Verso suelto

La pereza

Que tire la primera piedra quien no vio su terraza con tanta verdina como el Templo Romano de Córdoba

Vista aérea del Templo Romano de Córdoba Valerio Merino
Luis Miranda

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Cualquiera tiene en su casa un reloj de pared al que hay que cambiar las pilas, un cuadro sin colgar porque no se encuentra el momento de coger el berbiquí y una lámpara grande que podría dar un poco más de luz con la sencilla operación de sustituir una bombilla fundida. Coger una escalera y desenroscar o tomar un martillo y buscar un hueco en la pared puede ser una rampa mucho peor que la del catorce por ciento para los ciclistas.

La sociedad del tiempo libre clausuró la atención humana en una pantalla o en unas zapatillas de deporte y abolió ese trabajo voluntario por el que el esfuerzo no da más rendimiento que el de la satisfacción personal con lo que está bien hecho. O al menos como uno puede. Las distracciones de este tiempo, incluso aquellas deportivas que parecen implicar actividad, dispersan y dan excusas para la obligación no remunerada de ordenar el entorno propio y luego disfrutar de la calle. Siempre es más fácil ayudar a salvar el medio ambiente por pagar la cuota de una organización sí gubernamental que rescatar a la planta que se está quemando al sol y no necesita más que la diligencia de cambiarla de sitio.

Si hay algún arrebato de inspiración y un día se llevan a reparar los relojes y se enmarca por fin aquella acuarela que alguien había regalado y que vegetaba sus colores en un cajón, y hasta se arreglan los tiradores viejos de las puertas, parece que el mundo se estrena y la cerveza sabe distinta al ver que no era tan complicado.

Como casi todo el mundo tiene en casa paredes manchadas y sartenes que recuperarían el mango con la sencilla maniobra de un destornillador, no habría que ser cruel con el Ayuntamiento que tiene el Templo Romano parado desde hace bastantes años después de unas obras que ya se habrán quedado antiguas. Que tire la primera piedra en rueda de prensa quien no vio su terraza con tanta verdina como lo que rodea a las al fin y al cabo falsas columnas; que se indigne el que no arrinconó muchos años en un trastero algo tan inútil para él como para el común de los cordobeses el famoso convento de Regina . Nadie sabe si es la derecha, la izquierda, o la pereza que denunció Larra , pero cuando alguien se ponga ya se oirá: «Pues no sabía yo que era tan fácil».

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