Historia

Especulación, riqueza y semiesclavitud: así fue el «boom» minero que levantó la Málaga industrial

Los investigadores Rafael Yus y Juan Carlos Romero publican un libro que repasa la efímera historia minera de la comarca de la Axarquía

Mineros en el Pozo San Juan de Carratraca (Málaga) Diputación de Málaga

Pablo Marinetto

Apenas un siglo duró la aventura minera en la comarca malagueña de la Axarquía. Una actividad que hoy pasa desapercibida oculta entre la maleza de las sierras de la comarca, pero que, con sus luces y sus sombras, supuso una revolución a principios del XIX.

Los investigadores Rafael Yus y Juan Carlos Romero repasan ahora en un libro los entresijos de la industria minera malagueña en el extremo este de la provincia. Hoy reconocida por sus pasas o su vino, la Axarquía tuvo un pasado industrial que revitalizó una economía local centrada hasta el momento en la agricultura.

Rafael Yus, coordinador del Gabinete de Estudios de la Naturaleza de la Axarquía (GENA-Ecologistas en Acción), explica a ABC que el volumen es la ampliación de un estudio previo circunscrito a la Sierra de Nerja en el que localizaron más de un centenar de minas . Testigos olvidados de una fuente de riqueza que llegó a la zona con la liberalización de la actividad minera de la mano de Isabel II, a quien corresponde la primera Ley de Minas.

«Había una presión económica y social muy fuerte, porque compradores extranjeros y los propios agricultores conocían la existencia de esos minerales en la zona. Muchos incluso pensaban que podrían hacerse ricos» , apunta Yus. La realidad es con la aprobación de la Ley en 1868, comenzaron a crearse las primeras sociedades mineras, hasta producirse un «boom» que no estuvo libre de especulación.

«Se aprobaron infinidad de concesiones. De hecho, de toda la comarca, el único en el que no consta ninguna es Sayalonga», explica Rafael Yus, que extrajo buena parte de la información a través del Archivo Histórico Provincial. «Era imposible que en algunas zonas hubieran encontrado minerales, con lo cual, muchas operaciones eran claramente especulativas».

Para evitar que se hicieran minas en sus tierras, muchos propietarios solicitaban las concesiones y de esa forma se blindaban, puesto que el subsuelo y sus recursos aún a día de hoy pertenecen al Estado. «Cuando se construyó la línea de ferrocarril de Málaga a Zafarraya hubo gente que pidió la concesión en el lugar donde estaba previsto que pasara el tren con el fin de que la empresa se la acabara comprando» , subraya.

Boca de la mina La Furia, en Nerja (Málaga) ABC

Pese a la ingente cantidad de explotaciones que hoy pueden encontrarse ocultas junto a las veredas de las sierras de Nerja o Almijara, lo cierto es que sólo unas pocas dieron riqueza y fueron realmente productivas, sobre todo las de plomo. Gran parte del mineral que se extraía se fundía en la actual playa de Burriana , hoy plagada de turistas, y los barcos fondeados frente a los acantilados de Maro lo enviaban rumbo a Bélgica, Francia o Inglaterra.

El plomo estaba muy cotizado gracias a la demanda provocada por los conflictos bélicos. Situación que fue vista como una oportunidad por medianos y grandes burgueses para invertir y por los campesinos para aportar algo de dinero extra al jornal . Muchos de ellos compatibilizaban las tareas en el campo con el trabajo en la mina, donde se enfrentaban a situaciones que rozaban la exclavitud.

Según Yus, «no les pagaban mucho, e incluso trabajaban niños , que eran muy apreciados porque eran bajitos». Cuando salían de trabajar se quedaban en la sierra porque las distancias hasta el pueblo eran de horas. De ahí, que durmieran en barracones y casetas de piedra.

Mineros sin formación

«Las condiciones eran penosas», cuenta Juan Carlos Romero, que dirige el Aula-Museo de Mineralogía de Málaga. «Si hoy día hay riesgos laborales, imagínate entonces. Los mineros entraban sin cascos y con alpargatas; era gente mal alimentada y sin formación minera , puesto que no había tradición en la zona».

Después de un fuerte crecimiento se produjo una drástica disminución y una rápida desaparición de la actividad , que ha dejado hasta nuestros días un reguero de maquinarias, edificios y obras abandonadas.

En la Axarquía quedan varias de las antiguas bocaminas. Muchas están ocultas por la vegetación, han sido selladas por propietarios de las tierras, o sufrido derrumbes e inundaciones. En las 527 páginas del libro, se abarca la evolución histórica, la regulación jurídica o la gestión y tecnología minera, además de un inventario de las concesiones otorgadas en la comarca que ha requerido cuatro años de trabajo.

La costa occidental

A pesar de ello, es a la costa occidental de la provincia a la que le corresponde el mérito de haber impulsado la Málaga industrial del siglo XIX. «Es mucho más rica que la zona de Axarquía», apunta Romero, que lleva años investigando sobre el terreno. En 1826 Manuel Agustín Heredia fundó los altos hornos en Marbella y más tarde, en 1833, los de La Constancia en Málaga.

Situada en la zona de empuje de la placas africana y euroasiática, la provincia atesora una enorme geodiversidad, según explica el geólogo y mineralólogo. «Los depósitos más importantes de España de cromo níquel están en Málaga», subraya, «también hay de cobre, plomo, algo de oro, platino e incluso pequeños diamantes en Carratraca».

Lamentan el desconocimiento de esta parte de la historia de la provincia. «El ciudadano piensa que siempre nos hemos dedicado al sector servicios y al turismo, cuando realmente el origen de la Málaga moderna fue industrial y basada en las exportaciones. Gracias, entre otros, a Heredia», señala Romero.

Ambos ven los vestigios mineros como una oportunidad para poner en valor el patrimonio y convertirlos en fuente de riqueza para los municipios a nivel turístico y para el país. «Tenemos depósitos de minerales que en un momento dado le pueden servir al Estado. Quizá algunos no puedan explotarse por temas ambientales, pero al menos hemos de ser conscientes de los recursos que tenemos» , defiende el geólogo.

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