El amonteño José Jiménez Berro
El amonteño José Jiménez Berro - ABC

El almonteño héroe de los últimos de Filipinas que fue represaliado por Franco

José Jiménez Berro, uno de los Héroes de Baler, padeció la represión de una Guerra Civil que le despojó de sus méritos obtenidos en Filipinas

ALMONTE Actualizado: Guardar
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Cuando las tropas nacionales hacían su entrada en Almonte tras el golpe de Estado del general Franco, Manuel y Juan Miguel Jiménez huían campo a través a Madrid por el Camino de la Mar, hoy conocido como carretera de Cabezudos. Destacados militantes socialistas – Manuel llegó a ser concejal del Ayuntamiento de Almonte durante la República-, sabían que su única salvación era abandonar el pueblo en el que nacieron dejando atrás a su familia. Era el 24 de julio de 1936. Meses más tarde, su padre, José Jiménez Berro, era interrogado por la Guardia Civil para que revelara el paradero de sus dos hijos. Fue en vano. Jiménez Berro no sabía nada de ellos y si lo hubiera sabido tampoco lo habría dicho.

Su silencio le valió casi un año de estancia en los calabozos de la prisión de Almonte.

Fue la llegada de un nuevo teniente de la Guardia Civil la que cambió la suerte de José. El nuevo mando decidió, tras comprobar que no pesaba delito alguno sobre el reo, entrevistarse directamente con él y al pedirle que se identificara, el padre de los huidos contestó: «Me llamo José Jiménez Berro, Héroe de Baler». El teniente, sin dar crédito a lo que escuchaban sus oídos exclamó: «¿Es que a este pueblo no le da vergüenza de tener en la cárcel a un Héroe de Baler?» y ordenó su inmediata puesta en libertad.

Así lo contaba José Jiménez Berro a sus familiares y así lo narra hoy su biznieto, Juan Matías Ojeda Torres, uno de los descendientes de aquel grupo de hombres que resistieron 337 días el sitio de Baler. El almonteño José Jiménez Berro encuadrado en el Batallón de Cazadores Expedicionarios número 2 fue uno de los Últimos de Filipinas, una gesta histórica que cobra vigencia en estas fechas con el estreno de la película «1898. Los Últimos de Filipinas», dirigida por Salvador Calvo.

Pero el encarcelamiento no fue la única injusticia que tuvo que padecer este defensor de la Patria. A Jiménez Berro se le retiraron las dos Cruces de Plata al Mérito Militar con distintivo rojo que se le habían otorgado mediante Real Orden a su llegada a España en 1899, tras los sucesos de Baler, así como la pensión de 60 pesetas mensuales de carácter vitalicio que se concedió a todos los supervivientes de la gesta y a las familias de los allí caídos. José nunca recuperó la paga. También retiraron el nombre de «Héroes de Baler» de la calle en la que Jiménez Berro residía y que el Ayuntamiento había rotulado en su honor en el año 1912 . Pasó a llamarse «Mártires de la Patria».

Con un círculo amarillo, José Jiménez
Con un círculo amarillo, José Jiménez - ABC

Entre los honores con los que fueron distinguidos los Últimos de Filipinas se encontraba el derecho a ser caballeros cubiertos delante del Rey, una distinción que consistía en no tener obligación de quitarse el sombrero ante la presencia del monarca, esto le valió para que en las múltiples visitas que realizaba Alfonso XIII al Palacio de Marismillas - lugar elegido por el soberano como pabellón de caza en los terrenos que hoy conforman el Parque Nacional de Doñana -, mandara a llamar a Jiménez Berro, quién lo acompañaba en sus jornadas de campo, estableciéndose entre ellos un vínculo amistoso que llevaba al Borbón incluso a bromear con el almonteño a cuenta de la compra de un caballo blanco que éste poseía, como recuerda su biznieto.

Quizás, de esta estrecha relación naciera su particular visión de la política española que le llevaba a decir a cualquiera que le pidiera opinión que él no era de izquierdas ni de derechas, sino monárquico, pero que en el caso particular de sus hijos, ambos socialistas, les hubiera ayudado pensasen lo que pensasen.

Hijo de una familia humilde, desde muy temprana edad, Jiménez Berro se dedicó a las labores del campo hasta que le llegó la hora de cumplir el Servicio Militar. Con 19 años fue reclutado y la crítica situación que se vivía en las colonias del ultramar hizo que su destino final fuera el de Filipinas. La legislación vigente en aquel momento eximía de las obligaciones militares a través del pago de una cantidad de 2.000 pesetas, y aunque la familia de José no pasaba estrecheces tampoco se encontraba en disposición de desembolsar esa cantidad, así que Jiménez Berro partió hacia Manila sin saber que se convertiría en protagonista de una de las mayores gestas bélicas de la historia de España.

Tras su regreso, José retomó la vida que había llevado antes de partir hacia la colonia asiática, entregado a la agricultura y a la ganadería. Jiménez Berro conoció a María Díaz, con la que contrajo matrimonio y tuvo tres hijos: Josefa, Manuel y Juan Miguel, a quién llamó Juan en recuerdo de su teniente en Filipinas, el portorriqueño Juan Alonso Zayas -fallecido en octubre de 1898 durante el asedio a la iglesia de Baler-, tal y como describe su biznieto.

Monumento que recuerda a Jiménez en Almonte
Monumento que recuerda a Jiménez en Almonte - ABC

Poco o nada contaba José de los 337 días que pasó encerrado en aquella pequeña iglesia de Filipinas, asediado por los insurrectos locales que luchaban por su independencia, en un momento en el que los soldados españoles solo sabían que las comunicaciones con sus mandos estaban cortadas, que la guerra con Estados Unidos había comenzado y que la flota española en el Pacífico se había perdido en Cavite. No podían imaginar siquiera las trágicas jornadas que atravesarían en ese cerca de un año que estarían sitiados: deserciones, hambre, sed, enfermedades, traiciones y ajusticiamientos eran los mimbres sobre los que se sostenía la efímera gloria que los héroes saborearon a su regreso.

Sólo esporádicamente hacía comentarios acerca de aquellos días, como en las jornadas de labor en el campo, cuando llovía y Jiménez Berro anunciaba a su acompañante, con un toque de amargura: «hoy comemos arroz con morisquetas»; y preguntado por qué tipo de arroz era ese, José contestaba: «arroz con nada, como en Filipinas». También recordaba el héroe a menudo que durante las largas noches de asedio simulaban juergas en el interior de la iglesia para no mostrar así a quienes los sitiaban el estado de miseria en el que se encontraban, hasta el punto de llegar a comerse la perrita que había sido del capitán Las Morenas, un acontecimiento que Jiménez Berro contaba con sumo pesar ya que la ilusión de los supervivientes era haberla traído hasta España y haberla entregado como recuerdo a su viuda.

La longevidad de José, que murió en 1957, cuando contaba 81 años, permitió que fuera espectador de su propia hazaña llevada a la gran pantalla, en una película dirigida por Antonio Román y estrenada en 1945, que José pudo contemplar desde la butaca de un pequeño cine de pueblo, ya despojado de todos los honores que una guerra le dio y otra, la Civil Española, le arrebató.

Cuenta su biznieto que, preguntado a la salida de la proyección si lo que había visto en la sala se acercaba a la realidad de lo que ocurrió, Jiménez Berro dijo que sí, que en cierto modo se asemejaba a lo que vivió en Filipinas, pero que no había visto allí a ninguna señorita cantando, en referencia a Nani Fernández y su famosa interpretación de la habanera «Yo te diré» en la película.

Una estatua para recordarle

Cuarenta y dos años después de su muerte, coincidiendo con el centenario de la gesta, el pueblo de Almonte restituyó el honor de José Jiménez Berro, que hoy cuenta en la localidad con un monumento en la plaza de Andalucía. En el bronce aparece la figura del soldado almonteño recibiendo una carta de manos de un niño, mientras mira a la que fue su calle, hoy de nuevo rotulada con el nombre Héroes de Baler.

El municipio cuenta además con una reproducción a escala de la iglesia en la que se refugiaron los Últimos de Filipinas, que alberga en su interior una exposición que recuerda los acontecimientos de 1898.

José Jiménez Berro encarna tres épocas de la historia de España: el desastre de 1898, con la pérdida de las colonias de ultramar y la decadencia del Imperio que defendió hasta sus últimos extremos; la Guerra Civil Española, un enfrentamiento fratricida que fue caldo de cultivo para todo tipo de injusticias y que le robó lo poco que había obtenido de aquel esfuerzo titánico; y la llegada de la democracia a finales del siglo XX, que intenta aún restablecer la dignidad de quienes a lo largo de la historia de este país lucharon con convicción en la defensa de unos ideales.

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