PUERTA GIRATORIA

No me gusta el fútbol

Es curioso como el fútbol tiene la capacidad de influir sobre vocaciones de padres e hijos

El portero de la selección española durante una acción ARCHIVO
Natividad Gavira

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Adelanto que carezco de sentido lúdico. No me gusta jugar ni a las canicas, quizás porque evado la competición como medio de relación con el otro. Avanzo que valoro cualquier manifestación deportiva como medio de desarrollo de los pueblos y círculo de valores loables, nobles, elevados. No comparto, sin embargo, la apoteosis de días de televisores monográficos, sostenidos por el soniquete de las retransmisiones deportivas con fondo de chasquidos y onomatopeyas, adornados con el rumor del chirrido que la monda de pipa hace entre los dientes. Es esta la escena en la que nunca participo por no asumir que eso del fútbol es una manera de vivir, y tal.

Siempre buscando mi propia marginación del contexto pasional-futbolero, he mascullado lo que pienso; lo hacía y hago mientras atravieso el salón en una protesta sorda e invisible para todos. No me gusta el fútbol, y recelo de esa inversión de energía que hacen los aficionados con sus consignas y luego, en la barra del bar, con la repetición de las mejores jugadas. Y el desvelo sobre la liga y las últimas oportunidades de ese bipartidismo de pantalón corto en que muchos recrean sus tendencias ideológicas, territoriales y sentimentales. Deploro el uso del plural mayestático, ese «ganamos» o «perdemos» subrayado como si en alguna ocasión alguno de ellos hubiera tocado un balón en el campo de juego. No puedo evitar pronunciarme sobre esa asimilación de roles y entonces nadie comprende mi convivencia dual entre el futbol y la nada, no es que crea que el fútbol debería ser sustituido por pasiones más altas, sencillamente manifiesto mi perplejidad ante tanta entrega frente a la atonía que presentamos ante el resto de las cosas de este mundo.

Y después están los poetas, verdaderos maestros de la opinión y el debate que conceden al hecho futbolero algo más que palabras. Para ellos toda mi admiración, y mi cansancio. Pero esta es harina de otro costal, a ellos les reconozco su rapidez en notar mi indiferencia. Y tan amigos.

A estas alturas del Mundial, soy de las pocas personas que no hace quinielas sobre la alienación de la selección Española, pero si confieso estar al día sobre el aspecto de los futbolistas y sus cánticos cuando alcanzan la gloria de un trofeo, entonces, me explico el porqué de esta faceta amputada de mi vida. Solo con evitar el gusto por la patilla corta y el tatuaje, doy por buena mi animadversión contenida hacia el deporte rey. Es curioso como el fútbol tiene la capacidad de imponer modas e influir sobre vocaciones de padres e hijos, después de que las televisiones hayan convertido el espectáculo en savia de sus audiencias a fuerza de prolongar episodios resumibles en cuatro minutos en telenovelas de horas. Así, no es posible escapar a su influencia, la misma que yo recibo y que motiva estas líneas bajo la mirada torva de todos los futboleros que deshabitan costumbres y rutinas en tardes de mundial.

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