VERSO SUELTO

El pelotón de amantes del arte

«El milagro del Prado» tiene héroes: los técnicos que salvaron los cuadros del capricho político

Regreso de las obras del Museo del Prado a Madrid en septiembre de 1939 Santos Yubero
Luis Miranda

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Fue en «Soldados de Salamina» , aquella novela de Javier Cercas de la que dije durante años que no me había gustado demasiado a pesar de que en realidad no sabía cuánto me había impactado, cuando yo leí por primera vez aquella frase de Oswald Spengler : «Al final es siempre un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización». Después los tertulianos, tantas veces especialistas en quitarle la gracia hasta a Groucho Marx , la manosearon hasta la náusea con un desconocimiento de su autor tan profundo como el mío, pero Cercas fue tan hábil como siempre para tomar aquellas palabras y usarlas para explicar que no hablaban de los salvapatrias que se alzan contra los Gobiernos, sino de los valientes que con poco más que su buena voluntad pelean contra los gigantes del totalitarismo.

Me he acordado de aquella idea, más que de aquella frase, porque las palabras pueden estar vacías, al leer estos días « El milagro del Prado », el libro en el que el egabrense José Calvo Poyato , historiador, escritor y colaborador de este periódico, ha relatado el azaroso viaje que las grandes obras maestras del museo hicieron por la España en guerra por orden del Gobierno de la República , que en teoría quería retirarlas de los bombardeos que sufría Madrid. Conforme avanzaba en la lectura más me extrañaba que Calvo Poyato no hubiese optado por el formato de la novela histórica con que ha atraído a tantos lectores, porque lo que cuenta merece las técnicas de la ficción en la dosificación de la trama y el retrato de los personajes que participan en la peripecia que vivieron algunos de los cuadros más admirados del arte universal.

«El milagro del Prado», que ha publicado Arzalia Ediciones , es un ensayo en el que su autor aporta datos para sugerir que los políticos que ordenaron el traslado de tantas obras del museo lo hicieron pensando más en la propaganda y en una improbable internacionalización del conflicto que iban perdiendo que en su seguridad, que era mayor en los refugios de Madrid. Si yo fuera escritor me habría puesto manos a la obra para relatar los diálogos entre el obstinado autoritarismo de los políticos y los técnicos que insistían en que lo más seguro era dejar los cuadros donde estaban, y seguro que el «ordeno y mando» de María Teresa León habría sido un potente elemento narrativo.

Para contar cómo ¡¡ «Las Meninas» !! se tuvo que pasar a mano por el puente de Arganda en una noche de diciembre no habría que tirar de fantasía, porque fue exactamente así, y al leer no podía dejar de imaginar la escena en que se firmó, con las luces de un coche porque no había electricidad, el acuerdo para llevar las obras de fuera de España, el sospechoso decreto por el que pasaban al Ministerio de Hacienda quién sabe si para pagar facturas y la escena del camino por carretera camino de Francia mientras miles de personas escapaban de la represión atroz de los vencedores.

La historia de aquel viaje hasta Suiza tiene también unos héroes, y son Francisco Javier Sánchez Cantón en Madrid y Timoteo Pérez Rubio en Valencia , los técnicos que lucharon por proteger los cuadros en circunstancias extremas, y el Comité Internacional de amantes del arte que pusieron dinero de su bolsillo para salvarlos y encontraron que el Gobierno franquista no les dio ni las gracias. También aquellos días hubo un pelotón de honrados soldados que salvó la civilización.

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