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Un 11-M feliz
Actualizado: 16:08

Diez años del 11-M

Un 11-M feliz

Isabel se casó el 11 de marzo de 2004, el día del atentado. Celebró la boda en la calle Atocha en unos baños árabes cercanos a la estación y su vestido de novia era una ¡chilaba blanca!

10.03.14 - 16:08 -
Un 11-M feliz
Isabel y Laurence, el día de su boda el 11 de marzo de 2004, en los baños árabes de Madrid.

El día más feliz de su vida, el día más triste de España. En ese radical cruce de sentimientos se movió Isabel el 11 de marzo de 2004, cuando celebró su boda a unos metros de la estación de Atocha. Se despertó por la mañana con la emoción de una novia el día en que se viste de blanco, con esa ilusión de quien en unas horas pronunciará el ‘sí, quiero’ al hombre del que está enamorada. Y de la felicidad pasó a la estupefacción, la tristeza, el llanto, la indignación y la rabia por culpa de diez bombas que dejaron 192 muertos en el atentado terrorista más sangriento de nuestro país. Hasta que algo en su cabeza hizo click para convertir aquel terrible 11-M en lo que siempre tuvo que ser: un día radiante, un día imborrable, su gran día.

Isabel se casó hace justo diez años. Ella escogió esa fecha, pero el 11-M también la eligió a ella. Casualidad tras casualidad. Optó por una chilaba como vestido nupcial. Una chilaba blanca con bordados y pedrería. La fiesta se celebró en unos baños árabes, situados en la calle Atocha, muy cerca de la estación central de tren, y el menú, obviamente, consistió en una degustación de la cocina andalusí. “Ese día, que yo recuerde, nadie pensaba que el atentado había sido cosa de Al Qaida. Todos apuntaban a ETA y en ésas nos quedamos hasta leer la prensa al día siguiente”, rememora ahora Isabel.

Pero regresemos a las primeras horas de aquel jueves 11 de marzo, cuando la novia, recién levantada de la cama, se preparaba para disfrutar de esas horas de nervios y agitación que son las que anteceden al paseíllo de su vida. Isabel, madrileña que entonces tenía 35 años, y Laurence, inglés de Bristol, de 39, vivían (y ahí siguen residiendo) en una pequeña casa en los aledaños de la calle Arturo Soria, de la capital de España. Parte de la familia de su novio había aterrizado en España la víspera, y se alojaba en el domicilio de la pareja, reconvertido en una especie de albergue con las habitaciones colmadas de sacos de dormir. En total se habían desplazado quince personas desde el Reino Unido para asistir a la boda, una ceremonia civil con 80 invitados, prevista para las siete de la tarde en la Junta Municipal de Hortaleza y oficiada por una concejala del distrito.

"Se me saltaban las lágrimas"

“Cuando me levanté serían las ocho y cuarto de la mañana y vi que todos estaban viendo la televisión, un canal inglés. No mucho después me dijeron a ver si había escuchado las noticias, que estaban contando en la tele que había habido un atentado con muertos en Madrid. Primero hablaron de cuatro, luego de siete, doce, veinte… un goteo terrible…. Era temprano aún y no se sabía la magnitud del suceso. Empezó a sonar el teléfono, mis padres, mis hermanas, la gente llamando a ver si nos habíamos enterado…. Hubo un momento esa mañana en que me vine abajo, me fui a la cocina y me puse a llorar; una tragedia como ésta venía a empañar el día más feliz de mi vida. Muy fuerte, muy fuerte… Yo pensaba en las víctimas, en sus familiares y se me saltaban las lágrimas. Estaba muy emocionada, muy triste… muy mal. La televisión, la radio no dejaban de dar cifras de muertos, que iban creciendo cada cinco minutos y el teléfono seguía sin dejar de sonar…. En casa ya nadie hablaba de nuestra boda, de lo bien que lo íbamos a pasar, de lo guapos que íbamos a estar con nuestros vestidos… todos hablaban del atentado”, recuerda Isabel, que se sigue emocionando al echar la mirada atrás.

Ante el cariz que estaban tomando las cosas, Laurence se acercó a la cocina, abrazó a Isabel, la besó y con esa serenidad de los ingleses trató de calmar la situación: “Hoy será un día muy triste, pero es nuestra boda, es nuestro momento, el que queríamos, el que deseábamos, el que habíamos soñado”, le dijo. Luego pidió a sus invitados que apagaran la tele y la radio, y les rogó que solo hablaran de la boda. “Vamos a disfrutar de este día como podamos”.

Isabel salió de casa porque tenía cita en un salón de belleza. Tomó un taxi. El conductor, claro, iba pegado a la radio. Y ella no lo pudo evitar: “Hoy me caso”. El taxista se quedó alucinado. “Pues vaya día que ha elegido usted para casarse, señorita”. Isabel no había escogido el 11-M, sino el jueves once de marzo, la primera fecha libre que encontraron en el calendario, solo una semana después de que Laurence tuviera en regla los papeles del divorcio. Tantas eran sus ganas de formalizar la relación.

Mientras Isabel trataba de relajarse, en su casa los móviles no dejaban de sonar. En la distancia de Bristol, los amigos de los invitados ingleses seguían con preocupación las noticias que el corresponsal de la BBC contaba desde Madrid. Hablaban de ETA. La pista islamista no cobraría fuerza hasta la tarde. Dentro del ajetreo, las cosas se fueron serenando cuando supieron que todos los invitados se encontraban bien. Isabel también llamó a sus padres para tranquilizarles.

Cuando regresó a casa para acabar de prepararse, decidió que a partir de ese momento su cabeza iba a concentrarse en lo bueno del día, en su boda. Sobre las seis de la tarde y ajena completamente a que las noticias empezaban a reforzar la autoría de Al Qaida, Isabel se embutió en su traje nupcial… unos pantalones blancos y una elegante chilaba blanca. “Sí, era una chilaba árabe preciosa, con la tela bordada en pedrería muy fina. La había visto unos días antes y me había encantado. Fue una casualidad, claro. Yo no me enteré, y creo que tampoco ninguno de los invitados, de que se trataba de un atentado de islamistas radicales hasta el día siguiente”.

Un minuto de silencio

Las casualidades no terminaron ahí. Tras la ceremonia civil, la comitiva emprendió camino al lugar de la fiesta, los baños árabes Medina Mayrit (ahora se llaman Hammam Al Ándalus) en el número 14 de la calle Atocha, cerca de la Zona Cero de los atentados del 11-M. Por cierto, la boda de Isabel y Laurence es la única que se ha celebrado allí en los once años que llevan abiertos (se inauguraron en 2003). La pareja había alquilado todo el local para celebrar la fiesta y agasajar a sus invitados: platos árabes como cuscús, hummus, pinchos morunos, berenjenas rebozadas, pastelas…. música andalusí, espectáculo de danza del vientre, así como masajes con aceites aromáticos para los más atrevidos y baños relajantes en las piscinas de agua caliente. “Todos procuramos disfrutar de la fiesta”, recapitula Isabel, que por unas horas intentó olvidar lo que estaba sucediendo puertas afuera, a unos pocos cientos de metros, donde aún se seguía atendiendo a los heridos y buscando cadáveres entre los hierros retorcidos de los trenes.

A pesar de que la zona de Atocha estaba acordonada, los invitados solo tuvieron que dar un pequeño rodeo para llegar hasta los baños árabes. “Si en vez del 11, la boda hubiera sido al día siguiente, no habríamos llegado nunca por la impresionante manifestación que recorrió Madrid”. En aquella marcha silenciosa participaron más de dos millones de personas, la mitad de la población de la capital.

Isabel y Laurence (que en estos diez años han sido padres de tres hijas, dos de ellas dos hermanitas adoptadas en Etiopía) ganaron la partida al otro 11-M, el de la crueldad de los terroristas. No dejaron que esos desalmados les robaran su sueño. Pero a su modo, los novios quisieron acompañar a las víctimas y a sus familiares. El banquete arrancó con unas palabras de Laurence en recuerdo de los fallecidos y con un emotivo minuto de silencio. Y en aquel altar del duelo, en aquel sobrecogedor mapa de velas que alfombraba la estación de Atocha, había un pequeño hueco ocupado por un precioso ramo de novia. El de Isabel. Tres sencillas flores de anturio. Qué curioso. Una planta tremendamente resistente y que florece todo el año. Posiblemente, la mejor metáfora de su amor.

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