contempla este servicio. «En nuestros objetivos estatutarios figura que somos auxiliares de la administración de justicia y del estado», explica Joaquín Poch, otorrinolaringólogo y presidente de la RANM, «emitimos informes siempre que nos lo piden». Y por supuesto, la Real Academia de Ciencias Morales, a quienes corresponde «evacuar consultas de interés público, relacionadas con sus fines propios, las cuales son tramitadas a través de los departamentos ministeriales a los que corresponda la competencia», explica Marcelino Oreja, presidente de esta institución. Además, «puede elevar al Gobierno iniciativas relacionadas con las competencias de la Corporación, pero debe de abstenerse de contestar consultas particulares».

Estas ocho academias, a las que habría que sumar las academias que no forman parte del Instituto de España, como las de ingenieros o economistas, u otras regionales, ostentan un patrimonio impresionante. La de Bellas Artes, por ejemplo, es sede de una de las mayores pinacotecas de España, la tercera colección de calcografías de Europa, que incluyen la serie de «Desastres de la Guerra» de Goya, o una importantísima gipsoteca. Incluso, sigue realizando talleres que nunca han sido interrumpidos, desde su fundación en 1752. La de Medicina posee la segunda biblioteca médica histórica del país, la RAH, como indica Barrios «posee una biblioteca cercana al medio millón de ejemplares y un importantísimo gabinete de antigüedades que dirige el profesor Almagro, nuestro Anticuario Perpetuo».

Además, muchas de ellas reciben un patrimonio, procedente de herencias o donaciones, que en los últimos años se han visto obligadas a emplear a regañadientes. En 2009, los Presupuestos Generales del Estado destinaban al Instituto de España y sus ocho Reales Academias 10.519.260 euros, de los que un 37% fue a parar a la RAE. Dos recesiones después, los PGE de 2014 destinaban a todas las academias 4.335.360 euros, apenas medio millón más de lo que la RAE recibió hace cinco años. Estos recortes han afectado fundamentalmente a los gastos corrientes, y algunas confiesan tener problemas para afrontar las nóminas de los trabajadores que velan por el patrimonio histórico, documental, científico o artístico que atesoran.

Recursos y actualidad

¿Cómo obtienen sus recursos estas instituciones más allá de las subvenciones públicas? Principalmente, con patrocinios. «Hacemos una intensa labor de búsqueda de mecenazgos y patrocinios. También es verdad que ser la institución cultural más antigua de España facilita las cosas», dice Javier Blas, coordinador de proyectos y relaciones institucionales de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. «La paradoja es que durante la crisis, la academia ha mantenido, incluso incrementado las actividades culturales, realizadas gracias a estos patrocinios, pero ha tenido ciertas dificultades en cuanto a sus gastos corrientes».

Como también ocurre con el Prado o el Thyssen, la Academia de Bellas Artes ha cedido o compartido espacios para eventos no específicamente culturales. Del mismo modo opera la RAH, que procura «acrecentar el patrimonio que recibimos mediante, por ejemplo, el alquiler de locales», aclara Barrios. Muchas de ellas aclaran que, a día 1 de enero, su presupuesto de actividades es cero, y que todo evento depende de su capacidad para encontrar quién lo financie.

Y finalmente, siguiendo el ejemplo de la RAE, está la edición de obras de referencia como forma adicional de financiación. Un ejemplo de esto es el diccionario biográfico de la RAH o un celebrado volumen lexicográfico de terminología médica editado por la Real Academia Nacional de Medicina. «También estamos trabajando en un diccionario panhispánico de términos médicos, que recoja incluso los modismos o el habla médica vulgar de todos los países en lengua española», dice Poch.

Su reto principal

Pero el principal reto de estas instituciones no está sólo en cuadrar sus cuentas, sino en encontrar su lugar en la época que les ha tocado vivir. «El objetivo fundamental de las Reales Academias es el ciudadano», dice Blas, «si no, no tienen ningún sentido». «Tiene que significar, esencialmente, un servicio a la sociedad», opina el secretario de la RAH, «las academias se deben abrir, mostrar lo que hacemos, ser útiles».

Muchos echan, por ejemplo, en falta que la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas hubiese surgido como referencia en asuntos como el proceso catalán. Y lo desolador es que lo ha hecho. «Estamos realizando grandes esfuerzos para transmitir conocimientos y experiencias a la opinión pública», dice Oreja, «a través de encuentros, seminarios o un ciclo de conferencias que se está realizando actualmente sobre ‘La Cuestión Catalana’, en la que intervienen seis Académicos».

Existe por último otro factor, acaso el único realmente anacrónico, que rodea a las Reales Academias en 2014. Fíjense, todas las voces de este reportaje son masculinas. «Tenemos que abrirnos más a las mujeres, es una cuestión ética tanto como práctica», dice Galindo, que, pese a todo, reconoce ciertos progresos en la Real Academia de Ciencias Exactas. Hace pocos años tenían cero académicas y ahora tienen seis.

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