Coronavirus Córdoba

El Covid-19 de las personas mayores: las cuatro paredes de toda la vida

El confinamiento de la tercera edad: Josefa hace albóndigas para sus nietos, Luis lee a Hesse y Carmen estira con Youtube

Un hombre asomado a la ventana junto a la avenida de Barcelona VALERIO MERINO

Rafael A. Aguilar

JOSEFA tiene un pasatiempo. Hace tres semanas que se enganchó a él: contar los vehículos que circulan por la autovía, a la que da una de las ventanas de su piso del barrio de Santuario . «A veces me río de mí misma, sentada los ratos muertos mirando a la carretera contando los camiones y los coches de la carretera, aunque la verdad es que ahora pasan pocos». La mujer ha cumplido 74 años y vive sola. La crisis del coronavirus , que ha dejado en el aire sus planes de operarse del tiroides, la priva de la visita asidua de sus nietos, que son seis. «Sé que esto es así, que todos estamos igual, pero es duro... A veces me aburro... Empecé primero a hacer lacitos para las niñas y ahora me he puesto con las mascarillas. Pero lo que más echo de menos es cocinar para los niños», declara la vecina.

Una mujer mayor, en un balcón junto a la plaza del Pocito VALERIO MERINO

Ella se atiende sola —lo hacía con normalidad antes de que estallara la pandemia— si bien ahora precisa de la ayuda de sus dos hijos varones para que le hagan la compra. «Sufro por ellos: son los dos policías y están en la calle trabajando, no sabe una qué pueden coger, y encima sacan tiempo para venir aquí a traerme las cosas para que yo pueda hacerme la comida y la casa. Llevo muy mal no poder achucharles cuando suben, unos días uno y otro el pequeño, que yo les abro cuando llaman al telefonillo y me voy al salón, ellos entran, me meten todo en la cocina y me tiran un beso con las manos. ¿A esto hay derecho...?», dice quien ya se ha autoimpuesto tarea para lo que queda de Semana Santa . «A mis hijos les he dicho que me traigan avíos para hacer albóndigas en salsa y ensaladilla, que es lo que más les gusta a mis nietos, y lo voy a preparar todo en túpers y lo dejo en la puerta, para que cada uno venga a por lo suyo», añade Josefa.

«Me he aficionado a hacer estiramientos caseros con la ayuda de YouTube»

A Carmen Fernández todo esto le ha pillado en su primer año de jubilada. Soltera y vecina de San Miguel , cuenta con la compañía de su perro, al que saca dos veces al día a que haga sus necesidades a la calle. «Lo agradezco, la verdad», reconoce. Cada diez días se acerca a El Corte Inglés , que mantiene abierto su supermercado, para hacer la compra, que ella lleva hasta casa. «Hay que tener paciencia, no nos queda otra. Lo importante es pensar es que lo hacemos por un bien común», se extiende esta profesora de Secundaria ya fuera del circuito académico y que aprovecha este parón en la vida para echarle horas a una de sus grandes aficiones: la lectura. «La desaparición de Stéphanie Mailer» es la novela de Joël Dicker con la que le planta cara al confinamiento. «También me he aficionado a hacer estiramientos caseros con la ayuda de los vídeos de YouTube, y que es un ejercicio con el que sustituyo mis paseos andando y en bici, que me encantaban...».

«Me leo la colección de libros de RTVE que compre en los 70 cuando me casé: hasta ahora no los había tocado»

A Luis, de 81 años, le ha dado por los libros a los que nunca les ha hecho caso. «Compré en los años setenta, de recién casado, la colección de RTVE y en mi vida he leído uno... hasta ahora. La primera semana me bebí ‘Platero y yo’ y me puse después con Blasco Ibáñez, que me ha encantado. Ahora estoy con ‘El lobo estepario’, que me está dando muchas lecciones para estos días de soledad». El hombre, sin hijos, vive solo desde que enviudó hace cuatro años y ahora necesita más que nunca a la mujer extranjera a la que él y dos parejas más del bloque le pagan el alquiler desde hace un año con la contraprestación de que les haga la casa y la comida. «Entrar ya no entra en el piso, así que me va a comer el polvo cualquier día, pero el almuerzo y la cena sí que nos los deja en la puerta a su hora. Es una bendita», confiesa.

El mismo calificativo es el que Manuel le pone a su esposa, de 87 años y que cuando entró en vigor la orden de confinamiento llevaba ya dos meses sin poner un pie en la calle por una operación de cadera. «Ahora paseamos por el descansillo del piso, porque en la planta no vive nadie más. Mi hijo me deja comida en el portal y la farmacéutica las medicinas en el buzón. Vamos tirando».

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