Inmigración

Un pedacito de Senegal en La Línea

Una colonia de senegaleses se asienta en esta ciudad gaditana mirando de frente y con tristeza el drama de la inmigración

La mayoría de los senegaleses que hay en La Línea sobreviven gracias a la venta ambulante Sergio Rodríguez

Soraya Fernández

El drama de la inmigración no es nuevo aunque el «Aquarius» y la oleada de personas que están llegando en las últimas semanas a las costas andaluzas haya puesto ahora el foco mediático en este fenómeno. En el Campo de Gibraltar lo saben bien. Este año, precisamente, se cumplirán 30 desde que se documentó, a través de la prensa, el primer fallecimiento en aguas del Estrecho de Gibraltar . Fue en noviembre de 1988 en la playa de Los Lances, en Tarifa, sin duda alguna la población más sacudida por esta realidad y la que sigue dando, a día de hoy, toda una lección de solidaridad con quienes arriesgan sus vidas para llegar a España.

Las organizaciones no gubernamentales que trabajan con inmigrantes reconocen que la inmensa mayoría de estas personas llegan a España y se marchan luego a otros países de la Unión Europea, como Francia o Bélgica, aunque no siempre ha sido así.

En La Línea de la Concepción (Cádiz) está asentada desde hace muchos años una pequeña colonia de senegaleses que llegaron con la esperanza de tener una vida mejor y que sobreviven honradamente con la venta ambulante. Muchos lo hicieron antes de que las pateras se convirtieran en el arriesgado y único modo de cruzar el Estrecho de Gibraltar.

La práctica totalidad son hombres . Cada mañana, de lunes a sábado, montan sus puestos junto al mercado de abastos de la ciudad. Gafas, bolsos, sombreros, ropa... y largas horas bajo el sol o el frío conforman su día a día.

La mayoría de ellos llegó hace dos décadas o más con visado en aviones procedentes de Marruecos hasta España y optaron por quedarse a vivir en La Línea de la Concepción. Cuando se les habla de pateras sus rostros reflejan miedo y tristeza.

Les cuesta contar su historia y mucho más, dar sus nombres, aunque la práctica totalidad asegura que tiene sus papeles en regla.

«No sé quién eres. Vienes aquí con una libreta y un bolígrafo preguntándome», contesta uno de ellos en perfecto castellano, aunque asegura que no lo habla ni lo entiende bien. No se fía. Este senegalés, que vende pulseras, carteras y relojes, desconfía, aunque a duras penas logramos que cuente algo. «Llegué hace unos años en una patera con un compañero pero no quiero hablar» , concluye.

Mamadu es todo lo contrario. Este senegalés, de 56 años, llegó a España hace más de veinte en una patera pero afirma que no quiere recordar: «Ya no me acuerdo de aquello», indica.

En La Línea todo el mundo lo conoce como Manolo. Derrocha simpatía y habla español con un marcado acento gaditano. «La gente de La Línea es muy buena, la mejor del mundo. Nos ayuda mucho a los negritos», comenta en clave de humor.

Tenía un puesto ambulante y ahora se dedica a echar una mano en una frutería. Hace ya cuatro años que no ve a sus hijos , que siguen en Senegal. «No puedo ir, está la cosa muy mala pisha», señala.

La sonrisa le cambia cuando le preguntamos por el drama actual de la inmigración: «Me da mucha pena. Muchos vienen y no saben que aquí ya no es como antes. Está la cosa muy mal».

La única mujer en este mercadillo es Ndack Seye , que llegó de Senegal hace 18 años después de hacerlo su marido, ya fallecido. Es una más en La Línea y asegura que adora a su gente: «Son personas muy abiertas, simpáticas y agradables. En otras ciudades no es así. Estoy bien aquí con mis hijos». Tampoco quiere hablar del drama de las pateras.

«Vine para tener una vida mejor»

Tras varias negativas nos topamos con otro senegalés al que no le importa contarnos su historia. Tiene 59 años y llegó en 1982, antes del fenómeno de las pateras. «Llegué en avión con un visado y tengo todos mis papeles en regla. Vine para tener una vida mejor y me quedé en La Línea. Me gusta esta ciudad. La gente es buena», comenta.

Cuando se le pregunta por las pateras y por los subsaharianos que cruzan el Estrecho casi a diario, su rostro se entristece y no quiere seguir hablando.

Otro de los vendedores ambulantes nos cuenta que llegó también antes del fenómeno de las pateras. Vino a España en 1984 y tras permanecer un tiempo en Marbella optó por ir a La Línea , donde vive desde entonces.

Tiene a sus seis hijos y a su mujer en Senegal pero asegura que no tiene medios económicos para traerlos. «Comparto la casa con otros compañeros. No puedo pagar una casa para mí y mi familia», explica.

Tras pasar por Barcelona, otro de los vendedores senegaleses cuenta que llegó a La Línea hace unos 15 años. C onsiguió que su hijo viniera a España. «Estuvo en La Línea conmigo pero se fue a los dos meses a Barcelona», explica. Confiesa que le entristece ver lo que está ocurriendo con los inmigrantes y asegura que si esas personas vienen en esas condiciones es únicamente porque buscan una vida mejor y trabajar honradamente ya que en sus países resulta imposible: «Me duele mucho ver lo que está pasando. Sólo vienen a buscarse la vida. Es muy duro» .

Nos topamos con otro de los vendedores que nos cuenta que lleva 30 años en La Línea. «En La Línea hay buena gente. Nos han ayudado mucho y le doy las gracias a Dios por poder vivir y trabajar aquí» , afirma.

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