Toros

La terna a hombros en un festejo marcado por la falta de casta de los toros de Osborne

Se lidiaron seis ejemplares de Herederos de José Luis Osborne Vázquez, justos de presencia, flojos y descastados

Pepe Reyes

Tras dos temporadas sin toros en San Fernando, abría por fin sus puertas el precioso coso isleño con motivo de una doble conmemoración: el centenario del nacimento del maetro Rafael Ortega y los ciento cincuenta años de la inaugación de la plaza. Para ello se jugó una corrida de la histórica ganadería de Osborne, directa rama del tronco fundamental de Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, con la que se anunciaban Curro Díaz, torero exquisito y de sabor, David Galván, firme promesa de la tauromaquia gaditana, y Ginés Marín, un joven diestro que ya ha triunfado en muchos cosos de importancia. Y a pesar de que los tres matadores salieron a hombros y que se multiplicaran los trofeos, el nivel artístico alcanzado quedó limitado por el comportamiento desrazado de los toros de Osborne . Condicionante que marcaría el devenir del festejo.

Saltó al ruedo en primer lugar un burraco muy en el tipo de la casa, que no mostró celo en las capas pero que permaneció bajo el caballo durante un tiempo prolongado. De embestida sosa y a media altura, la extrema nobleza del animal fue aprovechada por Curro Díaz para esbozar pinceladas de calidad, en una faena en la que fue imposible cualquier atisbo de ligazón y de intensidad. Con una gran estocada despachó el jienense al desrazado ejemplar.

El segundo de la tarde presentaba un pelaje negro y la misma carencia de casta que su predecesor. Circunstancia que impidió el lucimiento capotero del diestro local, David Galván , y proporcionó una lidia espesa y dilatada. Estatuarios y pases por alto constituyeron bello preámbulo de la labor muleteril de Galván, que lastimosamente vino marcada por la contumaz tendencia del toro hacia su querencia de tablas. Manso sin paliativos su enemigo, el diestro de la Isla sólo pudo mostrar entrega, buen gusto y decisión en un trasteo que fue una recia porfía por extraer muletazos. Escaso bagaje para el que llevaba dos temporadas sin vestirse de luces y tanta ilusión tendría depositada en esta cita. Al menos, pudo desquitarse con la feliz rúbrica de una perfecta ejecución del volapié.

Para seguir en la variedad cromática de pelajes, el tercero del encierro lucía capa colorada y ojos de perdiz. Su embestida poseía un temple extraordinario, por lo que Ginés Marín pudo estirarse, con garbo, a la verónica. Pero además de templanza, las acometidas de la res destacaron por una supina sosería y un recorrido limitado. Apuntó un quite con artístio objetivo el jerezano-extremeño pero su oponente ya anunciaba que no iba a permitir grandes momentos de tauromaquia. En lid planteada en los medios, Ginés supo tirar del toro donde intentó con denuedo la ligazón. Y aunque no lo consuguiera, pues sólo podía manejarse entre medios pases, dejó episodios de explícita brillantez que calaron en la concurrencia. Unas pedresinas de escalofriante ceñimiento supusieron prólogo de una estcada rotunda y certera.

También colorado el cuarto , puso en serios aprietos a Curro Díaz en su saludo capotero al perpetrar una colada tremenda e inesperada. Este cuarto, amén de la habitual carencia de casta y movilidad, evidenció también una ausencia preocupante de fuerzas. Arribó al último tercio con un acometer suave, inocuo y entregado, al que Díaz replicó con un toreo despacioso y goteado de cimas estéticas. Pero todo bajo un enojoso aire de intrascendencia, la misma que el toro desprendía. Unos ayudados por bajo precedieron a otra gran estocada.

Colorado y chorreado en verdugo el quinto , tampoco permitió a Galván estirarse con relajo a la verónica. Flojo, distraído y sin raza, el mortecino burel a penas fue picado, en pos de que llegara con cierto hálito de vida a la muleta. Propósito que apenas se obtendría, pues el toro carecía de repetición y de ganas de embestir. El diestro isleño puso en el empeño todo el esfuerzo posible pero su enemigo buscaba las tablas con obstinada reiteración, volviendo grupas a la franela. En tan desagradecida porfía, David Galván hasta resultó arrollado de manera violenta en dos ocasiones, sin consecuencias aparentes por fortuna. Un pinchazo y una estocada eficaz y habilidosa pusieron feliz colofón a su labor.

Sexto un negro mulato al que Ginés Marín recibió con quietud y templaza a la verónica en plástica serie remetada con bella media. Tras una leve vara y un quite de suave trazo por parte de Ginés, se cambió el único primer tercio con algo de contenido en toda la tarde. Y como ocurriera con los cinco ejemplares anteriores, se volvió finiquitar el tercio rehiletero con sólo cuatro palos prendidos y dos pasadas de los banderilleros. Y como también aconteciera con anterioridad, el toro llegaba al último tercio con pocas ganas de pelea. Aunque al menos éste sí evidenció cierto recorrido y un atisbo de motor, lo que fue aprovechado por el diestro para apuntar el toreo al natural y en redondo en una faena que, a la vez que el toro, fue diluyéndos de manera progresiva. No tenía una embestida clara ni boyante el astado, por lo que la labor de Ginés Marín poseyó enorme mérito y destacable solvencia. Salvó tarascadas, domeñó al animal y extrajo tandas de extraordinaria seguridad y poder. Y, para certificar la gran tarde estoqueadora de los matadores, fulminó a su oponente con una perfecta ejecución del volapié.

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