Cuando los barcos recorrían el centro de Castilla

Científicos ilustrados fueron los artífices del Canal de Castilla, una mastodóntica obra de ingeniería hidráulica

Uno de los fotogramas de la película de 1931 sobre el Canal de Castilla FILMOTECA DE CYL

Pedro Gargantilla

En el verano de 1753 comenzó un proyecto que, al principio, fue depósito de anhelos y, más tarde, testigo de infortunios: comunicar Castilla con los puertos del norte de la península Ibérica.

La idea no era nueva, a comienzos del siglo XVI un grupo de visionarios presentaron a Fernando el Católico el embrión de un plan de navegación fluvial en Castilla y León. Desgraciadamente, el proyecto quedó arrinconado en algún lugar de palacio.

El objetivo de este ambicioso trazado era terminar con el aislamiento que sufría la meseta como consecuencia de su orografía y de su deficiente red agropecuaria . A través de esta vía de agua se podría dar salida a los excedentes agrarios castellanos -cereales, lana y vid-.

Se bautizó al plan hidráulico con el pomposo nombre de «Proyecto General de los Canales de Navegación y Riego para los reinos de Castilla y León», si bien fue más conocido como Canal de Castilla .

Se impulsó durante el reinado de Fernando VI , siguiendo las recomendaciones del Marqués de la Ensenada, y el prestigioso ingeniero Antonio de Ulloa (1716-1795) fue el encargado de su ejecución. Los trabajos fueron realizados en su mayoría por presos y campesinos que no recibían ningún salario a cambio.

Desde Segovia a Reinosa

En sus inicios se pretendía realizar cuatro canales: uno desde Reinosa (Santander) hasta Calahorra de Ribas (Palencia); otro que se prolongaría desde esta ciudad hasta Medina de Rioseco (Valladolid); el tercero uniría Grijota (Palencia) con el río Pisuerga, y el cuarto entre Segovia y Villanueva del Duero (Valladolid).

En síntesis, la idea originaria era hacer transitar el canal entre las provincias de Valladolid, Burgos, Palencia y Sevilla . Un proyecto audaz, al tiempo que arriesgado.

Los problemas no tardaron en llegar. Durante la Guerra de la Independencia y la posterior crisis económica tuvo que ser paralizado, y en 1828, una Real Orden promulgada por Fernando VII, privatizó la ejecución de las obras.

Tres años después, el Estado concedía la explotación del Canal a la Compañía del Canal de Castilla durante ochenta años. A cambio se establecía el compromiso de finalizar las obras en un plazo no superior a siete años.

Las barcazas se movían mediante tracción animal

Arquetas de riego, molinos, fábricas de harina, puentes, almacenes, esclusas, dársenas, acueductos y puentes configuraron un hermoso conjunto etnográfico a lo largo de kilómetros y kilómetros.

A pesar del concierto, la culminación no se produjo hasta finales de 1849 –casi cien años después del inicio-. Poco a poco las embarcaciones comenzaron a hacerse habituales entre los campos de Castilla.

La época de mayor esplendor fue la década comprendida entre 1850 y 1860, durante la cual el número de embarcaciones superaban las trecientas. Paralelo al canal se crearon caminos de sirga, por donde discurrían animales de tracción –bueyes o mulas- que permitían el avance de las pesadas barcazas.

La modernidad trajo a la península un poderoso competidor: “los caminos de hierro”. En 1866 se creó la línea férrea que unía las ciudades Valladolid y Santander. Contra el tren poco o nada se podía hacer, fue el comienzo del ocaso.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.

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