Rafael González - LA CERA QUE ARDE

La brigada

La implacable dureza de la ley ha caído cuando asoman las primeras luces del alba

Rafael González
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PRIMERO vinieron a por los veladores, pero como yo no bebía, no hice nada. Después llegaron a llevarse los macetones, pero como yo no soy decorador, no moví un dedo. Más tarde ocuparon un colegio y les dieron la medalla de oro de la ciudad. Yo no soy medallista, así que me importó un pimiento. Al poco expropiaron la Carrera Oficial y como yo no soy cofrade lo vi desde la distancia. La brigada actúa de madrugada y se va llevando cosas: enseres, sillas de plástico, palmeras japonesas enanas… Hay quien ha colocado a su suegra en el portal, por si canta la gallina, pero ahí no ha habido suerte.

La implacable dureza de la ley ha caído cuando asoman las primeras luces del alba: el manual del perfecto comunista es práctico y efectivo.

Que se lo pregunten a los coreanos del norte o a los cubanos; a los que puedan hablar, claro. La brigada político-turística ha comenzado a cumplir su amenaza de dejar las aceras tan diáfanas como el tejido industrial cordobés, que viene a ser lo mismo, porque la industria cordobesa es de mostrador, terraza y caracoles. Ni los sucesivos pactos por el empleo, la industria y el pato malvasía han sido tan efectivos como la contundencia de la normativa. Bien es cierto que se trata de poner orden donde no había concierto, pero los criterios brigadistas no han sido transversales, sino ejemplificadores. Así, de repente, donde un turista pernoctador solía poner su trasero ahora hay baldosas ciudadanas.

El pecnoctador se ha ido a sentar su culo guiri a Sevilla, quizá. Sus euros también. Las calles vuelven a ser de la ciudadanía y la gente. De hecho, este es ayuntamiento de la gente, según reitera la alcaldesa desde antes de ser alcaldesa. No ha dicho en realidad otra cosa, salvo nombrar caballero de la orden de los Lannister a Mayor Zaragoza. Pero para eso este cogobierno cuenta con el ala izquierda de Capitulares y el manual de King Jong-Un de Pedro García: velador que se desmande, al gulag.

Hubo un tiempo en que la derecha gobernó o no, que no lo sabemos a ciencia cierta. Eran los tiempos en los que si se aplicaba la normativa- superando los complejos y aprobando el diploma de progres —los mismos que les otorgaban el diploma les montaban un pollo antifascista de no te menees—. Si a un Nieto socialdemócrata cualquiera le hubiera dado por contratar a grúas Pérez para retirar macetones y mesitas de merchandising de la vía pública, y con nocturnidad, las barricadas hubieran conocido su auténtico sentido y razón de ser: no pasarán los neoliberales, pasacalles con acróbatas por la paz, sindicatos de clase haciendo piña colada en solidaridad con el gremio de la hostelería y lecturas de manifiestos contra el abuso de poder de la clase dirigente, los bancos y Donald Trump. Mayor Zaragoza estaría desde el Trono de Hierro dirigiendo toda la operación. Y la mezquita rodeada de mujeres femipartriarcales con pañuelos blancos abrazadas contra el fascismo. La ciudad de la gente, la capital de la ciudadanía participativa. Cuando la brigada vino a mi barrio, a por mí, ya no había nadie a quien llamar. Hasta los camareros se había ido a hacer la temporada anual a Mallorca.

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