Al Norte del Sur

Ribera de Plata

El Círculo Andaluz de Buenos Aires guarda fotos de la visita de Julio Romero de Torres

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Restauración de un cuadro de Romero de Torres, en una imagen de archivo Rafael Carmona
Rafael Aguilar

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El pintor, en el camarote que el capitán del vapor Infanta Isabel de Borbón que le lleva en quince días desde Cádiz a Montevideo le ha preparado como estudio de trabajo, escribe que su viaje es «el de un romántico», porque «quería llegarme a este país maravilloso». En 1922 a Julio Romero de Torres le quedan ocho años de vida y es ya un artista y un creador reconocido en España, cuya obra fundamental, consumada, goza de una difusión importante en su país. Ahora, junto a su hermano Enrique, se dirige a Argentina, a una exposición y a un homenaje organizados en la Galería Witcomb que supondrán la penetración de sus cuadros en los circuitos culturales de América del Sur. El punto de entrada elegido para el universo iconográfico del vecino de El Potro es la nación del subcontinente con la que Madrid tiene unas relaciones diplomáticas más estrechas y avanzadas en ese momento.

«Acerté cruzando el charco, pues el recibimiento que en la Argentina se me dispensó superó todas mis ilusiones », reconocerá JRT a su regreso a su casa de la Ribera de Córdoba, hoy Museo de Bellas Artes, y en la que en estos meses hay un espacio dedicado a la estancia del autor de ‘La Chiquita piconera’ en la capital porteña. En ella había fallecido en 1917 su hermano Carlos, escultor como Mateo Inurria, hijo del mismo padre y de la misma madre que Agustín, arquitecto, que lo estaba esperando con otros paisanos en la orilla del Mar de Plata, donde vivía, para acompañarlo a los actos en su honor, como el banquete en el Círculo Andaluz de Buenos Aires : ahí está, en la sala discreta de la pinacoteca a dos pasos del Guadalquivir, una muestra de fotos que dan fe de la cita de confraternización entre paisanos.

Años después, Niceto Alcalá Zamora , presidente de la República, se toma un interés personal en la promoción de un monumento en memoria de Romero de Torres en la que con el tiempo se iba a convertir en su patria en el exilio. Más tarde, en 1944, Ramón Gómez de la Serna le escribe a Enrique desde la capital bonaerense unas líneas gruesas con tinta roja en un papel rugoso y chillón: le pide, entre alabanzas al talento de Julio y cantos a la amistad, que le mande folletos y fotografías de este último para que América no se olvide nunca del pintor cordobés más universal.

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