Rafael Aguilar - EL NORTE DEL SUR

La palabra y la trampa

El empeño en moldear el lenguaje no con el uso sino con la conveniencia da lugar a absurdos

Instalaciones de la empresa Aceites y Energía Santamaría, en Lucena J. M. G.
Rafael Aguilar

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Aquí está la factura de la perversión del lenguaje, del empeño en que no lo moldee el uso cotidiano como ha ocurrido toda la vida sino que sea la conveniencia del momento y de la causa quien desbroce la selva del instrumento escrito y hablado que han encontrado los hombres (y la mujeres) para tratar de entenderse. Unas trabajadoras de Lucena les reclaman a su empresa aceitera que las ponga al día de los atrasos salariales y el patrón estudia entonces la demanda con papel de fumar y dice que lo primero que va a hacer es mirar qué estipula el convenio colectivo, de tal modo que decide aplicarlo a pies juntillas, letra por letra. La parte empleadora está obligada a cumplir solo lo que está firmado en el documento, nada más, y lo que está ahí escrito es que el incremento de los emolumentos es un derecho de los trabajadores: a las trabajadoras no hay mención alguna. Así que lo sentimos, chicas, haber peleado en la negociación, viene a concluir en primera instancia el titular de la compañía agrícola de la Subbética.

Sucede que el caso llega a los sindicatos y después a los periódicos y se produce una situación cómica: las mismitas instancias que llevan años, si no décadas, haciéndole la guerra al masculino de género sacan toda la artillería a su alcance para defender justamente los contrario, esto es, que cuando en el convenio en cuestión, redactado seguro bajo el yugo opresor de la sociedad patriarcal, se lee «empleados» incluye sin falta a las mujeres en nómina. Riza la polémica la Real Academia de la Lengua , que a estas alturas da igual lo que haga o lo que diga porque de esa institución sólo mana la bilis machista: lanza un «tweet» en el que lamenta que «quizá la insistencia de afirmar que el masculino genérico invisibiliza a la mujer traiga consiga estas lamentables confusiones». La empresa rectifica, asegura que a las empleadas les va a subir también el sueldo, que todo ha sido un malentendido y que perdonen ustedes.

Pero la guerra sigue ahí. En todos los ámbitos. Los centinelas, que es femenino, del lenguaje que no discrimine están siempre alerta. No hay que bajar la guardia, hay que andar siempre atentos, con los ojos bien abiertos porque nunca se sabe dónde puede empezar a crecer el agravio o la ofensa . Ojo al reino animal, que ellos, y ellas, también tienen sentimientos. Cómo si no se explica que el Ayuntamiento de Córdoba haya encontrado una expresión tan acertada, tan neutra, tan natural, tan de la calle para referirse a los parques reservados a los perros (y a las perras): «Zona de esparcimiento canino». No vaya a ser que a una caniche, que es masculino, le entre el bajón si al cruzar la verja va y no se siente identificada con la denominación con la que los humanos se refieren a los (y las) de su especie y con el mal rollo vaya y se distraiga en un paso de peatones y un coche le dé un susto. Y a ver quién le explica a la «persona conductora», como el Consistorio llama ahora a quienes están al volante, que hay cosas que no pueden ser.

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