Perdonen las molestias

Salmorejo sevillano

El camarero sale a la terraza con la bandeja y el salmorejo sevillano que te pone delante de tus narices se parece al salmorejo cordobés de toda la vida

Plato de salmorejo en un restaurante sevillano Raúl Doblado
Aristóteles Moreno

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¿En qué momento de la historia Sevilla nos arrebató el salmorejo cordobés ? Es difícil precisarlo con exactitud. Como en casi todos los procesos históricos, no hay una fecha concreta a partir de la cual la sublime crema fría de tomate aparezca de repente en las cartas de los restaurantes sevillanos como si hubiera sido una creación culinaria de los Cantores de Híspalis .

La usurpación se produce tacita a tacita. O cucharada a cucharada, si ustedes lo prefieren. Hasta que, de pronto, un día te sientas en un bar frente a la Estación de Santa Justa y zas: te topas con el salmorejo sevillano en el menú que te entrega el camarero con toda su gracia trianera . Al principio, se te queda la mirada perdida como si Mike Tyson te hubiera arreado una colleja con la mano abierta. ¿Estoy viendo lo que estoy viendo?, te preguntas ensimismado. Pero inmediatamente se apodera de ti el sentido común y piensas por un momento que debe de tratarse de una simple confusión terminológica .

Los cojones. El camarero sale a la terraza con la bandeja y el salmorejo sevillano que te pone delante de tus narices se parece al salmorejo cordobés de toda la vida como dos gotas de agua. Es en ese instante cuando escuchas un ruido de hierros retorcidos en el interior de tus conexiones neuronales. Miras al camarero con cara de tercera división regional y lo que te extraña es que no se esté partiendo la caja a mandíbula batiente del atraco a mano armada que se acaba de perpetrar.

De repente tienes la sensación de que otro individuo se ha puesto tu camisa, se ha calzado tus zapatillas, se ha echado tu móvil a su bolsillo, ha cogido las llaves de tu casa, se ha rapado como tú el poco pelo que te queda, ha impostado tu timbre de voz, se ha sentado en tu sofá y ha cogido el libro que estás leyendo por la página en que lo dejaste.

Entonces tomas asiento como un sonámbulo en la Estación de Santa Justa con la esperanza de que cuando regreses a tu destino no te hayan birlado también el perol cordobés que formaba parte indisociable de tu identidad hasta esa misma mañana.

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