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«Estamos en guerra total»
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DIEZ AÑOS DEl 11-M

«Estamos en guerra total»

10.03.14 - 16:11 -
«Estamos en guerra total»
Uno de los detenidos en Ceuta en junio. / Afp

Estados Unidos estuvo a punto de invadir a lo grande un campamento en Indonesia donde entrenaban 700 muyahidines para morir por Alá y, de paso, por Bin Laden. Al final se desmanteló como se suelen hacer estas cosas, con discreción. Tanta, que aquí, donde arrancó la investigación, nos enteramos ahora por boca de un alto mando de la lucha antiterrorista: «No se supo entonces, pero ocurrió. Al final se pudo solucionar evitando una crisis internacional». Fue uno de los coletazos del operativo 'Dátil'. No se rompieron la cabeza para bautizar a «la madre» de todas las operaciones contra el yihadismo en España. Coordinada por Baltasar Garzón, arrancó en 2001 y se desarrolló en cuatro fases, con implicaciones en todo el mundo.

Desde entonces, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado saben que en Madrid, Barcelona, Ceuta o Melilla Al-Qaida y sus tentáculos reclutan a jóvenes islámicos para ponerlos a punto en Afganistán o Siria y explotarse la vida donde lo requiera la organización. O que los extremistas han montado empresas tapadera de cierta envergadura en Madrid y Cataluña para financiarse. O que nuestro país es mucho más que una tierra de paso. Pero no fue hasta el 11-M cuando los políticos se tomaron en serio la amenaza, aunque a veces la olviden. Poco antes, los agentes que empezaban a chapurrear árabe y veían las orejas al lobo pidieron un aumento de traductores por canales interiores, sin armar barullo mediático. La respuesta del Gobierno de Aznar fue más o menos ésta: «Si es euskera, lo que haga falta. Si es árabe, no es necesario». ETA atizaba todavía fuerte.

El horror de Atocha lo cambió todo. Zapatero dio dos órdenes urgentes. La primera, muy conocida: la retirada de las tropas de Irak. La segunda, no tanto: convocó 160 plazas de traductores de árabe. Desde entonces, los sucesivos gobiernos han multiplicado «por cinco», según fuentes de Interior, el número de funcionarios dedicados a estrechar el cerco a los radicales. Se han ido especializando hasta formar una tupida red de vigilancia que mantiene una lucha sorda, abortando atentados en España y fuera de nuestras fronteras. La labor de estos especialistas de los servicios de información del Cuerpo Nacional de Policía, de la Guardia Civil, del Centro Nacional de Inteligencia y de los Mossos d'Esquadra pasa casi desapercibida para la ciudadanía, pero cada vez es más intensa. Como la presencia de los servicios secretos de países amigos, con la llegada constante de espías. Su misión es vigilar y camuflarse entre las comunidades musulmanas donde hay serias sospechas de que se ocultan terroristas. La CIA estadounidense acaba de ampliar sus oficinas en Barcelona.

Nosotros también tenemos nuestros «oficiales de enlace» en Pakistán, Siria, Argelia o Egipto. A los servicios de inteligencia no les gusta denominarlos espías porque «son perfectamente reconocidos por las autoridades de cada país. Son los representantes del Ministerio del Interior español allí, los que hacen de puente, salvo cuando hay que actuar en caliente. Entonces hablamos desde Madrid directamente con el país en cuestión».

España sigue en la diana del yihadismo. En la Secretaría de Seguridad del Ministerio del Interior hablan claro: «Tenemos un riesgo probable de atentado terrorista». El Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista, el CNCA, es el encargado de calibrar la amenaza, y ahora dice que estamos en «el nivel 2, riesgo alto». El cero es el bajo. El 1, el medio y significa riesgo potencial. El 3, el extremo. Esta es la calificación oficial. La coloquial, de policías y guardia civiles, es aún más ilustrativa: «Estamos en guerra total. Trabajamos como si fuera a haber un ataque inminente. El peligro está ahí, aunque en la sociedad y para algunos políticos haya bajado la percepción de peligro».

Un comisario de la Policía Nacional, con 22 años de experiencia en este enmarañado campo de batalla por sus ramificaciones internacionales, resume en dos frases la labor callada de un volumen importante de agentes cuya cifra no se concreta por seguridad: «Nuestra misión es evitar el atentado, pero no somos dioses».

Prefieren abortar un ataque aunque sepan que los malos quizás se escapen por falta de pruebas. Ocurrió en Ceuta hace ocho años. 300 policías con perros cayeron en tromba sobre el laberíntico barrio musulmán de El Príncipe. Allí se baten todos los récords de paro juvenil y fracaso escolar, y es uno de los puntos preferidos de Al-Qaida para reclutar a jóvenes. «Fue espectacular, detuvimos a once, lo tenían todo preparado para hacer mucho daño, pero al final se quedó en nada. No había explosivos, solo la intención, y eso no es delito», refresca un agente ceutí que participó en aquella 'operación Duna'.

«El problema de los yihadistas, a diferencia de los etarras, es que actúan mucho más rápido, sin preparar la escapada. No les importa que los cacemos. Se matan y ya está. Pueden hacerse con los explosivos y actuar en 24 horas, por eso la prevención es crucial». Y tan complicado conseguir sentencias condenatorias. Como bien dice Eduardo Martín de Pozuelo, periodista de investigación de La Vanguardia y decano en la materia, «es un terrorismo que desborda las posibilidades de la ley. Lo importante es la vigilancia disuasoria. Se trata de un tira y afloja, un juego que todo el mundo conoce».

Abdeluahid Sadik Mohamed, arrestado en el aeropuerto de Málaga el pasado 5 de enero, nació en Ceuta hace 28 años. Regresaba de Siria, donde se cree que entrenó en los campos de la organización Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), un brazo de Al-Qaida que mantiene secuestrados a tres periodistas españoles. Los que lo investigaban desde hacía meses están convencidos de que «luchó en Siria, se introdujo en Irak con guerrilleros que atacaron una cárcel y liberaron a 1.500 presos. De vuelta a España, este hombre era una bomba de relojería». El primer 'retornado' detenido en suelo español se fue directo a la cárcel sin fianza.

Nuestros lobos solitarios

En medios antiterroristas calculan que puede haber al menos otros sesenta como él, chicos que salieron de aquí y se han ido a pegar tiros a Siria, muchos con la intención de volver. Con perfiles similares a los lobos solitarios que atentaron en Boston y Londres o a los que han detenido hace unos meses en Zaragoza y Murcia. Para poder cazarlos, los agentes españoles se han formado estos años con magistrados y fiscales de la Audiencia Nacional y con otros expertos en yihadismo: cursos con el FBI, en Israel con el Mosad, en Egipto... «Se trata de conseguir funcionarios que se entiendan bien con los colaboradores. Lograr esto es muy difícil. El árabe se da cuenta enseguida si no controlas y te mete una milonga de internet», cuenta el comisario de policía.

Los grupos islamistas radicales han convertido España en el foco de expansión del extremismo salafí-wahabí en toda Europa. Y el Gobierno ha terminado destinando «el 99% del presupuesto que había para ETA a intentar frenarlos». Son chicos de entre 25 y 39 años, casados, con hijos, aunque los hay más jóvenes, y su mejor arma son las redes sociales. «Ese es el peligro. Hay un montón de webs donde se imparte doctrina, pero con nuestra legislación es complicado atacarles: los servidores no están en España y hay que pedir permiso a los países, que tardan varios meses», reconocen fuentes policiales.

Desde el 11-M les han echado el lazo a 472 presuntos terroristas yihadistas, frente a los 105 del periodo 1995-2003. Pero quedan asignaturas pendientes. Los sindicatos mayoritarios de la Policía Nacional, la Guardia Civil y los Mossos coinciden en que necesitan «más personal preparado, no tenemos suficientes medios. La amenaza hay que tomarla muy en serio. Vienen a por nosotros».

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Operación de la Guardia Civil en Alicante. / Afp

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