Historia y curiosidades

Así fue el gigantesco harén de Medina Azahara

El harén de Abderramán III tenía unas 6.300 mujeres con tres favoritas: Fátima, la única mujer libre, y las esclavas Mariam y Mustaq

Dos turistas pasean por el recinto basilical del yacimiento de Medina Azahara Valerio Merino

Manuel Ramos Gil

En las zonas más recónditas y profundas de los palacios Omeyas existía un lugar apartado de los ojos del mundo, dominado por las sombras, las celosías y el misterio. Era el llamado ‘harén ’. De forma errónea se suele identificar este espacio con una suerte de lupanar , lugar donde nuestros califas dieron rienda suelta con desenfreno a sus pasiones más íntimas. Pero nada más lejos de la realidad. Sencillamente el harén o serrallo era la parte del recinto palaciego donde moraban las mujeres de la casa, todas ellas, desde esposas hasta concubinas y demás esclavas, bajo una estricta jerarquía y en un frágil equilibrio que en cualquier instante podía romperse.

En la parte más baja del escalafón se encontraban las mujeres del servicio doméstico, esclavas que con suerte podían abrirse paso y subir puestos si conseguían llamar la atención del emir o califa. Si así acontecía, la mujer era preparada y trasladada a los aposentos privados de aquél, y si además conseguía darle un hijo, ascendía a la categoría de ‘Umm al-Walad’ (madre del hijo).

En la parte superior del escalafón se encontraban las esposas y las concubinas de alta clase , educadas en la música y en la poesía, sobresaliendo de entre todas, la que llamaban la ‘sayyida’, esto es la señora, o la favorita.

Pero junto a las mujeres, en aquellos harenes cordobeses crecieron y se criaron los hijos menores de los gobernantes , a los que podemos imaginar corriendo y jugando por las estancias marmóreas, los patios y los idílicos jardines del Alcázar, la Arruzafa, la Almunia de la Noria o Medina Azahara. Todos ellos eran vigilados por los eunucos, castrados desde jóvenes en los mercados de esclavos como el de Verdún en Francia, aunque he escuchado decir que alcanzó fama en estas prácticas también el de Lucena.

El harén o serrallo era la parte del recinto palaciego donde moraban las mujeres de la casa, todas ellas, desde esposas hasta concubinas y demás esclavas, bajo una estricta jerarquía y en un frágil equilibrio

Como veremos, el harén no tenía nada que ver con la orientación sexual del califa , pues hubo de todo. Era una pieza absolutamente imprescindible, pues era un signo de poder, de ostentación y riqueza. Por ello, y dada la escasa consideración y derechos de la mujer en la Edad Media, el harén aparece incluido entre los objetos valiosos y tesoros de los gobernantes de la época y año tras año era incrementado con continuas adquisiciones tanto de muchachas libres como de incontables esclavas adquiridas en los mercados o esclavizadas tras las campañas en África o en el Norte de España.

Así se podría decir que el tamaño sí importaba en este caso, pues al igual que por desgracia el número y la calidad de las mujeres del harén reflejaba al exterior la grandeza de su dueño, la corte cordobesa asombraba al mundo en el siglo X.

Por ello, de asombroso y gigantesco habría que calificar el harén de Abderramán III en Medina Azahara , compuesto de unas 6.300 mujeres , destacando en él las tres favoritas: Fátima, la única mujer libre y las esclavas Mariam y Mustaq. En el caso de este califa, no parece que el harén fuese un simple elemento decorativo: llegó a tener 19 hijos y 16 hijas.

Pintura de Rodríguez Losada sobre las recepciones de Abderramán III (derecha) ABC

Nada que ver con el siguiente califa Alhakem II, que prácticamente no pisó la zona femenina de Azahara . Prefirió siempre su gran biblioteca y un buen libro, aparte de ser homosexual. Solamente la presión de dejar un heredero lo obligó a acercarse a una mujer, y solamente a una: la ‘sayyida’ Subh, la navarra de la que finalmente nació el príncipe y sucesor Hixen II.

Pero no fue tarea fácil; en el harén tuvieron que idear muy distintas artimañas para que la empresa llegara a buen puerto. Al príncipe de nada le valían los afrodisiacos, ni lo ungüentos de aplicación directa en las partes que se usaban en la época, entre ellos, algunos tan curiosos como los sexos de pájaros en celo, triturados y mezclados con esencia de jazmín.

Cuando se pensaba que ya estaba todo perdido, alguien dio con la tecla: vistieron a la reina Subh de varón y comenzaron a llamarla por un nombre masculino: Yafar . Con esta ayuda, Alhakén se mostró más relajado y por fin llegó el ansiado heredero, aunque se había tomado su tiempo. Tenía 46 años.

Hishan II tampoco dio demasiado uso, al menos sexual , a su harén. No se le conoce esposa, ni hijos, y los cronistas inciden en que acostumbraba, en las raras ocasiones que Almanzor le permitían salir de palacio, «a vestir un albornoz como lo hacen las mujeres de harén y no distinguirse de ellas».

Alhakem II no pisó la zona femenina de Azahara. Prefirió siempre su gran biblioteca y un buen libro, aparte de ser homosexual. Solamente la presión de dejar un heredero lo obligó a acercarse a una mujer

Aunque nada material faltaría a las mujeres del harén, la vida no debió ser nada fácil para ellas, pues las intrigas y los episodios de maltrato estarían a la orden del día. Se cuenta el caso de la concubina que apartó la cara a al-Nasir cuando éste intentaba besarle el cuello . Abderramán ordenó sujetarla y con sus propias manos la quemó y desfiguró allí mismo, pasándole por su bello rostro la llama de una vela.

O el caso de otra esclava a la que ordenó cortar el cuello sin motivo aparente. Titubeó el verdugo, aunque finalmente asestó el golpe mortal en el cuello de la mujer, sonando en ese momento un raro chasquido, distinto del acostumbrado. El cuello se abrió en canal y de su interior, mezclado con la sangre, brotaron perlas y otras piedras preciosas que la escava había robado y tragado.

No se conocen episodios de violencia en el harén con el bueno de Alhakén, aunque la presión de los eunucos, las continuas intrigas y sobre todo, la desatención, hicieron que su esposa Subh le solicitara algo insólito: salir de allí e irse a vivir sola al Alcázar . Allí encontró la felicidad y el amor. El califa le puso por administrador a un apuesto Almanzor, que por aquel tiempo comenzaba a destacar y escalar puestos en la administración, viviendo momentos muy felices la pareja, a escondidas por supuesto...

Sin embargo, Almanzor pronto se cansó de la reina, y en su recién erigida Medina Alzahira, formó su propia familia y por supuesto, un gran harén, que de seguro que echó el pulso al de los califas. Pero ésta, será la siguiente historia...

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