Pasión

La Virgen de los Dolores de Córdoba, icono de devoción

La imagen de la Señora de Córdoba cumple tres siglos de historia con una estética personal e inmutable

Besamanos de la Virgen de los Dolores en 2010 Rafael Carmona

Luis Miranda

Los profanos en la Semana Santa , sobre todo quienes han llegado de lugares en que la proliferación de cofradías es extraña, cuando no su mera existencia, se quejan de ser incapaces de distinguir a unas imágenes de otras. La simple coincidencia de una iconografía, la de la Madre Dolorosa , puede confundir a quienes no están acostumbrados a diferenciar por los detalles cuando muchas de ellas se han acogido a un canon muy concreto que se distingue por matices. Si es un icono, se ha creado casi al compás de una gran devoción, y una cosa, la estética, no puede entenderse sin la veneración continua.

La Virgen de los Dolores, la Señora de Córdoba , no pertenece a ese grupo. La devoción acumulada a lo largo de varias generaciones, pero también su presencia y su estética siempre diferente a todo lo demás, mantienen alrededor de Ella un halo de personalidad exclusiva e inconfundible. Su cofradía celebra en estos meses el tercer centenario de la llegada de la imagen que iba a ser la gran devoción mariana de la ciudad a partir del siglo XVIII. La historia es conocida: en el hospital de San Jacinto convivieron la Venerable Orden Tercera Servita y una hermandad rosariana y ambas veneraban a la Virgen con la advocación de los Dolores, que se difundía por aquellos años. En 1717 encargaron al escultor cordobés Juan Prieto una imagen, pero la que les entregó no les parecía que expresase la suficiente aflicción, así que le pidieron que hiciera una nueva. Y en 1719 llegó la que con el paso de los años tenía que llamarse Señora de Córdoba.

En Córdoba todo el mundo la ha conocido como Reina del Viernes Santo , pero en sus primeras décadas la Virgen salía el Domingo de Ramos, con hermanos sin túnica porque no era una cofradía penitencial, y visitaba distintos templos de Córdoba. Llevó palio, una lujosa obra de madera tallada y dorada que hizo el mismo Juan Prieto, y en sus primeros años su estética no era distinta de la de las demás Dolorosas , que llevaban el luto que se había creado en la corte de Felipe II en el siglo XVI: rostrillo, manto negro y saya negra cubierta por una amplia toca blanca.

La Virgen de los Dolores en la plaza del Cristo de los Faroles en 1925 Archivo ABC

No fue el siglo XVIII bueno para las cofradías. La Ilustración aconsejaba recortar sus disciplinas y penitencias públicas, y muchas de las que había en Córdoba desaparecieron o quedaron muy mermadas, incluso las que habían sido principales. En 1819 la Virgen de los Dolores participó en la última Semana Santa de la Córdoba barroca , antes de que el entonces obispo, Pedro Antonio de Trevilla, interviniese en aquella fiesta decadente y algo degenerada para imponer un modelo artificial y ajeno a su tradición: reducía todas las procesiones a una sola, con ciertos pasos, en la tarde del Viernes Santo.

Las cofradías estaban débiles y ni siquiera aquello pudieron hacer. Muchas desaparecieron, entre ellas la Vera-Cruz , que había sido la primera, pero la devoción a la Virgen de los Dolores pareció continuar y llegó incluso a salir por las calles de forma extraordinaria, algo insólito.

La imagen que todos los cordobeses reconocen hoy se configuró en el siglo XIX. En 1849 el Ayuntamiento dio el primer paso para que la ciudad recuperase la Semana Santa y organizó la procesión conforme al decreto de Trevilla, aunque no al pie de la letra. Hacía falta una Dolorosa que la cerrase después del paso del Santo Sepulcro. Podría haber sido la Virgen de las Penas, que iba tras el Yacente cuando su primitiva cofradía estaba en el Carmen de Puerta Nueva, o la Soledad de la Merced , ahora recuperada. Pero se optó por la Virgen de los Dolores probablemente por la devoción que ya tenía. Ya no era la imagen triunfante del Domingo de Ramos, sino la Madre que iba de luto al entierro de su Hijo.

La Señora de Córdoba en la procesión jubilar del 30 de junio Valerio Merino

Las cofradías recuperaron su fiesta y con el tirón de las Angustias , de los Dolores, de Jesús Caído o del Calvario lograron renacer con muchos esfuerzos, y aquel rincón de la ciudad, cerca de la muralla, comenzó a ser el lugar al que muchos llegaban a rezar con el aliado de la imprenta que difundía las convocatorias de los cultos.

Por allí comenzó la Virgen de los Dolores que todo el mundo conoce hoy. Sólo llevó palio en unos años en la década de 1870, pero su cofradía, como hicieron otras, cuando tuvo fuerzas, buscó su tradición y comenzó a salir el Domingo de Ramos sin dejar de hacerlo también el Viernes Santo.

La Virgen ya era la gran devoción, pero le faltaba perfilar su icono, y eso llegó con la aparición de Ángel Redel , un activo, y también polémico, sacerdote que entre 1888 y 1901 fue capellán del hospital de San Jacinto. Él dio a la Virgen la estética que hoy se conoce: le retiró el rostrillo monjil y se lo puso de pedrería, modificó las manos, que antes estaban cruzadas sobre el pecho y él colocó en su postura actual, y creó las vueltas blancas del manto, que aportaron luminosidad.

Así se creó la imagen inmutable del corpiño en V , los atributos de la Pasión en las manos y el pañuelo, y siempre el corazón con los siete puñales. También llegó más allá. Toda la ciudad conocía a la Virgen de negro, pero él inventó un atuendo único y colorido cuando diseñó el manto azul de las palomas y la saya roja , que la Virgen llevaba en sus procesiones del Domingo de Ramos (nunca el Viernes Santo) y en el triduo de septiembre.

La imagen en el interior de la Mezquita-Catedral Rafael Carmona

Ya era para entonces el Viernes de Dolores uno de los días grandes de la ciudad y la Madre protagonista de todos sus días y de la Semana Santa . Hasta la década de 1920 salió algunos Domingos de Ramos, a partir de entonces se quedó en el Viernes Santo, primero cerrando la procesión oficial y después delante, ya con el Cristo de la Clemencia a partir de 1949. Se quedó sin palio, porque continuaba siendo la Soledad que cerraba la procesión oficial que estuvo vigente hasta la década de 1960, y así ha quedado.

Crecía Córdoba y crecía la devoción con ella, y el 9 de mayo de 1965 el cardenal Bueno Monreal coronó canónicamente a la Virgen en la explanada frente al entonces hotel Palace, y ante una multitud. El Papa Pablo VI había reconocido la gran devoción de la imagen, ya para siempre la Señora de Córdoba y siempre de estética inmutable. Ante ella se postraron los sencillos y aquellos a quienes todo el mundo conocía. Fue la gran devoción de Manolete, que al verla se detenía primero en el azulejo del Bailío porque decía que le impresionaba demasiado. En el siglo XIX estuvo allí la reina Isabel II, en 1964 lo hicieron los entonces Príncipes Don Juan Carlos y Doña Sofía, y en la década siguiente el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez.

Tres siglos después, con un rico ajuar forjado por los siglos en mantos, sayas y joyas, cualquier Viernes de Dolores y todos los Viernes Santos se nota que nada ha cambiado.

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