Mario Flores - EL DEDO EN EL OJO

Cosas arrugadas

Es emocionante que la gente, por fin, se sacuda los complejos de mostrar la españolidad

MARIO FLORES

Resulta emocionante contemplar nuestros balcones luciendo banderas de España. Las vemos de todas las maneras posibles: grandes, medianas y pequeñas, prendidas sobre el enrejado o volando al viento, en pose solitaria o en conjunto coral,… Pero hay dos características comunes a muchas de nuestras banderas que no sé si habrán ustedes pasado por alto: por una parte la mayoría de ellas presentan los dobleces propios de haber estado empaquetadas mucho tiempo y por otra, hemos de hacer notar, que muchas de ellas son de los chinos. En cualquier caso, bien está que la gente, por fin, se haya sacudido los complejos y muestren su españolidad desde el escaparate de sus hogares. Y ello se hace hasta necesario cuando el Gobierno de España ha cedido el protagonismo a los independentistas permitiendo que sean estos los que construyen el relato en esto de irse del país; los españoles, ya que no el gobierno, tenemos mucho que decir sobre ello. Y lo estamos haciendo en el plano simbólico, ese que a veces se torna tangible y es capaz de materializar el orgullo en forma de canto, de lágrimas o de llanto.

No estaría de más, sin embargo, que antes de salir a la calle con la bandera a la espalda o de prenderla del balcón, le pasáramos un poquito la plancha. Porque se notan las arrugas del paño y eso da que pensar. Da que pensar que nunca antes habíamos creído en España, que estábamos desacostumbrados a eso del patriotismo y que, a diferencia de la inmensa mayoría de los países que en el mundo son, arrastrábamos un cierto complejo de culpa, de vergüenza o de vaya a saber usted qué. Hemos de recordar que la leyenda negra que otros países pusieron en circulación sobre nosotros hace siglos (Holanda e Inglaterra sobre todo) dejó hace años de ser «trending-topic» internacional pero, sin embargo, es en España donde esa historia torcida no abandona el top ten de la lista de éxitos autoflagelantes. El prestigio de España, hemos de recordar una vez más, es mayor en el resto del mundo que en la propia España.

Hay ciertas cosas a las que los españoles estamos desacostumbrados (ya lo hemos dicho), como desacostumbrados estamos los cordobeses a vivir mirando a un horizonte de promesa que nos permita vislumbrar un futuro cercano de properidad, progreso y bienestar. Porque Córdoba y su provincia, más allá de fuegos de artificio, de cifras turísticas y de concejales y diputados exhibiendo carteles en sus manos a modo de cohetería, se encuentra a la cola del crecimiento económico de nuestra región y a la cabeza en cifras de pobreza. Como bien nos recordaba el pasado viernes en estas mismas páginas nuestra compañera Natividad Gavira, «tener trabajo en Córdoba no significa ya tener tus necesidades cubiertas».

Después de miles de millones de euros provenientes de Europa en estos últimos lustros, tras las distintas «modernizaciones» que la Junta de Andalucía ha llevado a cabo (y que solo han dado para decir «ciudadanos y ciudadanas», «andaluces y andaluzas» y otras zarandajas) y después de muchos planes de desarrollo y de no sé cuántas mil chorradas más, los cordobeses nos levantamos por la mañana con un presente zozobrante y un futuro incierto.

El día que de verdad venga el progreso tendremos que hacer como con las banderas: darle un planchadito para que no se note que el mismo ha estado lustros en el fondo del cajón de cualquier despacho municipal, provincial o autonómico.

Como nos recordaba Nati Gavira el otro día: «Nada parecía indicar que pisamos sobre un manto de ceniza oculto bajo el adoquín rosado de las calles».

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