Rafael Ruiz - Crónicas de Pegoland

Defensa laica de la carrera oficial

Trasladar el recorrido común a la Mezquita ha liberado zonas de uso cotidiano

Rafael Ruiz
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SI me permiten el testimonio, este que firma ha vivido los últimos veinte años entre el Casco y el Centro en cinco domicilios distintos. Siempre en el triángulo de las Bermudas de las tradiciones populares. En el rombo imaginario que une la Mezquita, la Corredera, Capuchinos y San Hipólito. Un numerito, efectivamente. Ahora lo pop, lo guay, es despellejar a Emilio Aumente (a quien he felicitado en privado, me acuso) y a las cofradías y tal. Tanto, que aparecen los defensores de la movilidad que nunca existieron cuando las Tendillas y Claudio Marcelo estaban ocupados y el Centro tomado desde las cuatro de la tarde hasta bien entrada la madrugada de Domingo de Ramos a Domingo de Resurrección.

Aquello, señores, sí que era un problema.

Pues miren, disiento. Esta ha sido la primera Semana Santa que se recuerda en que se podía coger el transporte público hasta una hora racional en la zona donde vive y trabaja la gente, que no es precisamente enfrente de la Mezquita. Donde un vecino podía llegar hasta el supermercado a llenar el frigorífico o acceder a su puesto de trabajo con las dificultades lógicas de tropezarse con una procesión. Una Córdoba sin barreras, claman los que aplauden la peatonalización de Capitulares desde el piso en Noreña.

Llevar la carrera oficial al entorno de la Mezquita ha sido como quitar la Feria de la Victoria. Antes, había procesiones se quisiese o no. Ahora hay que ir a verlas allá le plazca al personal salvo aquellas que pasen por la misma puerta. Claro que ha habido problemas, aglomeraciones y molestias. Como las hubo otros años en otros puntos. Y riesgos. Como los había cuando el mercado medieval estaba en la Corredera y bajaban miles de personas por la Espartería o en algunos puntos de la Noche Blanca del Flamenco, que daban miedo. Momentos en los que nunca hubo debate ni se significaron estos paladines.

También hubo palcos y sillas de pago. Como las autorizadas en 2000 por Izquierda Unida —ay— en lo que se llamó «el eslalon cofrade». Una carrera oficial que subía por Claudio Marcelo, giraba por García Lovera y accedía a las Tendillas por Alfonso XIII y Diego de León. Un auténtico disparate que se creó, fíjense ustedes, por la necesidad de poner más lugares de pago. Efectivamente, hay gente con muy mala memoria. La misma que no ve tan relevante, supongo, determinados usos comerciales en el entorno de la Mezquita que tienen calles tan pintorescas y cuidadas como Deanes. Que da gusto verla.

Ya me hubiese gustado que esta actitud de lucha se aplicase en todas y cada una de las ediciones de todas y cada una de las fiestas populares. Que todas las apropiaciones de lo público se denunciasen de esta forma y no algunas, solo algunas. Que determinadas asociaciones de vecinos, que han estado calladitas y obedientes durante tanto años, hubiesen dicho en su momento que las calles y las plazas son de todos. Incluso, fíjense, las que ellos usan para sus peroletes y sus fiestas. Que entonces no se molestaba. Ni había cruz de mayo hasta las tantas ni se meaba nadie en la puerta de nadie.

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