Pretérito imperfecto

De San Lorenzo a Bucha

El perdón brotó de la cruz para redimir culpas incautas, ¿puede haber perdón ahora, a cuatro mil kilómetros de distancia...?

Culminan los preparativos: la peregrinación de las cofradías acaba tras una odisea de tres años

Niños con palmas en sus manos en el Domingo de Ramos de 2021 en San Lorenzo VALERIO MERINO
Francisco Poyato

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Hoy se abre la puerta de la luz que nos guía del horror a la salvación. Las manos pequeñas de nácar sujetan palmas de bienvenida, como columnas del templo de la inocencia . Los ojos grandes, abiertos, mirando a todas partes. La inquietud del estreno, el bautismo de la tradición y las manos protectoras de una madre. Chicuelos que juegan con esa luz mística que baña el interior de San Lorenzo por la boca de su rosetón .

Domingo de estreno y añoranzas, por lo que se fue y ya no volverá. Por lo que queda y se anhela. El sol se presta a regalarnos el escenario perdido. Y los naranjos a borbotones presentan el aroma del tiempo que muere para resurgir. El olor inconfundible de la memoria. Domingo de Ramos, domingo de palmas, domingos eternos, domingos de infancia, domingos bajo la ropa nueva, domingos de Córdoba por sus plazas que florecen a mansalva; domingo de olivos y agua, domingo de esperanza. Del amor a la pena va un ligero suspiro para rescatar al alma. Domingo popular, de balcones acicalados, finas estampas y devoción.

Hoy no sale la luz que nos guía del horror a la salvación en el mismo Domingo de Ramos a cuatro mil kilómetros de distancia. De San Lorenzo a Bucha . Las manos de los mismos niños no juegan en la inmensa oscuridad que les atrapa. Ojos apagados, mustios y lacrimosos, bajo la piedra escrita que les entierra en un refugio sombrío, de miedo y silencio. Sin palmas de bienvenida, ni ropa nueva; sin manos protectoras, sin madre ni esperanza. No hay días ni semanas. La vida se rompió a pedazos de un estallido que aún retumba en sus caras. La misma oración pero diferente semblanza. Cuatro mil kilómetros de distancia. No hay sol para un escenario aniquilado. Montones de escombros y añoranzas. Pavor en un domingo sin infancia. Sin amor que consuele un via crucis de suspiros y penas. Aroma a ausencia y muerte en el tiempo que no muda ni resurge. Estación de penitencia para huir del infierno hacia algún Jerusalén sin triunfal entrada. Allá donde vivir se pueda, aunque sea mutilados de dolor y rabia.

Hoy vuelve la Semana Santa con la extraña incomodidad de una desbandada. De ilusiones renovadas. Con la muchedumbre sin jaula. Vuelve bajo el mismo pecado original , a cuatro mil kilómetros de distancia. Se asoma a nuestra mirada de niño, por donde sólo lo auténtico se proclama. Habita una sencilla plegaria por cualquier esquina o casa. Los ruegos que viajan hacia dentro, hacia la ruta más humana. Hoy veo las palmas y las sonrisas chispeantes, la algarabía y el desorden que toma la faz urbana; y las manos de una madre..., y sólo puedo pensar en ellos, a cuatro mil kilómetros de distancia, donde no hay luz que les ampare ni una paz posible en el horizonte.

Como hace dos mil años, capaces de la mayor injusticia humana, el perdón brotó de la cruz para redimir las culpas incautas, ¿puede haber perdón ahora, a cuatro mil kilómetros de distancia...?

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