Bien de Interés Turístico Nacional

Es el momento, por tanto, de tomar una decisión. Y es el momento de sacudirse el pelo de la dehesa, y desterrar prejuicios absurdos como lo de la ocupación del espacio público por parte de las cofradías

Yolanda Vallejo

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Quizás nunca leas esto que escribo. Dice un viejo proverbio que para quien no sabe a dónde ir, todos los caminos son buenos, aunque Séneca afirmaba que “ningún viento es favorable para quien no sabe a dónde va”. Es decir, que por el camino bueno, o con el viento malo, si uno no sabe por dónde tirar, lo más sensato es pararse un rato y revisar lo que los modernos llaman “hoja de ruta” y que no es otra cosa que buscar dónde tenemos el norte, porque si lo perdemos definitivamente, lo más normal es que tropecemos con la primera piedra y terminemos diciendo aquella pamplina de que son los árboles los que no nos dejan ver el bosque.

En ese punto está nuestra Semana Santa, en el mismo punto que estuvo nuestra ciudad hace algunos años cuando no sabíamos si sonreíamos, sin funcionábamos, si éramos constitucionales o fenicios, o romano. Y es que cuando los proyectos no son sólidos, terminan escurriéndose por cualquier grieta o sumidero. No toda la culpa es de quienes organizan, claro está, sino de quienes se acercan a la fiesta, en un sentido o en otro, dependiendo de los vientos que corran, siempre con la boca pequeña, y siempre más preocupados por las hojas que por los rábanos.

Cuesta reconocer que más allá del sentido religioso que, evidentemente es el que construye la razón de ser de la Semana Santa, hay otros matices que no pueden ni deben dejarse atrás si lo que perseguimos es esa declaración de Fiesta de Interés Turístico Nacional que tanto beneficiaría a nuestra ciudad, en unos momentos en los que nos estamos configurando como ciudad turística. Porque pocas fiestas contemplan, de una manera tan evidente, lo que podría convertirse en un auténtico eje económico para Cádiz.

No hace falta que yo se lo diga, pero son los ritos más ancestrales los que nos mantienen conectados a la historia de la humanidad y los que más interés despiertan. La primavera, que revienta cada año por estas fechas, potencia todos los sentidos, el olor, el gusto, la vista, el oído y hasta la piel que se renueva, año tras año, en una ceremonia de eternidad. Y son estas experiencias sensoriales las que mecen esa pasión y muerte que, como una promesa, también renovamos cada año. El incienso y el azahar, los sabores de Cuaresma, el patrimonio artístico que convierte las calles en museos, los sones de las marchas y el repiqueteo de las horquillas en los adoquines centenarios, envuelven a las tardes gaditanas durante la Semana Santa, haciéndola atractiva no solo para el creyente, sino para un turismo que encuentra, además, la playa, el sol, y una ciudad cargada de historia y de cultura.

Es el momento, por tanto, de tomar una decisión. Y es el momento de sacudirse el pelo de la dehesa, y desterrar prejuicios absurdos como lo de la ocupación del espacio público por parte de las cofradías –también lo ocupan las agrupaciones de carnaval, y los conciertos, y los mercados, y las motos, por si alguien no se había dado cuenta- y los tópicos manidos de la cosa anticlerical. Porque no estamos hablando de una cuestión de fe, que solo afecta a unos cuantos, sino de una cuestión de ciudad que nos afecta a todos.

La declaración de Fiesta de Interés Turístico Nacional proporcionaría un requisito indispensable para poder optar a la concesión de subvenciones de la Secretaría de Estado de Turismo, lo que para nuestra ciudad sería una inyección económica que no hay que despreciar. No se trata solo de “atraer devotos” como hay dicho alguna representante política, sino de buscar un bien común a toda la sociedad. Una fiesta que atrae a más visitantes de lo que sospechan las estadísticas, que reúne a muchos gaditanos que viven fuera, que posibilita la convivencia de un turismo de sol y playa con el cultural, con el gastronómico y hasta con un turismo que se conmueve -¿por qué no?- con la religiosidad popular.

A veces es la intransigencia la que no nos deja ver el bosque. Una intransigencia que sigue pensando en “el carnaval de los curas”, que sigue protestando por el “ruido” de las bandas de música, que sigue denostando y despreciando lo que puede convertirse en un revulsivo para nuestra ciudad, solo porque tropezaron en un pasado que nada tiene que ver con el presente. Los prejuicios no siempre están donde uno los supone.

Así que ha llegado la hora de decidir a dónde queremos ir. Los vientos son favorables, pero lo más importante es que todos caminemos en la misma dirección. Más allá de los tópicos, de las guerrillas cofrades, de la carrera oficial, de los palcos, de las supuestas ideologías, de las cuestiones de fe y del catetismo, se abre un espacio de convivencia y de beneficios para nuestra ciudad. De nosotros depende si lo queremos o no.

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