OPINIÓN CARNAVAL

Censura

«No vaya a ser que tu canto sea un canto diferente, que haga pensar a la gente cuando escuche tus canciones» —Juan Carlos Aragón.

Enrique Goberna

La libertad de expresión es un derecho fundamental, pero su ejercicio conlleva la responsabilidad de contribuir al diálogo social. En lugar de utilizar la plataforma y el altavoz que brinda el concurso para aportar ideas valiosas o reflexiones interesantes, algunos autores optan por parapetarse tras una supuesta censura.

En ese juego retórico que algunos emplean, se camufla la falta de valentía detrás del pretexto de la censura para evitar decir algo verdaderamente crítico. Es solo cobardía disfrazada de protesta. ¿Para qué exponerse al examen del jurado con una letra arriesgada o con la que temamos que estos puedan estar en desacuerdo? Si concursamos es para ganar, pensarán; para lo otro está la calle.

Asistimos los últimos años al arte de eludir responsabilidades. La cultura 'woke' ha llegado al concurso para quedarse. Contra esta solo cabe que autores valientes la desafíen y que esta audacia sea premiada por el jurado, independientemente de la opinión personal que se tenga ante el punto de vista ofrecido. En el concurso ya hemos vivido hace muchos años cómo se ponía en pie el teatro para aplaudir una letra a favor de un determinado tema cuando una hora antes había ovacionado la idea contraria. Y esto en tiempos en los que aún no habían colocado resortes en las butacas para proyectar al espectador a una posición vertical.

La verdadera valentía no se encuentra en el insulto a los de siempre, sino en la voluntad de enfrentar una realidad poliédrica, expresar ideas desafiantes y arriesgarse a ser escuchado en un mundo que a menudo prefiere la comodidad del conformismo.

La única censura que se evidencia en el teatro es la propia autocensura del autor en pos de evitar meterse en determinados charcos. Se está más preocupado por complacer las expectativas del público y el jurado que en dar una opinión arriesgada; la originalidad se sacrifica por una supuesta aprobación social, cuando la sociedad —solo hay que revisar la composición del parlamento— es mucho más plural de lo que se muestra en el teatro.

Esta autocensura perpetúa los contenidos metaconcurseros, que es la solución preferida y elegida por los autores para contentar a todos: aficionados y jurado, sea cual sea su ideología. Que hay que hacer un chiste o un cuplé: pues mejor con el tipo de tal agrupación, o con el estribillo de tal otra. Que hay que hacer un pasodoble: mejor contra el jurado anterior, contra la censura que no les permite expresarse libremente, o contra el aficionado que los critica en redes sociales. Acto seguido despellejan sin piedad al famoso de turno. Criaturitas. Es el profe el que os tiene manía.

Esta deriva metacarnavalera limita la diversidad de ideas, el debate y la confrontación legítima de distintos puntos de vista, convirtiéndose el concurso en monótono y predecible. Quizá sea el camino más corto a una final o un premio, pero lo hiere de muerte. Ya no es, ni de lejos, esa «fiesta de la libertad» que algunos proclaman.

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