Francisco Poyato

El velo logístico

Claudio Marcelo, allá por el año 162 antes de Cristo, ya vio claras nuestras posibilidades logísticas

Francisco Poyato
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Claudio Marcelo, además de ser la calle que se cambia de sentido cada dos por tres y entra y sale de los planes de peatonalización, ya fue el visionario fundador de Corduba allá por el año 162 antes de Cristo. Nuestro primer prócer de postín tuvo que lidiar por entonces con la administración del Imperio, cosa bien sustanciada, que diría Doñarrosa, para sacar adelante el encargo a un consultorius de las potencialidades logísticas de un valle a pie de monte que había encontrado en su camino guerrero por la Hispania más umbría. Bañado por un río vigoroso por el que se podía navegar hasta el intercambiador costero del Océano Atlántico y el Mare Nostrum (bueno, de ellos, por aquella época).

Era lo normal.

Un conquistador de semejante calibre —oculto ahora en el templo romano de Capitulares, y eso que era «republicano»— cuando ponía los pies en territorios ajenos y ulteriores no se hacía con la posesión de los mismos sin encargar un estudio previo bajo supervisión imperial y ponderar las ventajas y los obstáculos en una mesa de trabajo y/o comisión paritaria. Así daba tiempo a la convivencia con la población indígena y a marear la perdiz con otros asuntos de más calado y aristas para la opinión pública de aquella Roma y sus provincias en convulsión. Pero pronto lo tuvo claro. Esas tierras tenían una situación inmejorable desde el punto de vista estratégico. Constituían una plataforma perfecta de penetración por el interior en los avances conquistadores (le dio hasta por construir un puente pensando ya en que lo reformaría con el tiempo Juan Cuenca) a la par que un canal perfecto de salida hacía los grandes recorridos marítimos. Por si acaso. Era Corduba el último punto del río Betis al que se podía llegar en embarcación y sacar materias primas como aceite, vino o buen grano. O introducir hombres y poder. No atino a constatar si Desiderio Vaquerizo y su legión de colaboradores ha dado con él, pero a buen seguro que se picaría ya en caliza el primer plan estratégico de la capital de la Hispania Ulterior donde se hablaba de aquellas potencialidades logísticas. Sea como fuere, tras Claudio Marcelo, a Corduba no la conocía ya ni el romano que la fundó, con lo cual, estratégica debía ser la plaza.

Es loable, pues, que nuestra querida alcaldesa doña María Isabel Ambrosio quiera emular ahora ese estadismo de nuestros fundadores en una acto de puro cordobesismo como no se ha visto otro igual. Y que haya encargado a una empresa de la Generalitat del «prusés» un informe sobre el potencial del nodo logístico cordobés como si no hubiera un mañana. Es inevitable no imaginar a nuestra regidora mayor sentada en el Sillón del Obispo de las Ermitas oteando el privilegiado horizonte que a los ojos incrédulos brinda. Casi tocando con la punta de sus dedos el Picacho de Cabra o espolvoreando con un suave soplo las densas nieves del Veleta. No hay poder que mejor se retrate que desde la altura. Y en esa postal de ambrosía poética, dictando a sus asesores el futuro que ha de venir por la tierra como hiciera dos milenios atrás el bueno del general don Claudio con su cuerpo consular agazapado a la vera.

Porque Córdoba desde las Ermitas se presta a recuperar sus aires romanos de grandeza. Y así no ofrece resistencia a la instantánea divisar desde el pétreo asiento aeropuertos de carga, plataformas logísticas, puertos secos y fluviales, cruceristas, zonas francas, parques tecnológicos, viveros biotecnológicos, palacios de congresos y congresistas, hospitales maternos e infantiles o techos de gasto... Hay que tener los pies en el suelo porque la imaginación te embriaga. Y a buen seguro que nuestra regidora maximus los tiene y dejará que el tiempo, su gran aliado, ponga las cosas en su sitio tras correr este tupido velo logístico que la retrotrae al núcleo fundacional y distrae a las mariposas.

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