«Cuando cerraron la escuela nos quedamos sin comida y empecé a trabajar, ¿qué más podía hacer?»

Unicef y la OIT se declaran alarmados ante el incremento de niños explotados: 2022 acabará 9 millones más en esta situación, 169 en todo el mundo

Amos Koroma de 10 años, extrabajador de la mina de diamantes, posa para un retrato en el pueblo de Small Sefadu, en Sierra Leona. unicef/olivier Asseling

Rocío Mendoza

Amir es un chico nepalí de 14 años que ya sabe lo que es que te duelan las piernas y los dedos de pasar horas y horas en un telar de alfombras. Cuando cerraron su escuela por la pademia de Covid se fue a trabajar. «No había nada que hacer y con todos en casa empezamos a quedarnos sin comida rápidamente. Decidí ir a trabajar porque, ¿qué más iba a hacer?», relata en una entrevista a la ONG Human Rights Watch (HRW).

Él es uno de los 160 millones de niños que son explotados en todo el mundo. Del campo a la fábrica, pasando por las minas, la construcción o la venta ambulante, lejos de desaparecer esta rémora social, 2022 será el año en el que por primera vez «los progresos mundiales en la lucha contra el trabajo infantil se estanquen desde que se comenzara a analizar este fenómeno hace dos décadas».

Así lo denuncian la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y Unicef en su último informe hecho público con motivo del Día Internacional contra el Trabajo Infantil, que se conmemora cada año el 12 de junio. De hecho, los responsables de estas organizaciones calculan que la citada cifra global será mayor cuando acabe 2022. Este año cerrará con 9 millones de niños más explotados. Esto supone que uno de cada diez a nivel global vive esta situación, privado de infancia y de una educación que encamine su futuro.

El ejemplo de Amir, el joven nepalí, es paradigmático. Su caso es el que vivieron muchos niños hace un año y que explica este retroceso. Cerrados los colegios, «muchos hogares han empujado a sus niños y niñas al trabajo infantil para sobrevivir; en crisis, como la de la pandemia o conflictos bélicos, muchas familias se ven en la tesitura de llenar la cesta de la compra o llevar a sus hijos a la escuela», explica Rocío Vicente, experta en Derecho Humanos de Unicef.

Así, junto a la pandemia, se estima que los conflictos armados y el incremento de la pobreza y la brecha entre ricos y pobres están detrás de este incremento «alarmante» en las cifras.

De cualquier modo, lo peor de ellas no son los números absolutos. El citado informe de 2022 no sólo señala que hay más niños explotados, sino que cada vez son más pequeños y cada vez en peores condiciones. «Estamos alarmados. De los 260 millones, la mitad tiene entre 5 y 11 años», precisa Vicente.

«No se puede naturalizar el trabajo infantil de niños que acompañan a su familia a faenar en el campmo, por ejemplo, como un aprendizaje porque es en realidad una violación de los derechos de la infancia»

rocío vicente

Experta en Derechos Humanos de Unicef

Junto a esta disminución en la edad, se sabe que trabajan en peores condiciones: más temporadas, más horas, menos salario, con más riesgo... Durante su investigación a pie de campo en 2021, la citada ong HRW también constató esta realidad en los niños entrevistados. «El dinero que gano (1,11 dólares a la semana) es muy poco en comparación con el trabajo que hago», reclamaba Saphina, de 13 años, empleada 9 horas al día triturando piedras en una cantera de Uganda. Otros niños como ella decían pasar hambre por los bajos salarios percibidos.

Las condiciones descritas son propias de la esclavitud. «El patrón nos golpea, nos empuja... pero nos aguantamos. Necesito el trabajo, necesito el dinero, por poco que sea», reconoce Ángela, de 15 años, también trabajadora en Uganda.

Las dolencias físicas también aparecen cuando las jornadas se alargan hasta las 14 horas, como sucedió durante el cierre de las escuelas en las fábricas de alfombras de Nepal. Giota, compañera de Amir, contaba a la citada ong que trabaja desde las cuatro de la madrugada hasta las diez de la noche todos los días, con una sola hora de descanso por la tarde. «Me duelen los dedos de anudar los hilos... me duelen los ojos de mirar el mapa del diseño...», relataba entonces.

De los 160 millones de niños en situación de trabajo infantil, casi la mitad, 79, realiza trabajos peligrosos que ponen directamente en peligro su salud, seguridad y desarrollo moral

De izquierda a derecha, Thimmalamma Babu (14) y su hermana Meenakshi y Reshmi Prabhu en un campo de algodón en las afueras de Bijanegere Village (India). Las tres niñas trabajaron en los campos antes de matricularse en la escuela por primera vez este año. La escuela pública primaria y secundaria del pueblo se beneficia de la Iniciativa Social de IKEA, implementada en conjunto con UNICEF, al identificar a los niños trabajadores y lograr que dejen de trabajar en las granjas y los lleven a la escuela. Unicef/graham crouch

Estos casos muestran la realidad del trabajo infantil tal como es: explotación. Cuando se habla en estos términos, los expertos recuerdan que se trata de trabajos perjudiciales para la salud y la vida, con horarios prolongados, jornadas interminables, a edades muy tempranas. «Esto lo que hace es invisibilizar a los niños, que al no estar escolarizados quedan fuera de las políticas públicas y de los servicios», explica la portavoz de Unicef.

Existe el riesgo de que algunas labores realizadas por niños junto a sus familias sean naturalizadas -palabra que refiere Rocío Vicente- para describir este trabajo infantil y que sea considerado por muchos como una forma natural de aprendizaje. Pero, es algo que «no se puede naturalizar porque supone la privación de los derechos propios de la infancia», afirma tajante la experta en Derechos Humanos.

Esta tentación de dar normalidad a lo que en realidad es algo contra natura sucede sobre todo en la agricultura. Y es precisamente en este sector donde más trabajo infantil existe hoy en día. El informe cifra concretamente en un 70% el volumen de niños en condiciones de explotación que se concentran en el campo.

En zonas de África subsahariana y Asia-Pacífico (especialmente en las primeras, donde también se concentra la mitad del trabajo infantil a nivel mundial), es un sector «muy poco regulado, fuera del alcance de las autoridades, que se da a nivel de pequeñas plantaciones, de unidades familiares donde se pueden dar estas situaciones de explotación. Por eso es muy importane poner el foco en la cadena de suministro», valora Vicente.

¿Está nuestra cestra de la compra 'libre de trabajo infaitil?

Este último aspecto es relevante desde dos puntos de vistas. Por un lado, de estar regulado estrictamente el origen de todos los productos que luego son exportados en el mundo, la demanda de trabajo infantil caería drastricmaente, tal y como recoge el informe de este año de la OIT y Unicef.

Por otro lado, es vital para tocar la conciencia social. A menudo se ve el trabajo infantil como un problema de sociedades ajenas al primer mundo. Es así, por ejemplo, en España esta realidad está controlada y no existe como tal, pero sí puede estar presente a través de los productos de consumo.

Sobre esto último, Natalia Díaz Santín, consejera de la Oficina de la OIT en España, reconoce que resulta «incómodo para los ciudadanos admitir que compran productos sin saber de dónde proceden (por ejemplo las prendas, juguetes o flores), pero los gobiernos deben realizar una campaña de sensibilización e indicarle al ciudadano sobre las empresas que producen los bienes y su responsabilidad social corporativa, y sobre todo, vigilar que todo bien que llegue a España se produzca con una vigilancia a toda la cadena de suministro. Debería ser imperativo que las empresas indicaran claramente cómo se produce un producto y el Gobierno velar porque exista máxima transparencia».

Las estimaciones mundiales de trabajo infantil señalan que un 70% del mismo se da en la agricultura y un 82% del total en África Subsahariana

Rafiqullah, de 12 años, vende bananas en Tarinkot, capital de la provincia de Uruzgan en Afganistán. Debido a la pobreza y la falta de acceso a servicios sociales, no puede asistir a la escuela. unicef/omid Fazel

En la actualidad, la portavoz de la OIT dice no conocer ningún sello 'libre de trabajo infantil' como tal en España para certificar productos, aunque fuera de nuestro país sí que existen. Debido a que la agricultura es el sector donde más niños están empleados, los productos más susceptibles de llegar a nuestro mercado con esta realidad oculta son las flores, las frutas, los cereales y las prendas de vestir (por ejemplo, por el cultivo de algodón).

Cualquier ciudadano, valora Díaz, debería plantearse que si algo es extremadamente económico tal vez haya detrás condiciones laborales indeseables. «Hace falta sensibilizar a la población», denuncia.

En la declaración de Empresas Multinacionales de la OIT se señala expresamente que las corporaciones deben ser diligentes a la hora de detectar, prevenir y mitigar las consecuencias negativas, reales o potenciales, sobre los derechos humanos en todo la cadena de producción y suministro.

¿Falta legislación contra este problema? «Lo que deben hacer los gobiernos es cumplir el Convenio 182 de la OIT sobre las peores formas de trabajo infantil, el único ratificado de manera universal. Tienen que aprobarse leyes que obliguen a las multinacionales a garantizar la ausencia de este tipo de explotación. Se debe potenciar la cooperación al desarrollo, que en España ha disminuido mucho en los últimos años, e invertir en sistemas de protección social y que se dé prioridad a los programas que permitan a los niños volver a las escuelas», valora la consejera de la Oficina de la Organización Internacional del Trabajo en España.

«Cualquier ciudadano debería plantearse que si algo es extremadamente económico tal vez haya detrás condiciones laborales indeseables»

NAtalia díaz

Consera para España de la Organización Internacional del Trabajo

El propio informe de la OIT y Unicef refleja que, a pesar de que la informalidad es el caldo de cultivo de la explotación de los niños, también «es frecuente encontrar a niños trabajando junto a sus padres en las entidades agrícolas comerciales más grandes».

Los sistemas en los que los ingresos dependen de los kilos de cultivo recogidos o el número de surcos deshierbados, pueden incentivar -denuncia el estudio- el uso de niños, especialmente si eso significa un salario más digno para la familia.

Contra esto, propone la ubicación de guarderías y escuelas cercanas para ofrecer a los padres una alternativa segura y provechosa en vez de llevar a sus hijos a los campos.

Este sencillo gesto sería una forma de prevención básica, la filosofía que se defiende desde Unicef. «Para evitar que los niños y niñas lleguen a este tipo de situaciones apostamos por las políticas de protección social. Se ha visto que apoyar a las familias con ayudas económicas directas y facilitar el acceso a los servicios básicos suponen una fuente alternativa de ingresos para que no se vean obligados que a sus hijos tengan que trabajar», apunta Rocío Vicente. Mejorar la legislación, la vigilancia, los controles y las sanciones harían el resto en esta difícil lucha.

 

 

 

 

 

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