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Fantasmas de Barcelona

Aquella Barcelona, arrabalera y portuaria, donde se escuchaba a Lou Reed y se leía a Camus, ya no existe

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Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro son retos accesibles para la mayoría de mortales, máxime desde que existen los “garden centers”, la inseminación artificial y las plataformas de autoedición. Lo difícil es regar y podar el árbol para que dé frutos; criar al hijo para que sea una buena persona y que alguien lea tu libro. Manuel Calderón (1957) está camino de cumplir el tercero de esos objetivos. Unomasuno Editores publica «Bach para pobres», su debut literario.

Se trata de una novela de juventud escrita con la destreza que otorga la madurez y el conocimiento atesorado tras muchos años vividos con intensidad y con la perspectiva que da trabajar en distintas secciones culturales de algunos de los principales periódicos españoles, como ABC.

Aunque la novela arranca en Esperanza, pueblo inspirado en Peñarroya-Pueblonuevo (Córdoba) donde el autor nació y de donde partió hacia la Barcelona de mediados de los 70; es en la capital catalana donde se desarrolla una trama que se mezcla con el escenario.

Mucho se ha escrito sobre Barcelona como personaje literario. Pla ya lo dejó dicho: Barcelona siempre ha sido «la discusión entrañable». Lo cierto es que no existen dos Barcelonas literarias iguales. Suelen confundirse realidad y vivencias de los escritores para convertir el escenario urbano en un ilustre personaje secundario, puro trampantojo. Aunque no ha sido la intención de Calderón, en «Bach para pobres» se refleja aquella Barcelona de los setenta donde los estudiantes charnegos convivían en cafés con marinos, chivatos y poetas de familias burguesas que bebían coñac. Aquella Barcelona, arrabalera y portuaria, donde se escuchaba a Lou Reed y se leía a Camus, ya no existe, pero en las páginas de su novela se recrea la memoria de aquella ciudad en la que todo estaba mucho más mezclado de lo que luego los estereotipos y los símbolos han construido.

Aunque lleva veinte años afincado en Madrid, Calderón nunca ha cortado el cordón umbilical que le une a Barcelona, donde estudio Filosofía y emprendió la aventura de un adolescente que aspira a ser poeta y descubre la vida real, la sentimental y la política.

Es la actual Barcelona revisitada donde el autor sitúa el tercer escenario de la trama de la novela de la mano de un pianista alemán amante del contrapunto de Bach, en una especie de zurcido de la historia en la que entremezcla los recuerdos personales y los hechos. Una memoria en construcción en la que los fantasmas constituyen los cordones umbilicales del pasado.

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