Con 'C' de Cádiz

«Una provincia unida podría ser un diamante»

Luis Gonzalo, jerezano en Cádiz y gaditano en Jerez, lleva intentando unir con su arte los puentes de dos ciudades hermanas y no tan bien avenidas como él desearía

Luis Gonzalo, en su mesa de despacho de su taller.

Alfonso Carbonell

Asomarse en un pispás a la vida de Luis Gonzalo González González (Jerez, 1947) es lo más parecido a montarse en un supersónico y vértelas con el maquis y todas las vicisitudes que se pasaron en la posguerra como ponerte a oler el café que se respiraba en las tascas de los aledaños de la plaza de toros de Jerez allá por los 50. Lo mismo es capaz de transportarte a su infancia para revivir los dos días que transcurrían desde Jerez a Albacete para visitar a sus abuelos como que se sitúa en la Roma y Florencia donde se empapó del arte florentino. Luis Gonzalo no sólo tiene mundo, lo cuenta.

Y si de pie te pega un revolcón a la historia del arte y de la vida en general, sentado ya es cuando paladea cada palabra que ofrece de la misma manera que se deleita con cada pincelada que da a una de sus incontables obras, que se enmarcan dentro de un detallado oficio sobre el soporte en el que descarga su pasión, que va desde la pintura en lienzo, junto a la cerámica, el vidrio, los tapices y hasta los vestidos de flamenca o mantones.

El maestro tiene su taller en la calle Pereira, en el barrio de San José. Allí no entra el wifi porque le resta creatividad. Y vaya si la hay. Y allí, entre cuadros, cerámicas, pinturas, pinceles y tejidos nos atiende un jerezano en Cádiz y sin embargo gaditano en Jerez. Hablar con este payo que quiso ser gitano puede que te quite horas de la mañana pero lo que sin duda da es sapiencia y saber estar para la vida. Y eso, amigo mío, no está pagado con las agujas de un reloj.

-Don Luis, me siento aquí con el miedo de no saber cuándo voy a levantarme porque leer sobre usted es para quedarse sentado. Así que empecemos por el principio.

-Mi vida es un poco especial. Nací en Jerez, en el barrio de Santiago. Mi padre era maestro de escuela y nos trasladamos al Tempul , donde nace el agua. Allí, en San José del Valle, había un colegio en el que se vivía y se convivía y donde estuve hasta los cinco años que ya nos volvimos a Jerez, al barrio de La Plata, donde hay un monumento de Fernando de la Cuadra que está dedicado a la Torre del Agua que viene del Tempul.

Años 40, en el barrio viejo de la Plata.L. V.

-¿Qué recuerdos le quedan de esa niñez en Jerez?

-Estudié en El Pilar de los Marianistas, donde era el único becado. Me llamaba mucho la atención que al ser mi padre del barrio de La Plata vivíamos muy cerquita del barrio gitano viejo de la Plata. Por la mañana hacía vida en los marianistas y por la tarde convivía con los chavales del barrio viejo. Eso es una vida que no todo jerezano ha vivido; convivía genial con dos clases distintas y especiales.

-Buena mezcla. Y muy de Jerez. Pero sobre todo, muy gitana.

-Y tanto. De hecho, tengo un libro que se llamará 'Entre las dos orillas' porque yo tuve la suerte de vivir entre ambas. Y es que verdaderamente había dos orillas, sobre todo entre los años 50 y 60. Eran años en los que en Jerez se veían muchos y diferentes movimientos como el de las empresas vinícolas e industriales. Dejé muchos y buenos amigos tanto en El Pilar como en el antiguo barrio viejo, ya desaparecido en los últimos tiempos de Pedro Pacheco. Muchos de esos vecinos se trasladaron después al barrio de Santiago. En aquellos años ese barrio de la Plata estaba prácticamente marginado por la pobreza pero al que yo iba mucho porque allí estaban mis amigos. Guardo con mucho cariño recuerdos de las hogueras que se hacían en invierno para calentarse la gente pobre que hacía gala de una generosidad enorme y una entrega total. Allí no hubo nunca un problema pese a la miseria. Había muchísima nobleza, una gran convivencia y sobre todo, muy buena gente. El gitano tiene un arte muy especial, muy vivo, pero muy marginado. Es generoso. Yo tuve una abuela que se llamaba Beatriz, bajita y chiquitita. Era de Tarifa y desde pequeño me apoyaba en todo. Ella cantaba y yo le decía 'abuela, tú eres gitana' ante la indredulidad de mi hermana. El cariño que le tengo al mundo gitano lo tengo por mi procedencia del barrio Santiago, donde me integré muy pronto. Mi abuelo también vivía en el barrio de San Miguel, también con esa idiosincrasia gitana de Lola Flores. Soy payo, pero tengo unas vivencias muy interiores de la gitanería de Jerez. Eso que no se despega de uno sin saber muy bien por qué.

-¿En qué medida le influyó esas vivencias en su obra posterior?

-Lo llevo muy presente en todos los puntos de vista literario, plástico, artístico y creativo. Tanto es así que el barrio de la Plata me propuso Hijo Predilecto de Jerez y parece que va por buen camino. No sólo he dado al barrio mucho patrimonio artístico sino que me siento muy unido también a la Iglesia de Santa Ana, desde donde sale la hermandad de la Candelaria, fundada, entre otros, por mi abuelo y mi tío Pedro. Desde siempre he estado muy relacionado con el barrio y la idea es que el mercado de la Plata lleve mi nombre para crear allí un museo interdisciplinar que sirva de cultura y de másters de reciclaje para la gente del barrio y de Jerez, en definitiva, un centro de proyección hacia el exterior. Es posible que colabore el Ateneo Literario, Artístico y Científico de Cádiz para de esa manera servir de enlace con la cultura interprovincial entre Cádiz y Jerez. De hecho, en la planta baja del Ateneo ya hay una muestra interdisciplinar relacionada con la cerámica donde mi segunda patente está trabajada con los vinos del marco de Jerez. Hay que abrir puertas para que Cádiz tenga lo que tiene Jerez y viceversa.

-¿Durante sus estudios en los Marianistas ya va haciendo sus pinitos en el campo del arte?

-Además de empaparme de ese Jerez que he comentado, también, a través de las relaciones de mi padre en el campo de la enseñanza, me acercaba a la Escuela de Artes y Oficios de Jerez. Comencé a hacer amistades con buenos pintores del barrio de la Plata y también con profesores de la Escuela, a la que le debo bastante. Entre ellos, Fernández Lira. Gracias a todos ellos, Jerez me nombró académico de la Real Academia de San Dionisio , algo que me hacía especial ilusión.

-Acaba el llamado Preu (bachillerato superior) en El Pilar de Jerez y...

-Me voy a Sevilla, a la Facultad de Bellas Artes. Paralelamente estaba estudiando el plan 67 de Magisterio para dar clases, que se daba en dos años más las prácticas. Los mejores expedientes de esas promociones ingresaban directamente como funcionarios del Estado sin hacer oposición. Mis primeras prácticas de maestro las hice en el colegio Carmen Benítez de Sevilla a la vez que estudiaba Bellas Artes, que duraba cinco años. Fui el tercer alumno de Andalucía de esa Facultad que terminó el primer doctorado.

-Profesor de magisterio y doctor en Bellas Artes. ¿Algo más a esa edad?

-Pues sí, el servicio militar me llega cuando compaginaba las dos enseñanzas. Me voy a la Armada a San Fernando y me ofrecen una plaza de profesor en vez de irme a un barco o a otro cuartel. Y me destinan al colegio de huérfanos de suboficiales de la Armada de San Fernando que estaba frente por frente a la estación de tren ya desaparecida. Aquello fue el embrión del Instituto Wenceslao Benítez.

-¿Cómo le iba su vida privada entre tanto ajetreo profesional?

-Pues durante el servicio militar me casé en Sevilla con la que es mi mujer, jerezana como yo, cincuenta años después. Tengo dos hijas y cinco nietos. Nos casamos en Sevilla porque mis suegros estaban allí.

-¿Pasa la mili y qué dirección toma?

-Mientras hacía el servicio militar sale una plaza en Escuelas Normales de Magisterio que era mi ilusión porque para ser catedrático o profesor titular de una Escuela Normal de Magisterio había que tener una licenciatura y el título de maestro. Mi ilusión pedagógica era la Institución Libre de Enseñanza, nada que ver con la de los años 30 en Madrid. Entonces, tengo la oferta de ir a Cádiz como catedrático interino a la Escuela Normal de Magisterio y allí, en el Parque Genovés, estoy cinco años. Más tarde se convertiría en la Facultad de Ciencias de la Educación. En 1978 me preparo la Cátedra de Instituto en Madrid, la apruebo y me trasladan a Cartagena, donde nació mi segunda hija en el año que allí estuvimos. Al año vuelvo a Cádiz y me ofrece la Universidad irme al Departamento de Ingeniería mecánica y diseño industrial de la UCA, la Escuela Superior de Ingeniería. Compagino el instituto con la universidad unos años cuando la delegación de Educación y Ciencia de la Junta me ofrece que deje el instituto y me vaya en comisión de servicio a la Escuela de Artes, que era un centro problemático en aquellas fechas porque el edificio (en la calle Tinte) estaba que se caía.

-¿Y da el paso?

-Lo doy. Además, tuve la suerte de montar antes los bachilleres artísticos, que fueron los primeros que se dieron en la provincia. Ya en la Escuela de Arte, por elección del consejo escolar, me nombran director. Dentro de esta etapa de quince años, me llenó muchísimo ayudar a conseguir la Casa de las Artes, que antes de ser creada era una especie de margarita con el 'sí, no, sí no..'. Se hablaba de hacerla en el antiguo Rosario... Total, que finalmente se pudo levantar donde está (al lado de El Corte Inglés) y en donde se fundió el Conservatorio de música, la Escuela de Arte y de Danza. En esos quince años luchamos porque los bachilleres artísticos no solo estuvieran en Cádiz sino que se dieran en las tres escuelas de arte de la provincia así como en los institutos. Otro de los logros que conseguimos bajo mi responsabilidad fueron la creación de los centros superiores en grado de artes gráficas, diseño de moda, industrial...

-¿Qué lucha le ha llevado más tiempo y trabajo y no tanta recompensa?

-Luché bastante en la universidad por crear la Facultad de Bellas Artes en Cádiz. Sería por 2009 cuando, en el Consejo de Rectores andaluces celebrado en Jaén, se consigue aprobar. Era la época de Diego Sales en la UCA. Yo comprendo que son muchas las vicisitudes que ocurren y que cuando por fin ya se tiene la firma de la aprobación se empieza a estudiar en cómo montarla. Va pasando el tiempo y no se crea por falta de sitio, de profesorado, de dinero... En cambio, la Escuela de Artes va por otro lado al mismo tiempo y empezamos a crear los grados con carácter universitario. Al estar yo también en la Universidad, podía ofertar los grados en diseño industrial ya que me interesaba que los alumnos terminasen los grados para poder acogerlos en los másters de mi departamento en la Universidad.

Ya en 2014 me presento a la reelección de director de la Escuela y salgo nombrado, pero renuncio a las dos semanas porque voy viendo que había que hacer mucho más por la cultura y por el mundo de la universidad. Por entonces ya estaba de rector Eduardo González Mazo, que me pidió que ayudara a montar el grado de ingeniería de diseño industrial de la UCA. Ya desde la Escuela Superior de Ingeniería es donde adelanté la jubilación tras 45 años de servicio, pero sin dejar la universidad porque me nombra la UCA profesor doctor colaborador honorario. Jubilado ya es cuando consigo la primera patente a nivel mundial sobre cerámica y reintegración de tejidos, una materia con la que años antes y en colaboración con el Ayuntamiento tratamos de reciclar durante un año a mujeres necesitadas de empleo mediantes cursos de formación.

-¿Son importantes las instituciones para llevar este arte al tejido empresarial de una ciudad?

-Deberían serlo más porque ese proyecto antes mencionado no salió adelante porque Cádiz es muy complicado. Muchas veces las iniciativas se dejan en las orillas. Estamos ya casi que en 2022 y ha habido muchísimos proyectos que se han quedado en la cuneta.

-Usted es considerado jerezano en Cádiz y gaditano en Jerez, y sin embargo su anhelo no ha sido otro que hacer de puente entre ambas. ¿Cómo ve esta relación en cuanto a la cultura?

-Siempre he dicho que el camino es la integración de un Cádiz con Jerez y viceversa. Jerez tiene cerca de 200.000 habitantes y Cádiz 120.000, si los unimos podemos ser casi el doble pero con la idiosincrasia de las dos ciudades. Nos necesitamos las dos. Y lo digo yo, que soy el único hijo adoptivo de Cádiz siendo de Jerez. Todo un honor. Toda mi obra va en función de la generosidad y de la aportación a la sociedad. Y todo, desde una óptica de maestro escuela, que eso imprime carácter. Y lo dice el hijo de un maestro que creó en el colegio Isabel la Católica de Jerez una imprensa para impartir la primera formación profesional en artes gráficas. Todos esos alumnos se colocaban luego en la pujanza industrial de aquel Jerez. Por todo ello, siempre me he querido mover desde la generosidad y dono muchas de mis obras a todas las instituciones a las que pertenezco.

-¿Por qué cree que no existe esa colaboración entre ambas ciudades hermanas?

-No sé si hay ese entusiasmo que yo tengo porque todo está parado. Y en Cádiz mucho más porque Jerez quiere ser para el 2030 la capital cultural de la provincia y ese es el carro al que me quiero montar como una gota de agua más. Esto se lo digo yo a mi gente del Ateneo de Cádiz, que es una bandera cultural dentro de la ciudad. No debemos perder ese compás con Jerez. Apoyemos a Jerez porque Jerez apoyará a Cádiz. Todo esto es darle vida a Cádiz, porque yo cuando digo Cádiz me refiero a la provincia entera. Una provincia unida podría ser un diamante. Un amigo mío que fue político jerezano de los inicios de la democracia me decía con razón. 'Yo si fuera alcalde de Cádiz hacía encaje de bolillos con la provincia'. Es decir, traer y llevar proyectos interesantes de un lado para otro con el fin común de crecer. Todos tenemos matices pero todos son negociables y podemos llegar a consensos. El que vale, vale y el que no que descanse.

-Hablemos de sus aficiones.

-Tengo dos, el fútbol y los toros. Desde el año 72 no me pierdo ningún partido del Cádiz. Ya desde antes venía de vez en cuando con mi padre a ver al Cádiz. También veía al Xerez Deportivo, que también tiene su idiosincrasia especial con su jerecismo aunque yo también veía de vez en cuando al Jerez Industrial, su competencia en la ciudad.

-Su taller está lleno de creaciones. ¿No le vendría mal pasar por aquí a Cervera para empaparse de creatividad un poco?

-(Risas) Sí, sí, sí, pero cuando estemos más desahogados. Ya en serio, hablemos también aquí de generosidad. No debemos olvidar de donde nos ha sacado este gran entrenador. Y lo hizo con este mismo estilo de ahora, que es muy parecido al del Atlético del Cholo, del que también soy seguidor. Como soy muy impetuoso, me gustan esta clase de entrenadores. El fútbol es un arte y hay que ganar los partidos con emotividad, pero también hay momentos que nos venimos abajo y este puede ser uno de ellos. Tanto los jugadores, como el entrenador. Espero que ahora vengan jugadores nuevos con emotividad y podamos subsanar esto. Esto en cuanto al equipo, porque en cuanto a la idea del estadio me parece absurda. Es como si un amigo que ha perdido el trabajo te dice que se quiere comprar un chalet. ¿Cómo se pagará eso si bajamos algún día?

-El toreo, un arte del que hace arte. ¿Cómo llega a él?

Tauromaquia. L. V.

-Lo aprendí en el barrio viejo de la Plata. Mi abuelo era manchego, de Albacete. Y para venir desde allí se tardaba cerca de dos días. Nosotros, para ir a verlos en Navidad, teníamos que salir a las 8 de la mañana de Jerez para llegar a Alcázar de San Juan (Ciudad Real) a las 23. Allí recuerdo que nos metíamos en el cine a ver una película para hacer tiempo hasta que cogíamos el tren 'el catalán', que ya nos llevaba a Albacete, donde llegaba a eso de las dos de la tarde. Pues todo eso se hacía mi abuelo, gran aficionado a los toros, para venir a la feria de Jerez. Nos sacábamos el abono y veíamos torear a Curro Romero y Rafael de Paula, al que conocí de novillero. Lo conocía de antes porque frente por frente de mi casa estaba el almacén de Joselón, en la barriada de la Plata número 2, al que solía ir Rafael de Paula. Me acuerdo porque el almacén olía a sardinas en arenque y yo veía a mi amigo Rafael comerse más de un arenque como novillero. Fuimos a verlo a su alternativa y de ahí me viene mi afición taurina porque como decía Lorca, 'no sé de toros, pero me gusta el color, el olor a albero, el frescor del botijo y el olor a café de las tascas y los bares que están alrededor de la plaza'. Hablamos de lo que ya no hay, pero eso lo tengo impregnado y ahora cuando voy de nuevo a los toros voy buscando esa esencia, ese olor a café, eso olor a puro de mi gran amigo Diego Sánchez del Real , ya fallecido. Me gusta más el toro que el caballo, que aunque sea más estético, más limpio y pueda tener un aire más señorial no tiene la fuerza y el brío tan especial del toro y ni mucho menos su mirada tal y como dicen lo buenos toreros, que lo primero que hacen en cuanto sale de chiqueros es mirarle a los ojos.

-¿Y todo ello le sirve para llevarlo a su obra?

-Y tanto. García Lorca decía que él se acercaba más a la parte pictórica y plástica del mundo del toro. Tanto es así que en los años 80 yo le hice un homenaje en el salón de actos del colegio Safa San Luis a la plaza de toros de El Puerto con el apoyo de todas las peñas taurinas de la provincia. Fue precioso porque pusimos seis grandes caballetes con los paños rojos de la fiesta y representando las suertes de la fiesta. Y hasta sacamos un séptimo que hizo de sobrero. Fueron los cornetines vestidos a la antigua usanza con sus clarines en el escenario y también la banda de música de la plaza de toros. Mi procedencia pictórica está en el mundo del dibujo. Yo, por mis estudios, soy muy florentino, pero ante todo soy muy artesano porque hay que serlo para ser artista. Además de ser creativo, hay que conocer el oficio. Y hoy en día ni hay oficio y hay una creatividad en el arte muy relativa. Hay que conocer el oficio y la temática, como por ejemplo en el mundo del toreo Morante.

-¿Puede decirse que a pesar de los avances y demás, todo aquel que no sepa cómo huele una plaza de toros sería incapaz de pintarla?

-Exacto. Y eso pasa con todo. Con un estadio como los de antes que olía a césped recién regado, o el albero mojado de una plaza. Ese bofetón, ese olor. Lo mismo que fuera de la plaza era el olor a serrín de las tascas, o al humo del tabaco o de los puros. Se olía a 40 metros. Y todo eso, quieras o no, enriquece y da creatividad. Va intrínseco a la obra del artista que quiere llevarlo al lienzo.

-Creó hace unos años su propia Fundación Luis Gonzalo. ¿A qué se dedica?

-Es una fundación un poco especial porque no recibo nada y lo que doy es todo para la cultura. Hemos dado premios a la Escuela de Ingeniería, también se lo dimos al colegio Isabel la Católica de Jerez, al barrio viejo de la Plata y a varios personajes más. De hecho, este año se lo hemos dado a la Escuela de Arte de Cádiz, esa a la que renuncié a su dirección por buscar otro entusiasmo y otras vías para llegar. Básicamente, quiero que sea una fundación que se dedique a la sociedad y de ahí las donaciones que hago a distintas insituciones como ayuntamientos, universidades, el Ateneo de Cádiz...

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