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Una declaración de intenciones
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Una declaración de intenciones

27.03.13 - 07:32 -
Una declaración de intenciones
Imagen cedida por el periódico del Vaticano Osservatore Romano de los cardenales en la basílica de San Pedro concelebrando la misa votiva "Pro eligendo Pontifice". / Efe

Deusdedito, Agatón, Conono, Sisino, Formoso, Sabiniano. No es un trabalenguas, son algunos de los nombres de los pontífices de la Iglesia católica. En una institución bimilenaria, las palabras con se designa a los papas llaman la atención tanto por su riqueza como por su extravagancia. Por añadidura, el nombre que se elige tiene un componente ideológico y sirve para anunciar el programa y líneas maestras de su pontificado. El elegido por Jorge Mario Bergoglio, Francisco I, es inédito en la lista de papas, y sinónimo de austeridad y obediencia al espíritu del Evangelio.

A juzgar por las apuestas que se cruzaban en Reino Unido, un buen nombre hubiera sido el de León. El que inauguró la saga, León I el Magno (440-461), fue famoso porque se entrevistó con Atila, rey de los hunos. Sus hagiógrafos resaltan su poder de persuasión, pues por lo visto le convenció para que no arrasara Roma. Otros, en cambio, dicen que el poderoso caudillo se abstuvo de marchar sobre la ciudad debido a la hambruna y las epidemias que asolaron su ejército. El último de los 'leones' es el que hace el número XIII, autor de la encíclica 'Rerum novarum', dedicada a analizar la cuestión social y el problema obrero, lo que supuso un intento de aplacar las veleidades de los trabajadores por las ideas revolucionarias.

A lo largo de la historia los papas han seleccionados hasta más de 80 nombres distintos, aunque el más elegido es el de Juan, empleado en 23 ocasiones, seguido de Gregorio (16), Benedicto (16), Clemente (15) y León e Inocencio (13). Con Bergoglio se rompe la tradición, pues ha elegido un nombre que nunca ha figurado en la nómina pontificia.

Juan Pablo I fue el primero en apostar por un nombre compuesto, al unir los nombres de dos pontífices anteriores, Juan XXIII y Pablo VI. Secundó el ejemplo Karol Wojtyla al abrazar el de Juan Pablo II. Ratzinguer fue entronizado como Benedicto XVI en señal de tributo al fundador de la orden benedictina y homenaje a Benedicto XV, quien se propuso recristianizar Europa.

La costumbre de elegir un nombre para dirigir la Iglesia católica se remonta al año 532. Hasta entonces, todos los hombres que tomaron las riendas de la institución usaron su nombre de pila. Con la llegada al trono de Mercurio 'el Romano', hubo que reconducir las cosas. Era imposible gobernar con un nombre de resonancias tan paganas. Así, el afectado optó por llamarse Juan II, en homenaje a su predecesor, Juan I, un fraile que llegó a ser el primer pontífice en viajar a Constantinopla.

Halo negativo

Algunas denominaciones tienen un halo negativo. No habría estado bien visto llamarse Celestino, sobre todo teniendo en cuenta que Celestino V renunció al ministerio petrino en 1294, tal y como ha hecho Benedicto XVI siete siglos más tarde.

En la nómina de papas ilustres por la excentricidad de su apelativo ocupa un lugar destacado Aniceto (98-166), un papa que declaró la guerra a las melenas. Prohibió a los clérigos que llevaran el pelo largo, una costumbre que secundaron los gnósticos, considerados herejes a pesar de que esta doctrina gozó de ascendiente entre los primeros cristianos.

Pío, a pesar de que lo utilizaron siete papas, posee connotaciones que es mejor evitar. A Pío XII le acusan, por ejemplo, de haber guardado un silencio cómplice ante el Holocausto perpetrado por Hitler. Pío IX anatematizó un sinnúmero de movimientos y doctrinas, desde el liberalismo, al socialismo, pasando por el comunismo, el racionalismo, el indiferentismo y otros ismos. Los judíos le tachan de antisemita y entre sus compatriotas levanta ampollas por oponerse a la unificación italiana.

Como Aniceto, San Sotero (166-175) también era proclive a las proscripciones. Impidió a las mujeres que quemaran incienso en las reuniones de fieles. Este vicario de Cristo pasó a la historia por considerar que el matrimonio era un sacramento que carecía de validez si no había sido bendecido por un sacerdote.

Elegir el nombre de Ponciano no es aconsejable por la mala suerte que trae. San Ponciano (230-235) fue el primer pontífice que no murió en la silla de Pedro. Tuvo que abdicar y fue deportado a las minas de sal de Cerdeña. Para colmo, sufrió el martirio de ser azotado hasta la muerte junto al antipapa Hipólito. Durante su pontificado vivió y encontró la muerte Santa Cecilia, patrona de la música.

Hay papas cuya impronta en los atuendos eclesiales resulta muy relevante. Es el caso de San Eutiquiano (275-283), quien ordenó que los mártires no fuesen sepultados con una sencilla sábana blanca, sino con la dalmática, una vestidura muy parecida a las de los emperadores romanos y que aún hoy pervive gracias a que los diáconos la emplean mucho en las ceremonias solemnes.

Norte de África

Pese a su nombre griego, Melquiades (311-314) nació en el norte de África. El emperador Constantino le regaló el palacio imperial Lateranense, que desde entonces se convirtió en la residencia oficial de los pontífices. Fue el primero que comenzó a usar el pan bendito.

Famoso por su temperamento enérgico e impulsivo, Zósimo (417-418) estableció que los hijos ilegítimos no podían ser ordenados sacerdotes. También dictó un decreto mediante el cual se prohibía que los clérigos visitaran las tabernas.

Bajo el mandato de San Simplicio ocurrió la caída del Imperio de Occidente. Simplicio fundó cuatro iglesias nuevas en la propia Roma, entre ellas un magno edificio erigido en forma de rotonda en la colina del Celio, construcción que se convirtió en una iglesia y se dedicó a San Esteban.

Oriundo de Argelia, San Gelasio I (492-496) es conocido como el padre de los pobres por su acreditada caridad. Sin embargo, no se andaba con zarandajas. Excomulgó al patriarca de Constantinopla Acacio, que como monofisita mantenía la tesis de que Jesucristo tenía una sola naturaleza divina. Su verdadera contribución a la historia de la Iglesia es que formuló la teoría de las dos espadas, según la cual el poder espiritual del papa prevalece sobre la potestad temporal del emperador.

Símaco (498-514) tuvo que convivir con un antipapa. El mismo día de su elección, un grupo disidente del clero romano que gozaba del apoyo del emperador bizantino Anastasio eligió al arcipreste de San Práxedes, Lorenzo, como su competidor. Ante la existencia de dos pontífices, el rey Teodorico el Grande intentó resolver el cisma respaldando a Símaco. Su rival aceptó su legitimidad, gracias a lo cual obtuvo el obispado de Nocera.

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