TRIBUNALES

Así es el trabajo de un juez de Menores en Córdoba: «Illo, ¡sácame de aquí!»

Luis Rabasa describe su método judicial desde 2003. Un estilo tan eficaz como distinto al de Emilio Calatayud

Jóvenes en el centro de Reforma de Medina Azahara mostrando un título formativo RAFAEL CARMONA

P. García-Baquero

El juez de Menores de Córdoba, Luis Rabasa, no es el popular Emilio Calatayud. La diferencia la explica él mismo con el símil: «Miro la realidad con otras gafas», sin dejar de admirar al juez granadino al que se refiere como «maestro» impulsor de los actuales juzgados de Menores en España. Rabasa, juez y psicólogo, llegó hace 17 años a esta jurisdicción que «no tiene nada que ver con las otras», se apresura a aclarar. «Son niños; son menores; es otro mundo» , matiza. Al llegar a sala con la toga a los menores les habla de tú, ellos tienen que hablarle de usted. Las reglas son las reglas. Para algunos es difícil y acaban hablándole como un colega, hasta que el magistrado les corrige. «Illo, ¡sácame de aquí!» , cuenta Rabasa que así llegan a dirigirse a él para pedirle que les modifiquen las medidas de internamiento en un centro. Es entonces cuando este magistrado les pide que hablen con su abogado que les va a detallar en qué queda todo. Otros menores le escriben para solicitarle una relajación de medidas y le cuentan de su puño y letra su vida «novelada» con una caligrafía difícil de dilucidar desde el propio centro donde están internos y al final de los folios acaban con frases que descolocan al juez como: « Espero que nos podamos ver pronto fuera, conocernos y tomarnos algo ». Al llegar a sala, Rabasa es juez, «juez», repite. «Me centro mucho en la cuestión jurídica y me dejo aconsejar por el equipo técnico que conoce todos los detalles del menor, de su entorno y de sus circunstancias.

En los razonamientos jurídicos sí expongo por qué adopto las medidas », añade. Asegura que aplica la ley siempre primando el interés del menor. «Normalmente fijo los límites y tengo que aprobar esa propuesta de los técnicos en cuanto a medidas elaboradas y argumentadas por ellos». En caso de un menor por ejemplo con adicciones, la pena impuesta tiene que incorporar también programas de tratamiento y deshabituación. «Normalmente, funcionan», reitera este magistrado. Otras no, como el caso de los menores que pese a las medidas que han cumplido por maltrato a sus padres -unas circunstancias que se repiten cada día con más frecuencia- no cesan en su actitud y el juez tiene que tomar la determinación de internarlos en un centro de reforma pese a que su delito no sea tan grave como un homicidio o una agresión sexual. «Los menores suelen adaptarse a las medidas que se les imponen, y suelen llegar con conformidades entre las partes porque normalmente ya están en centros desde que cometen los hechos», dice.

Hasta la sala de vistas llegan los casos más graves porque antes la Fiscalía de Menores tiene un papel fundamental porque son ellos los que instruyen la causa y en su caso, median o imponen medidas de conformidad con las partes. A juicio solo se escala cuando en esa fase no es posible alcanzar una solución. Normalmente, asegura este magistrado, aprueba las medidas impuestas, que cuando se trata de trabajos en beneficio de la comunidad suelen ser de limpieza en polideportivos , que «me parece un medio óptimo en el que poder desarrollar esta pena».

El juez de Menores, Luis Rabasa en su despacho de la Ciudad de la Justicia ABC

Sin embargo, alguna vez ha llegado alguna medida propuesta por los técnicos no tan acertada, como cuando propusieron a un chaval delincuente, perteneciente a una familia de delincuentes, que el trabajo en beneficio de la comunidad lo hiciera en un juzgado en un pueblo, el mismo al que llegaban sus exhortos. «En ese caso no lo vi apropiado, era como poner al lobo al cuidado de las gallinas», argumenta.

Primer paso en delincuencia

Rabasa está convencido de que cada día «asistimos más a una falta de valores importante en la sociedad. El problema de muchos menores infractores está en que no saben qué es obedecer a un padre o a una figura de autoridad, y eso es imprescindible».

En su día a día en sala, este magistrado ha escuchado ya de todo, pero la frase se repite con algunos casos «Si yo no hago caso en mi casa, ¿voy a hacerlo aquí?».

En estos extremos, el juez se limita a no mantener diálogo con el acusado e imponer la pena. En esas circunstancias, aclara, no se puede hablar con el menor, no cabe diálogo posible. Pero hay de todo, comenta el juez de Menores.

En otros casos, como un niño de 14 años que ha quemado un contenedor de basura y es la primera vez, hay que tener en cuenta si ha sido influenciado por pandillas en las que «ha intentado meter cabeza, caer bien y demostrar que puede formar parte de ese grupo», señala Rabasa. Este perfil de menores se da más de lo habitual, explica, y en esos casos, « el niño suele ponerse a llorar al pisar por primera vez un juzgado ; lo ves que es influenciable, y como juez detectas cómo es y le impones la pena con tristeza».

Rabasa, que fue juez decano entre los años 2008 y 2012 y que además de magistrado es licenciado en Psicología, cree que como padre el oficio de juez o ser psicólogo no le ayudan en su día a día con sus hijos: «Si digo la verdad, no me sirve de mucho; cada hijo es distinto, un mundo».

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